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Página principal > Memoria > Una mujer llamada George Eliot
20 julio 2018  |  Por La Giganta Digital

Una mujer llamada George Eliot

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La Época Victoriana, periodo histórico con el que se conoce al siglo XIX en el Reino Unido, fue un momento repleto de cambios sociales, económicos, laborales, religiosos, etc. Quizás no haya habido en toda la historia de la humanidad una época en la que las transformaciones de toda índole hayan sido tan importantes como lo fueron en el período victoriano.

TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.

El Reino Unido pasó de ser un país eminentemente agrícola a convertirse en la primera potencia industrial del mundo. Y ese cambio trajo consigo numerosos problemas. Una gran masa de desarraigados se trasladó del campo a las grandes ciudades, que crecieron de manera desproporcionada y desordenada. Y George Eliot, o lo que es lo mismo Mary Ann Evans, vivió y reflejó como nadie los cambios que su país y sus contemporáneos experimentaron y lo hizo en una serie de novelas que, a día de hoy, están entre las mejores de la historia de la literatura universal.

Mary Ann Evans nació en las Midlands inglesas, en un pequeño pueblo llamado Chilvers Coton, en noviembre de 1819. Hija de un carpintero que, gracias a su astucia y a su laboriosidad, había conseguido ascender en la escala social y de una mujer perteneciente a una familia de ricos propietarios. Por su cuna, la pequeña Mary Ann estaba destinada a crecer y prepararse para la vida doméstica, es decir, conseguir un marido cuando llegara el momento oportuno, tener hijos y reproducir los estándares sociales imperantes. Pero desde muy pronto estuvo meridianamente claro que esa niña no era como las demás. Desde que empezó a tener uso de razón, su desvivió por el conocimiento. No había límites para ella. Todo le interesaba: la religión, la filosofía, los idiomas extranjeros, la literatura, la ciencia. Su curiosidad era inmensa. Al igual que su capacidad de estudio y de aprendizaje.

Para su madre, su hermano y su hermana, la niña siempre fue un bicho raro, que disfrutaba más leyendo La Tempestad de William Shakespeare o El Paraíso perdido, de John Milton, que preparándose para conseguir un buen partido con el que desposarse. Sin embargo, su padre sintió por ella una predilección especial, apoyando su deseo de convertirse en escritora, ayudándola siempre en todo aquello que estuvo en sus manos.

Mary Ann Evans siempre tomó sus propias decisiones, a veces acertadas, a veces erróneas. Pero siempre suyas. En 1838, tuvo lugar un acontecimiento que, a priori, nada tenía que ver con ella, pero que, a la larga, acabó marcando profundamente su existencia. El escritor Charles Hennell publicó An Inquiry Concerning the Origin of Christianity. El libro cayó en manos de la joven y su lectura atenta y pormenorizada provocó en ella una profunda crisis religiosa. Ella, que siempre había creído profundamente en Dios y cuya vida había girado en torno a la aceptación dogmática de su existencia, perdió completamente la fe en las instituciones religiosas y en cualquier divinidad superior. A partir de entonces, su ruptura con la ortodoxia anglicana es más que evidente. Al mismo tiempo, entra en contacto con las nuevas ideas políticas y religiosas, más avanzadas y progresistas, que empezaban a abrirse paso.

«George Eliot hizo que se pudieran escribir historias transcendentales sin caer en el romanticismo vacuo y absurdo que ella tanto criticaba en otras escritoras»

Qué duda cabe que fue una mujer a la que no le importaban los convencionalismos sociales. O al menos no tanto como al resto de mujeres de su clase. De esta manera, vivió el amor de una forma libre y poco convencional, aunque eso sólo le sirvió romper relaciones durante más de dos décadas con su hermano y su hermana, quienes no soportaban que la más pequeña de la familia Evans tuviese su propio código ético y vital. Durante la mayor parte de su vida, convivió sin estar casada con George Henry Lewes, escritor, filósofo, y más tarde, cuando la mujer se convirtió en una celebridad, el encargado de gestionar sus intereses. Él estaba casado con otra mujer y tenía varios hijos, pero esto no fue ningún impedimento para convivir con la escritora durante más de 20 años, hasta la muerte de él, cuando un cáncer puso fin a su vida en 1878.

Mary Ann Evans fue traductora, subdirectora de la revista The Westminster Review entre los años 1851 y 1854, coincidiendo con la etapa de mayor esplendor de la publicación, escribió ensayo, poesía, reseñas literarias, relato corto y novelas. Ella, que durante la mayor parte de su vida se había burlado abiertamente de la novela como género literario, acabó convirtiéndose en una de las más reputadas novelistas de todos los tiempos. Y eso que su primera obra apareció cuando ella ya tenía casi cuarenta años. Y lo hizo bajo el pseudónimo de George Eliot. Se ha dicho en muchas ocasiones que usó el nombre masculino porque no estaba bien visto que una mujer se dedicara a la literatura. Nada más lejos de la realidad. Simplemente lo hizo porque ella misma no veía con buenos ojos dedicarse a escribir novelas, en su opinión un género absolutamente menor si se comparaba con la filosofía o la poesía, repleto de historias absurdas y trucos fáciles para conseguir la atención del lector.

Y sin embargo, con sus novelas demostró que eso no tenía que ser así. Se podían escribir novelas de calidad que reflejaran el momento histórico en el que estaban, las desdichas de la gente normal, los deseos y las aflicciones de sus personajes. George Eliot hizo que eso fuese posible, que se pudieran escribir historias transcendentales sin caer en el romanticismo vacuo y absurdo que ella tanto criticaba en otras escritoras, como Jane Austen o las hermanas Brontë. George Eliot escribió algunas de las novelas más importantes de la literatura en lengua inglesa, y algunas de las más importantes de todos los tiempos, escritas en cualquier lengua. Escenas de la vida clerical (1851), Adam Bede (1859), El molino junto al Floss (1860), el más autobiográfico de todos sus libros; Silas Marner (1861), Romola (1863), Felix Holt (1866), Daniel Deronda (1876) y sobre todo esa apasionante novela que es Middlemarch (1871-72), una de las cumbres de la narrativa británica, y una de las pocas novelas, en palabras de Virginia Woolf, de la literatura inglesa, escrita para lectores adultos.

«George Eliot demostró que una mujer, si se lo propone, podía ser dueña absoluta de su destino»

Como ya hemos señalado, George Eliot/Mary Ann Evans fue la gran iniciadora de la novela moderna. Solo por eso ya merecería un lugar de honor en la historia de la literatura. Pero sin duda, la gran contribución de esta autora, lo que hace de ella una creadora única, es su gran galería de personajes femeninos: Dorothea Brooke, en Middlemarch; Milly en Escenas de la vida clerical; Dinah Morris, en Adam Bede; o Maggie Tulliver en El molino junto al Floss, por citar algunos de los más transcendentales.

George Eliot demostró que una mujer, si se lo propone, podía ser dueña absoluta de su destino. Quería ser escritora y fue escritora. Quería vivir libremente y vivió libremente. Quería amar a quien le diera la gana y amó a quién le dio la gana. Rompió todos los moldes de la época victoriana y vivió una vida plena, dedicada en cuerpo y alma a la gran pasión de su existencia: la escritura. A lo largo de su vida conoció y trató a grandes pensadores y artistas de primer orden. Gente como Carlos Marx, Mazzini, Louis Blanc, Carlyle, Herbert Spencer y muchas otras extraordinarias personalidades de su tiempo, se contaban entre ellos. Pasó largas temporadas de su vida en Italia, Alemania, España, Francia. Ganó mucho dinero con sus obras y gozó del respeto y del cariño tanto de los lectores como de la crítica. Y todo eso, haciendo siempre lo que ella pensó que había que hacer, sin plegarse a los deseos de terceros ni a las convenciones sociales.

Al final de su vida, tras la muerte de Lewes, decidió romper, una vez más, con otro de los grandes convencionalismos victorianos. El día 6 de mayo de 1880 se casó con un hombre 21 años menor que ella, John Walter Cross, el administrador de su fortuna.  El día 22 de diciembre de aquel mismo año moría en Londres la genial narradora de historias complejas, la gran creadora de la novela moderna, de los personajes ambiguos, esos cuyas decisiones casi siempre son erróneas, la mujer que supo retratar como nadie la sociedad de su tiempo.

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