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10 enero 2019  |  Por La Giganta Digital

Virginia Woolf, la luz de la vida

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“Bueno, ya está, he tenido mi visión.” Con estas palabras termina Al faro, la novela que más me gusta de toda la producción literaria de Virginia Woolf. Y esas mismas palabras podrían servir como epitafio a toda una vida dedicada al arte, a la literatura —novela y crítica literaria—, y al compromiso más honesto con el feminismo, el izquierdismo político, el pacifismo, el antifascismo.

TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.

Adeline Virginia Stephen había nacido en la ciudad de Londres el veinticinco de enero de 1882, en el seno de una familia de clase media-alta, donde la cultura era considerada, sin duda alguna, el bien más preciado que una persona podía poseer. Ella y sus hermanos estaban muy acostumbrados, durante su infancia, a ver a destacadas personalidades del mundo de la literatura, el periodismo, la pintura o la política entrando y saliendo de su casa, visitando a su padre, Leslie Stephen, un intelectual de reconocido prestigio en la Gran Bretaña de su época. Henry James, Thomas Hardy o Alfred Tennyson eran visitantes asiduos del hogar familiar. El padre de la futura escritora fue un hombre de ideas muy avanzadas para su época y no dudó en abrir de par en par las puertas de su extraordinaria biblioteca a sus hijos, incluida la pequeña Virginia. De esta manera, desde muy niña, Virginia se sintió fuertemente atraída por las historias y los libros: las novelas de Dickens, las de Thackeray, las de Stevenson, las de George Eliot eran parte esencial de sus días y sus noches. Cuando entra en la adolescencia, se enamora perdidamente de la antigüedad griega: Esquilo y Eurípides se convierten en sus lecturas de cabecera.

Poco después de cumplir trece años, el día cinco de mayo de 1895, muere su madre, Julia, y este terrible acontecimiento se convierte en una auténtica catástrofe para una niña que había vivido hasta ese momento muy unida a su mamá. Es por estos días cuando la pequeña Virginia sufre su primera crisis mental: empieza a oír voces, a tener visiones, y se siente tan débil que no puede hacer absolutamente nada durante sus crisis. Estas espantosas depresiones nerviosas, agravadas cada vez que terminaba una nueva novela, fueron una constante en su vida. Esto, unido a los fuertes dolores de cabeza que padecía de manera sistemática y a su insomnio crónico, provocó varios intentos de suicidio, que finalmente fructificaron el día veintiocho de marzo de 1941, cuando encontró la muerte adentrándose en las frías y turbulentas aguas del río Ouse, en el sur de Inglaterra, con los bolsillos repletos de piedras.

No cabe duda de que Virginia Woolf era lo que la psiquiatría moderna denomina una maníaca depresiva, enfermedad que en la actualidad podría haber sido mantenida a raya con un sencillo tratamiento médico.

En numerosos aspectos, Virginia Woolf fue una mujer muy adelantada a su tiempo. Por ejemplo, vivió su sexualidad con una libertad absoluta, sin ocultarse de nada ni de nadie, para asombro de las mentes biempensantes de su época. Nunca ocultó su bisexualidad —a lo largo de su vida mantuvo romances con, entre otras, Violet Dickinson y con Vita Sackville-West— a pesar de su feliz matrimonio con el también escritor y periodista Leonard Woolf, quien aceptaba de buen grado los affaires lésbicos de su esposa.

Un aspecto a destacar de su extraordinaria y poco convencional personalidad, desde mi punto de vista, es su fuerte compromiso social, tanto con la izquierda de la época, como con el feminismo más militante. No se puede olvidar que Virginia Woolf procedía de una familia de la clase media-alta y en la época, lo normal era que los de su clase fuesen muy conservadores —más o menos como en nuestros días—. Y sin embargo, su familia había dinamitado ese prejuicio. Fue una pacifista convencida durante la mayor parte de su existencia, mostrando su rechazo más enérgico al uso de la fuerza en la Primera Guerra Mundial, aunque durante la Segunda Guerra Mundial fue consciente de que el nazismo y el fascismo sólo serían vencidos si se les derrotaba en las trincheras. Siempre mostró sus preferencias por el Partido Laborista y durante la Guerra Civil Española apoyó abiertamente al legítimo Gobierno Republicano. En la excelente biografía que su sobrino, Quentin Bell, escribió sobre ella, encontramos este esclarecedor comentario:

No podía mantenerse al margen de la política… ¿Cómo iba a poder hacerlo si detestaba el fascismo y el fascismo pasaba a ser de día en día más amenazador? 

Tras la muerte de su padre, en el año 1904, Virginia, su hermana, la pintora Vanessa Stephen, y sus dos hermanos, Thoby y Adrian, abandonan la casa en la que habían vivido toda su vida en Hyde Park Gate y se trasladan al número 46 de la calle Gordon Square, en el barrio de Bloomsbury, lugar bohemio por excelencia de la ciudad de Londres. Allí, las noches de los jueves, se reúnen un grupo de amigos para hablar de política, filosofía, literatura o sexualidad. Algunos de ellos han pasado a la historia: Lytton Strachey, autor de numerosas biografías; J. M. Keynes, economista; Roger Fry, crítico de arte; E. M. Foster, novelista; Bertrand Rusell, filósofo y matemático; Duncan Grant, pintor y diseñador; Dora Carrington, pintora y decoradora; Bell Clive, crítico de arte; Gerald Brennan, escritor, o el propio Leonard Woolf, ensayista y periodista, son algunos de los que asisten periódicamente a esas reuniones de amigos. Todos ellos acabarán formando parte del conocido como “grupo de Bloomsbury”.

Sobre el “grupo de Bloomsbury”, la novelista Josefina Aldecoa señala de manera muy acertada que:

(…) luchó contra la hipocresía victoriana y pretendió adoptar un tipo de vida libre y civilizada. La experiencia estética que se vivía en el grupo sintonizaba con el énfasis en las relaciones personales, libres de prejuicios.

En agosto de 1912 Virginia y Leonard Woolf contraen matrimonio. A partir de este momento, la escritora se dedica profesionalmente a la literatura en una doble faceta: como editora y como escritora. En 1917, fundó, junto a su esposo, la editorial The Hogarth Press, que editó a importantísimos escritores en lengua inglesa: desde E. M. Foster a T. S. Elliot pasando por Katherine Mansfield, entre otros. Como anécdota, hay que señalar que The Hogarth Press tuvo ocasión de publicar el Ulisses de James Joyce, pero Virginia lo rechazó porque le parecía aburrido y escabroso.

«Virginia Woolf es una de las pioneras del feminismo contemporáneo»

En octubre de 1928, dictó dos conferencias en Cambridge sobre la relación existente entre literatura y mujer. Su conclusión era tajante: una mujer, para poder escribir, solo necesitaba independencia económica y personal y esto se resumía en una sola cosa: tener una habitación propia. Bajo este título, Una habitación propia, reuniría en 1929 ambas conferencias en un único volumen que sentaría las bases del binomio literatura/feminismo de la segunda mitad del siglo XX. Aún hoy, cuando han transcurrido noventa años de la publicación de Una habitación propia, el libro sigue gozando de una extraordinaria salud, y continúa siendo la piedra angular de la crítica literaria feminista. En opinión de la profesora Molly Hite, es “la obra más completa sobre las mujeres escritoras y la fama”.

Se trata de una obra amena y divertida, en la que la novelista analiza la situación en la que se encuentran las mujeres escritoras, buscando la raíz del problema en la discriminación social, económica, política y legal en la que han vivido las mujeres desde tiempos inmemoriales. Hacia el final del libro, se puede leer:

La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de los tiempos. Las mujeres han gozado de menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres no han tenido, pues, la menor oportunidad de escribir poesía. Por eso he insistido tanto sobre el dinero y sobre el tener una habitación propia.

En 1939 volvería sobre el tema en la obra Tres Guineas, un libro que en palabras de Molly Hite, es “una acusación al fascismo y a la guerra desde una perspectiva feminista”.

Virginia Woolf fue pionera entre las mujeres intelectuales de su tiempo. Como escritora publicó más de una treintena de libros entre novelas y ensayos, destacando: Fin de viaje, Noche y día, El cuarto de Jacob, La señora Dalloway, Al faro, Orlando, Las olas, Los años, Entre actos, Una casa encantada, entre las obras de ficción; y Una habitación propia, Las mujeres y la literatura, El lector común, Escenas de Londres y Viajes y viajeros, entre los ensayos. También escribió, a lo largo de su vida, diarios y cientos de cartas. Todo ello fue publicado algunos años después de su muerte. Este material es muy recomendable, pues aporta luz sobre su vida cotidiana, sobre sus relaciones personales con amigos o sobre el proceso de creación. A través de sus cartas hemos sabido, por ejemplo, que le encantaba viajar a España, cosa que hizo hasta en tres ocasiones, visitando ciudades como Barcelona, Madrid, Toledo, Zaragoza, Badajoz, Sevilla y, sobre todo, Granada. En 1923 pasó dos semanas en La Alpujarra granadina, en el pequeño pueblo de Yegen, con su amigo Gerald Brennan, hablando de literatura, leyendo y disfrutando de un paisaje hermoso, árido, polvoriento y salvaje, tan distinto de los verdes y frondosos paisajes de la campiña inglesa. La crítica literaria Francis Spalding, ha dicho sobre sus cartas y diarios:

Admiramos sus novelas porque son experimentales y descubren nuevos métodos. Pero a largo plazo puede que los diarios y las cartas tengan más valor. Tienen textura y una gran riqueza de observación.

La principal cualidad de Virginia Woolf como narradora es el uso del flujo de conciencia o monólogo interior, un técnica mediante la cual la autora se adentraba en los personajes, rompiendo todas la convenciones literarias que dominaban la narrativa hasta ese momento, creando universos independientes en los que la descripción de personajes, de escenarios, de situaciones, pasaba a un segundo plano o ni siquiera aparecía, ya que lo que realmente importaba tenía lugar en el interior de dichos personajes. A partir de escritores como Joyce, Foster o la propia Woolf, la novela contemporánea empieza a transitar caminos impensables hasta ese momento, volviéndose mucho más poética y moderna. Sobre el uso de esta técnica narrativa, el escritor Nigel Nicholson, hijo de Vita Sackville-West, la que fuera durante un tiempo amante de Virginia, piensa que la escritora londinense “intentaba describir las relaciones de la gente, no como hablan o se comportan unos con otros, sino lo que no se decían, lo que pasa por sus cabezas. Era un lenguaje del cuerpo sin el cuerpo”.

Para el crítico Harold Bloom, Virginia Woolf es una escritora “más lírica que narrativa, y sin embargo era capaz de extender sus momentos visionarios hasta convertirlos en narraciones extraordinarias.” El opinión de Bloom sus mejores novelas son Al faro, Las olas y Entre actos, tres obras maestras que “siguen estando entre las novelas más originales de la tradición occidental”.

«La principal cualidad de Virginia Woolf como narradora es el uso del flujo de conciencia o monólogo interior»

Virginia Woolf es una de las grandes figuras de la historia de la literatura. No solo algunas de sus novelas son de una complejidad y una modernidad absolutas, también muchos de sus ensayos siguen siendo insuperables. Ocho décadas después de su muerte, su obra continúa gozando de una gran vigencia y sumergirse entre las páginas de sus libros, rebosantes de inteligencia, cosidas con esa fina ironía marca de la casa, es una experiencia ciertamente placentera. Michael Cunninghan, autor de la novela Las horas, que recrea una parte de la vida de Virginia Woolf, sintetiza a la perfección lo que para él supuso la lectura de La señora Dalloway a los quince años: “Recuerdo que pensé que ella hacía con el lenguaje lo que Jimi Hendrix con la guitarra”.

Josefina Aldecoa, ferviente admiradora de la obra de Virginia Wolf, resalta, ante todo, las innovaciones de la escritora al género de la novela. Para la escritora española, la gran aportación de Virginia Woolf  “fue llevar a la novela al protagonista más importante: el ser humano, despojado en su desnudez esencial, de circunstancias y adornos convencionales”.

Sería interminable resaltar todos los logros de una persona de la talla moral de Virginia Woolf. Durante toda su vida, con sus mejores armas, la palabra y la literatura, intentó luchar contra los convencionalismos estúpidos con los que se enfrentaba cualquier mujer de su época. Esa fue su gran aportación. Su pequeña victoria.

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