Trabajar en varias áreas es una de las consecuencias de la precariedad. Además de periodista por formación y pasión, soy interina de Educación (entre otras cosas). Resulta que hace ya muchos años, cuando el Certificado de Aptitud Pedagógica, el CAP, duraba cuatro meses y era asequible de precio, lo obtuve sin grandes dificultades. Lo cierto es que esta salida laboral no ocupaba el primer podio de mis aspiraciones, pero me pudo ‘el por si acaso’. Las prácticas las hice como todos los licenciados y licenciadas en Periodismo: a través de Lengua y Literatura, la misma especialidad para la que no somos ‘aptos’ como profesores. Tampoco somos muy ‘aptos’ para la especialidad de Secundaria en la que acabamos muchos de nosotros, Procesos y Medios de Comunicación, o la teoría para la FP de Imagen y Sonido. Esa es mi especialidad, por la que estoy en bolsa de trabajo.
Antes de trabajar como docente, alguna vez pensaba en las ‘ventajas’ de la enseñanza, lo que se viene repitiendo como un mantra desde siempre: más vacaciones que nadie, menos horas de trabajo. Después de mi experiencia, si bien breve, aseguro que más que suficiente, tengo que decir alto y claro que sin las vacaciones el profesorado simplemente no podría aguantar ese ritmo de burocracia en el que se han convertido las clases. Quien tenga vocación, que confieso no es mi caso, lo pasa muy mal, porque entre el alumnado, los padres, el equipo directivo a dedo y la Consejería, no le queda tiempo, ni ganas, para lo que más debería importar: enseñar. Puedo asegurar que jamás he vivido tanto para trabajar que cuando he sido profesora.
Por cada clase de una hora hay que echarle varias de preparación, yo por lo menos. Y el año siguiente no tienes ninguna garantía de que vayas a impartir lo del anterior, así que vuelta a empezar. No sé qué ventaja le ven al hecho de tener que rodar de un lado para otro durante años. Y si tienes pareja, hijos, imagínense cómo se puede compatibilizar tener que trasladarte cada año con la casa a cuestas. Dirán que para eso están las oposiciones, que los interinos no queremos estudiar y sí vivir en esa situación hasta el infinito. Por desgracia, carecemos del don de la ubicuidad para estar en misa y repicando. Esta es la situación del colectivo interino, en su mayoría mujeres. La puerta de entrada de la interinidad nos la abre la Consejería de par en par, pero no la cierra para que tengamos estabilidad, los mismos derechos que el resto. Por eso hay que seguir visibilizando el problema y movilizándose para las posibles soluciones. Salud.
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