La calle, la noche, la fiesta. Son espacios públicos, comunes, aunque a veces lo público y lo privado se entremezclan y la dicotomía entre ambos no es tal. Reflexionamos sobre las violencias sexuales que sufrimos las mujeres en esos espacios, y las respuestas a las mismas, de la mano de Alicia Pano, del movimiento feminista de Iruñea, que estuvo en la última Feria del Libro Anarquista de Sevilla.

Alicia Pano es experta en género, posgrado en violencia, ha trabajado como técnica de igualdad y es activista feminista y transfeminista. Además ha trabajo en el punto de información contra la violencia sexista que monta el Ayuntamiento de Pamplona-Iruña trabajando en sensibilización a pie de calle, con la gente, y eso le ha permitido tomar la temperatura de lo que está pasado en la calle, y de los discursos que circulan entre la gente.
Para ella, las reflexiones y discursos que se están dando en torno al miedo desde los activismo están articulando movimientos y aportando reflexiones muy interesantes. Y un ejemplo de ello son los aportes del colectivo FARRUKAS que organiza las manifestaciones nocturnas con el lema “el miedo va a cambiar de bando”.
El análisis del miedo en relación con el género es interesante: “Los cuerpos diagnosticados como mujeres al nacer, o leídos en el espacio público como mujeres, son los cuerpos socializados también en el miedo. Son esos cuerpos los que están obligados a definirse desde la debilidad que podríamos decir que es una de las características que nos esencializa como mujeres, incluso por encima de la genitalidad”, sostiene Alicia.
En su intervención hace referencia a un estudio publicado hace un par de años por Emakunde (el Instituto Vasco de la Mujer) titulado ‘La calle es mía. Poder, miedo y estrategias de empoderamiento de mujeres jóvenes en un espacio público hostil’. En él se analiza la percepción del miedo de mujeres y hombres jóvenes en el espacio público y el uso de ese espacio público en función de los condicionamientos de género.
El análisis del miedo en relación al género es importante “porque va a tener consecuencias en el acceso a las mujeres en la ciudad, en el desarrollo psicológico y en el ejercicio de su libertad”. En este estudio se analiza cómo se configura el miedo, a qué obedece y qué implicaciones tiene en la perpetuación de las violencias contra las mujeres.
«Los jóvenes están socializados en la masculinidad hegenómica como cuerpos generadores de miedo y no receptores del mismo y, con la edad, van perdiendo el miedo que van adquiriendo sus compañeras»
“Uno de los análisis interesantes que aporta este estudio es que las mujeres cuanto más jóvenes son, menos miedo tienen en relación al espacio público y a medida que van creciendo y se van socializando en la feminidad hegemónica y sus cuerpos se van adaptando y configurando como cuerpos de mujeres deseables, van adquiriendo el miedo. Y con los chicos justamente pasa todo lo contrario. Los varones cuando son más pequeños tienen más miedo y, a medida que van creciendo y se van socializando en esa masculinidad hegemónica, van perdiendo los miedos. Están socializados como cuerpos generadores de miedo y no receptores del mismo y van perdiendo el miedo que van adquiriendo sus compañeras”.
El estudio indica que “existe una clara socialización de las chicas en el miedo transmitido en los límites que les ponen las familias y en los comentarios que les hacen dentro y fuera de casa y los comentarios que lanza la sociedad. Se refleja muy bien en una de las frases que sale en el estudio: Desde pequeña se les muestra el espacio público como algo peligroso no apto para ellas donde deben tener grandes precauciones. Les dicen que vayan con cuidado, que no vayan solas, que vigilen que no les echen nada en la bebida. También les dicen que no vayan provocando, que no vayan vestidas según cómo”. A esto nos referimos cuando decimos que las mujeres hemos sido socializadas en el miedo, algo que no ocurre con los varones. Ellos no tienen miedo a ir solos por la calle, a que les echen algo en la bebida, a que los violen. El miedo es, por tanto, una parte importante de la construcción de la feminidad.
A su vez, se percibe una ausencia de estos mensajes equivalentes a los chicos dirigidos a evitar la violencia. “Lanzamos los mensajes de miedo, pero no los que pueden evitar ese miedo a la otra parte. Además, detrás de todas estas frases, hay un mensaje culpabilizador de las mujeres que las hace responsables de la propia violencia que viven”.
Para Alicia, se trata de “advertencias de un sistema patriarcal que quiere controlar a las mujeres y que ahora se perpetúa a través de este miedo mucho más sutil y perverso, más ambivalente. Lo transmiten las propias familias, aunque sea desde el amor y el cuidado, sin reparar en las consecuencias para las chicas de este discurso y también lo transmite la propia sociedad en general”.
«Este discurso del miedo invisibiliza las violencias que se dan en el ámbito privado»
Y es que el miedo al espacio público “no solo implica una restricción del acceso a la ciudad para las mujeres sino que, a la vez, contribuye a invisibilizar las violencias que se producen en el ámbito privado. “Y aquí me viene a la cabeza el imaginario colectivo de la violación que es un callejón oscuro, una persona que no conocemos de nada, con una navaja en cuello y una amenaza… que está muy alejado de la realidad y los datos reales, porque la mayor parte de las violaciones y abusos sexuales que sufren las mujeres están producidas por personas muy cercanas a la víctima y por familiares directos, es decir, en el seno de la familia”, aclara. “Hay que tener cuidado porque este discurso del miedo por un lado invisibiliza las violencias que se dan en el ámbito privado y, al mismo tiempo, por otro, desprovee de herramientas para hacerles frente. Es por por ello que el miedo en el espacio público hay que verlo con ojos críticos.
Las agresiones que sufren las mujeres, según el estudio mencionado, y el miedo que estas perciben, en relación a esas agresiones, está descompensado. El nivel de agresión y miedo que tienen las mujeres no están en el mismo nivel y, en consecuencia, la reflexión que se deriva de todo esto es que la configuración del miedo tiene implicaciones mucho más allá del temor a la agresión concreta o agresión física que son parte de la construcción de la feminidad en relación a la vulnerabilidad y a la restricción de la libertad de movimiento”.
Por lo tanto, el reto “está en ver cómo se trata el acoso callejero y las agresiones contra las mujeres, de forma que se reconozcan éstas como una violencia a tratar pero a la vez, que no impliquen ni restricciones de movimiento, ni invisibilización de las violencias que se dan en los espacios privados”.
Lógica incorrecta
Alicia Pano cita varios ejemplos que van justamente en la dirección contraria. Una muestra: “Tenemos una noticia: Lugo pide a las lucenses que no salgan de noche ante la amenaza de un violador que se le ha escapado a la policía. La policía aconseja a la mitad de la población no salir solas de noche, también aconseja evitar calles oscuras o entrar en portales con desconocidos. La reflexión que sale de todo esto es que en vez de enseñar a las mujeres a defenderse y a los hombres a no agredir, esta sociedad prefiere recluir y controlar a las mujeres, supuestamente, para protegerlas. Y esta lógica de recluir, de evitar el movimiento, de controlar, es la misma que se utiliza cuando hablamos de violencia dentro del contexto de la pareja y analizamos qué es lo que pasa con las mujeres que han sufrido una situación de violencia con una denuncia de por medio: pulseras telemáticas para ellas (no para ellos), llamadas para saber si está bien, visitas de un cuerpo policial a determinadas horas, guardaespaldas. Al final, a quien se controla es la víctima en vez de al agresor. Con este tipo de lógica y de medidas se revictimiza a la mujer, es una forma de marcar a las mujeres y de perpetuar la violencia”.
Pano considera que si hablamos de violencia sexual hacia las mujeres y hacia los cuerpos socializados como mujeres en el espacio público, “no solo debemos entender la violencia en un sentido clásico como un acto violento o la violencia psicológica o simbólica ejercida contra las mujeres, sino que también hay que hablar del miedo entendido como violencia. Es decir, el miedo que se infunde en los cuerpos de las mujeres es una forma más de violencia. Este miedo que tiene su máximo exponente en el miedo a la violación, en ocasiones se pone por encima de la propia vida (Yo prefiero que me maten antes de que me violen… ) que perpetúan el estigma de las mujeres agredidas sexualmente ya que en realidad lo peor que te puede pasar y lo que no tiene remedio es que te asesinen”.
Por todo ello, debemos de tener en cuenta que a pesar de que el miedo más común es a la agresión física o la violación, estas no van a ser las agresiones más habituales. La violencia más común que sufrimos las mujeres va a ser un tipo de violencia no tan extrema, la llamada de ‘baja intensidad’, que es esa violencia ‘cotidiana’ y ‘normalizada’ que muchas veces pasa desapercibida.
«No solo debemos entender la violencia en un sentido clásico como un acto violento o la violencia psicológica o simbólica ejercida contra las mujeres, sino que también hay que hablar del miedo que se infunde en los cuerpos de las mujeres, que es una forma más de violencia»
En el contexto de Iruña, con los cambios aportados por la última ley de violencia de 2015 el acoso y hostigamiento o los tocamientos son considerados violencia machista y son denunciables. En los últimos San Fermines se han denunciado esa violencia sexual que de normal no se suele denunciar, ni queda registrada en ningún sitio. Generalmente cuando hablamos de violencia normalizada o de baja intensidad, la gente suele pensar en tocamientos, que les toquen “el culo o las tetas”. Cuando trabajas con población joven (y no tan joven) puedes comprobar que hay muchas actitudes de acoso sexual que ni chicas, ni chicos reconocen como tal. Y hay que hacer un trabajo en dar las herramientas de análisis necesarias para que se identifiquen determinadas actitudes con el acoso y la violencia sexual hacia las mujeres. Por ejemplo, que un chico me chupe la cara o la espalda que me encierren en un baño, que me bromeen con violarme, aunque no lo hagan, o que me rodeen 15 chicos para piropearme son casos de violencia sexista, que no siempre son conceptualizados como tal. Muchas veces tendemos a exculparlos diciendo que “son cosas de chicos”, o “los chicos son así”.
También está el tema del piropo. “El piropo per se no debería ser una cosa relacionada con el acoso, pero en una sociedad patriarcal y machista como la que viviemos es una herrmienta que tiene que ver con el control de las mujeres. Un piropo se dice con el objetivo de agradar a una persona, mirándola a los ojos y desde el respeto. Si yo le grito a una chica lanzándole un improperio de punta a punta de la calle, parece obvio que el objetivo no es agradar, sino intimidar y acosar. Es una muestra de jerarquía social que busca amedrentar a las mujeres, reafirmar la superioridad masculina y la objetualización de las mujeres. Es decir el espacio público es nuestro y os lo vamos a demostrar”.
Otro tema para la reflexión es la violencia sexual dentro de los encuentros sexuales deseados, “un tema tabú”. Y Alicia cita el artículo de June fernandez en Píkara Magazine ‘Yo quería sexo pero no así’, sobre las violaciones que se dan dentro de una relación sexual inicialmente consentida. Aquí entraría un tipo de violencia sexual muy difícil de detectar y aún mucho más de denunciar ya que las mujeres desean un encuentro sexual pero a lo largo de ese encuentro sexual algo les desagrada e intentan frenarlo, en este contexto, acaban siendo agredidas sexualmente. El resultado es que las mujeres se sienten responsables de esa agresión por haber accedido a tener sexo con esa persona. Aquí entrarían situaciones como que me fuercen a hacer prácticas sexuales que no me gustan, las presiones para ‘acabar’ lo empezado. Aquí recuperamos el lema de las compañeras zaragozanas: “no es no incluso con las bragas bajadas”, porque nadie te puede presionar a terminar nada. Otro caso relacionado es cuando en una relación de pareja tu “novio de toda la vida” te presiona o bien para tener relaciones sexuales cuando tú no quieres o bien para realizar determinadas prácticas sexuales que tu no quieres. Hay toda una serie de causística en torno a la violencia sexual invisibilizada que no sé hasta qué punto todas las personas las identifican como violencia sexual.
«Un piropo se dice con el objetivo de agradar a una persona mirándola a los ojos. Si yo le grito a una chica lanzándole un improperio de punta a punta de la calle, obvio que no le quiere agradar, sino que el objetivo es una muestra de jerarquía social que persigue intimidar y acosar»
En el punto de información contra las agresiones sexistas de Iruña se hace una labor de sensibilización y este discurso despierta sensibilidades en gente joven y no tan joven. Ha habido casos de chicas que entran diciendo que no han sufrido violencia y tras trabajar con ellas se dan cuenta de que sí, u otras que han roto a llorar al darse cuenta de que han sufrido una agresión sexual y no la habían identificado.
Es también muy interesante trabajar con chicos porque cambia el discurso. El discurso para ellas se basa en dar herramientas para aprender a identificar la violencia sexual y un discurso de empoderamiento y la autodefensa. El discurso para ellos se centra, por un lado, en darse cuenta de que “yo puedo ejercer violencia sobre una chica, incluso sin darme cuenta de que la estoy ejerciendo”, y es mi responsabilidad detectar estas situaciones para no contribuir en la violencia que sufren las mujeres. Y, por otro lado, buscar la complicidad con el resto de los chicos, en muchas cuadrillas o grupos de chicos los agresores pueden ser uno o dos y el resto muy probablemente no estén cómodos con determinadas situaciones, pero las consienten, ríen las gracias, o miran para otro lado, es lo corporativismo que conlleva la masculinidad hegemónica. Trabajamos para sensibilizar al conjunto de los varones para que los chicos no pasen por alto estas agresiones de sus amigos, no les rían las gracias, que hagan saber que esas actitudes no les gustan.
«El problema es que las mujeres hemos sido socializadas en la ley del agrado y nos resulta bastante difícil poner límites, ser tajantes o ser bordes»
Cuando hablamos de violencia sexual, a Alicia Pano no le gusta “difundir el discurso del miedo. Todas las mujeres, tanto las más jóvenes como las menos jóvenes, tenemos en nosotras mismas las herramientas necesarias para hacerle frente a este tipo de violencias comunes y habituales. Generalmente con una respuesta contundente, rotunda, tajante y siendo borde es suficiente para frenarlas. La otra cara del problema es que las mujeres hemos sido socializadas en la ley del agrado y, muchas veces, nos resulta difícil poner límites, ser tajantes o ser bordes ya que esto choca con el ideal de feminidad que el sistema nos impone».
Activimismos
Todo el mundo conoce los San Fermines y la masificación y los excesos que estos conllevan. Durante estos días, al acoso que puede sufrir una mujer en estos espacios de fiesta tan a lo bestia, se multiplica. Y también es verdad que Iruña, a pesar de ser una ciudad muy pequeña, cuenta con un movimiento feminista fuerte, autónomo y muy potente. Durante los años que ha gobernado la derecha se ha vendido un tipo de fiesta en la que se fomentaba el acoso, tanto por parte de las instituciones como por parte de las empresas privadas. Con el cambio de gobierno se han adoptado parte de las reivindicaciones feministas y se ha desarrollado una actitud crítica para con las agresiones. Esto se ha conseguido gracias al trabajo incansable de feministas dentro y fuera de la institución.
Por otro lado, desde los activismos lesbofeministas hacemos una crítica al modelo festivo “tanto a los espacios institucionales como alternativos es que es un modelo basado en el consumo, además, donde se generan espacios machistas, heterosexuales y tremendamente lesbófovos.
Porque si hacemos un diagnóstico de género, y animo a que cada cual repiense sus propios espacios, si hacemos la pregunta de “quién hace qué”, y “a cambio de qué” la respuesta suele ser bastante contundente y suele generar una fotografía que tiene mucho que ver con el sistema sexo-género. Con las respuestas a estas dos preguntas, tenemos una imagen muy clara: quiénes están en los turnos de limpieza, quién detrás de la barra, quiénes montan el escenario y el sonido, quiénes pinchan la música, quiénes hacen las comidas y quién cobra por las actividades que realizan y quién no. Lanzo estas reflexiones porque es un tema que no tiene fácil solución ya que tiene que ver con una estructura mucho mayor, pero merece la pena visibilizarla e intentar trabaja para cambiar estas estructuras machistas”.
Por otro lado, “generamos espacios heterosexuales porque los cuerpos que son visibles, las relaciones que están o toman el espacio público son heterosexuales; las canciones de amor de los grupos que vienen a estos espacios suelen hablar de relaciones heterosexuales; las obras de teatro, los monólogos, incluso los cuerpos visibles son cuerpos cis y heterosexuales. Las fiestas y los espacios festivos están pensados desde, por y para la heterosexualidad. Y este también sería un punto que tendríamos que cuestionarnos.
Y aquí insistimos en que los espacios festivos suelen ser LGTBIQfobos, homófobos, tránsfobos y lesbófobos. En el caso de las bolleras (cis o trans) a la violencia que sufrimos los cuerpos leídos como mujeres en los espacios de fiesta, hay que añadir un aumento del acoso y de la violencia si estamos hablando de que esos cuerpos son leídos como cuerpos lesbianos. Es decir, mostrarse en el espacio público en un contexto de fiesta como lesbiana supone un aumento considerable de la violencia”, denuncia.
La muestra de cariño entre dos mujeres es leída por la masculinidad hegemónica como una invitación sexual de ‘pasa y haz lo que te venga en gana porque aquí estamos para divertirte a ti y ponerte cachondo’. “Nosotras hacemos una lectura muy crítica de esto. También hay una visión cisheteronormativa de la sexualidad que no concibe el acto sexual sin un pene o falo de por medio, por eso se ven en la obligación de ofrecerte el suyo constantemente”.
Alicia, por último, destaca una serie de estrategias de los movimientos feministas para combatir las agresiones que se dan en los espacios públicos: estrategias de autodefensa como los espacios no mixtos, grupos de autodefensa, reflexionar en torno a la idea de que las mujeres podemos usar la fuerza o la violencia para defendernos de manera legítima.
La sociedad, concluye, “está más sensibilizada con este tipo de temas y movimiento feminista está fuerte y esto es positivo, pero conlleva el peligro que esa fuerza y capacidad de cambio sea capitalizada por determinadas instituciones para absorber el discurso y que nada cambie. No podemos bajar la guardia”.
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