Hace años un compañero periodista veterano de ABC me contaba que por azares del destino se encontraba en París en mayo del 68 y que fue una de las mejores experiencias de su vida. El contexto quizá era diferente (o no tanto), pero jóvenes y estudiantes en contra de la sociedad de consumo de aquel entonces consiguieron poner entre las cuerdas al gobierno de Charles de Gaulle quien, ni en el peor de sus sueños, consideró que esas reivindicaciones iban a hacer historia.
Este 8 de marzo de 2018 nos vuelve a dar un día que será celebrado y estudiado durante años. Una de las consignas que se coreaban en esta histórica huelga feminista era «y luego diréis que somos cinco o seis», poniendo énfasis irónicamente en la cantidad de mujeres congregadas. En Sevilla se hablaba de 100.000 personas manifestadas y en otras capitales se multiplicaba esa cifra ya de por sí poderosa.
La verdad es que, por más que intente describir la intensidad de ese momento, no podría acercarme a la realidad de vivirlo. Porque lo viví, sí; y pude sentir la emoción de una señora que iba con su hermana y sus sobrinas y lloraba porque sentía que ese día marcaría un antes y un después. Que las nuevas generaciones tendrían otras oportunidades que ella no había podido disfrutar y que se sentía tremendamente orgullosa de formar parte de ese momento. También fui testigo de cómo un compañero periodista acompañaba a su sobrina y amigas de 20 años, que era la primera vez que participaban en algo así. Su crónica ha sido toda una oda al feminismo y a los brotes verdes que este está suscitando. Vi padres con sus hijos, madres con sus hijas, familias enteras con carritos de bebé, chicas jóvenes con la cara pintada de morado y carteles reivindicativos en los que no pretendían “ser valientes por la noche, sino libres”, señoras mayores, parejas de todas las edades. Batucadas, música, gritos al unísono…
Esa borrachera de feminismo reivindicativo, de movimiento social igualitario por el que las mujeres hemos decidido ser visibles y empoderarnos, todavía dura. Y es bueno que dure. Porque nos queda mucho camino por delante. Al igual que el cartel que se ha hecho viral de una anciana –“Lo que no tuve para mí, que sea para vosotras”–, espero estar a la altura cuando dentro de algunos años, quizá (y sonrío al pensarlo), pueda coincidir con alguna joven compañera periodista y le pueda decir que yo estuve en este 8M en honor a mi abuela, mi madre, mi tía, porque no pudieron estudiar y la sociedad de su momento las obligó a quedarse en el ámbito privado; por esas queridas mujeres cuidadoras de mi familia, de sangre y elegida, que no han tenido o no tienen vida propia y que la están dedicando a sus enfermos; por las nuevas generaciones de chicos y chicas tan jóvenes, pero tan bien preparados, que merecen un presente y un futuro mejor. Y por las nuevas mujeres periodistas, para que ojalá no conozcan la precariedad, el ninguneo ni el techo de cristal. ¡Que lo rompan y que lo cuenten! Lo bonito de ese hipotético momento es que, quizá, solo quizá, pero me gusta pensar que muy probablemente, esa futura chica periodista me diga: “Yo también estuve allí”. Y sus razones y las mías y las de mi madre y las de mi abuela, qué más da la edad, darán paso a un mundo mejor donde no habrá que reivindicar ningún 8 de marzo.
Comentarios: Sin respuestas