“Sabes qué / están hablando de revolución / suena como un susurro”. Con estos versos empezaba la canción que abría el primer disco de una cantante absolutamente desconocida para el público español.
TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.
Era el otoño de 1988 y aunque hoy pueda parecer mentira, aquel disco, cuyas letras destilaban cantidades ingentes de dolor y de rabia, eso sí, envueltas en melosas capas de melodías folk y arrastradas por la corriente de sinuosas guitarras acústicas, se convirtió en todo un fenómeno social, no sólo en España, sino en medio mundo. La mujer que había compuesto aquellas canciones combativas y poéticas, a partes iguales, que se nutrían tanto del desgarro interior de Billie Holiday como de la poesía de Bob Dylan o la actitud punk de The Clash, que invocaban a la revolución pero también denunciaban la violencia doméstica, el racismo de la sociedad norteamericana, o la pobreza de una gran parte de los estadounidenses, se llamaba Tracy Chapman y provenía de los Estados Unidos del presidente Ronald Reagan, un territorio que desde 1981 se había convertido, junto a la Gran Bretaña de Margaret Thatcher, en el laboratorio mundial del neoliberalismo.
Tracy Chapman había nacido en Cleveland, Ohio, en marzo de 1964, pero en sus primeros meses de vida, su familia se trasladó al estado de Connecticut, donde transcurrió su niñez. Tres detalles marcaron esta etapa de su vida: la música, la pobreza y el racismo. Como suele ser habitual en los hogares de raza negra en Estados Unidos, la música jugó un papel primordial en los primeros años de vida de Tracy. La niña se desvivía por la música, así que su madre, para su tercer cumpleaños, le regala su primer instrumento musical: un ukelele. Con diez años, cambia el pequeño instrumento de cuerda por una guitarra, aunque apenas puede sostenerla en sus brazos. Un par de años más tarde, ya está haciendo sus pinitos compositivos y de ahí a escribir sus propias letras, hay un pequeño camino, que ella recorre de manera natural. En una entrevista, a propósito de aquellos tiempos, recordaba: “Crecí escuchando música soul, y siempre me sentía atraída por las canciones que tenían un fuerte contenido social, como las de Stevie Wonder, Harold Melvin and The Bluenotes, Marvin Gaye y Bobby Womack”.
La pobreza es el segundo aspecto que destaca al tratar la figura de la cantautora americana. A la edad de cuatro años, su padre y su madre se divorcian. Ella y su hermana, Aneta, que es un poco mayor, se quedan con su madre, sobreviviendo como buenamente pueden a base de empleos precarios, con sueldos de mierda, con la espada del despido siempre pendiendo sobre su cabeza, echando mano de las ayudas públicas cuando la cosa se pone muy fea. Está claro que la niña comprende bastante bien el significado de la expresión “la lucha diaria por la vida” y que no ha crecido, precisamente, rodeada de “montones de cosas”, como dice en una de sus canciones más conocidas.
Y por último está el racismo, esa enfermedad incurable de las sociedades contemporáneas. El racismo es un fenómeno muy visible y palpable en los Estados Unidos de América, donde la población de raza negra sufre, desde la abolición de la esclavitud en el siglo XIX, el desprecio de una gran parte de la población blanca, única y exclusivamente por el color de su piel. La pequeña Tracy vive en sus propias carnes el odio, los insultos, la violencia de una sociedad que no termina de asimilar su pasado y que considera a las mujeres y hombres de raza negra como ciudadanos de tercera.
Pero Tracy es mucha Tracy y guarda un as en la manga: a la niña le encanta la escuela y es muy buena en los estudios. Y muy pronto comprende que sólo el conocimiento y el trabajo duro la pueden salvar de un futuro más negro que una noche sin estrellas. Así que se pone manos a la obra y gracias a su esfuerzo y a su capacidad para estudiar y trabajar con tesón, obtiene una beca para completar la educación secundaria en uno de los mejores institutos de Boston, y cuando termina la secundaria y llega el momento de ir a la universidad, se matricula en Antropología y Estudios Africanos en la Universidad de Tufts, en Medford, Massachusetts, gracias a otra beca que ha conseguido debido a sus excelentes notas, en vez de estudiar Veterinaria, que había sido su sueño desde que era niña.
En la universidad, graba una maqueta con las canciones que ha compuesto con su guitarra en la intimidad de su habitación. Canciones que hablan de la vida cotidiana de mucha gente que lo está pasando muy mal en esa “tierra prometida” del capitalismo salvaje. Gente que es despedida de su empleo miserable, gente que es insultada y despreciada por el color de su piel, mujeres que sufren la violencia en sus vidas cotidianas sin que la policía mueva un solo dedo por defenderlas, mujeres que sueñan con dejarlo todo y escapar para empezar lejos, muy lejos, una nueva vida. Mujeres y hombres, en definitiva, que invocan su derecho a ser felices.
Y empieza a tocar en los bares del campus universitario, en las plazas y las esquinas más concurridas de la ciudad, en los pequeños cafés en los que se reúnen chicos y chicas interesados en la poesía, en la música folk y en los viejos blues. Y será en uno de estos locales donde un cazatalentos de la compañía Electra, en 1986, la vea tocar y cantar. Y es tras una de esas actuaciones cuando deciden ficharla. En 1987, entra por primera vez en un estudio de grabación profesional. La experiencia, lejos de ser un sueño hecho realidad, se convierte en una pesadilla. Aquello no va como a ella le gustaría que fuera, así que tiene que dejar las cosas claras a la compañía. O se hace como ella quiere o no habrá disco. Y la compañía toma nota. El resultado final es Tracy Chapman, su primer disco. Treinta y seis minutos y diez segundos son más que suficientes para demostrar de lo que es capaz. Once canciones. Algunas de ellas absolutamente memorables: “Talking ‘bout The Revolution”, “Fast Cars”, “Baby Can I Hold You”, “For My Lover”… Un disco ajeno a las modas y a los modos imperantes a finales de la década de los ochenta, donde mandan claramente los sintetizadores y los sonidos artificiales. Pero Tracy va a lo suyo, y lo suyo no es otra cosa que la música que sale del corazón, construida con guitarras acústicas, percusiones naturales y la voz humana grabada tal cual. Sin trampa ni cartón. Poesía y sentimiento. Verdad y emoción. Tan viejo como el mundo. Como bien señalaba en el diario El País Diego A. Manrique: “Un trabajo confesional y desnudo, que iba contra la melaza digital de los años ochenta.” Y concluía que aquel era un disco en el que “había hueco para las reflexiones personales o generacionales, interpretadas con una voz rotunda y dolorida, que evoca a la gloriosa Odetta”.
No obstante, si hay una fecha marcada en rojo en la vida de Tracy Chapman, es el día once de junio de 1988. Nelson Mandela, que llevaba encerrado injustamente más de veintiséis años por su lucha contra el apartheid sudafricano, estaba a punto de cumplir setenta años (los cumpliría el día 18 de julio). En el estadio londinense de Wembley se celebró aquel once de junio un multitudinario concierto para conmemorar el cumpleaños de Mandela, reivindicar la figura del insigne activista negro y pedir su libertad. Tracy fue invitada a participar en ese acto, a pesar de que aún era prácticamente una desconocida. Cuando llegó el turno de Stevie Wonder para salir al escenario, un problema técnico con su equipo, le impidió hacerlo. Así que los organizadores anunciaron a Tracy que se preparara porque iba a sustituir a Stevie. Cogió su guitarra y salió al escenario. Me la imagino en ese preciso instante, nerviosa y asustada en medio de aquel inmenso escenario y ante las miles de personas que abarrotaban el estadio más importante de Inglaterra. De inmediato, cuando empezó a rasgar las seis cuerdas de su guitarra y su voz sonó, mágica y ancestral, capaz de transportar al oyente hasta el origen mismo de los tiempos, la gente quedó absolutamente sorprendida, y el aplauso tras su primera canción, “Across The Line”, fue apoteósico. Se estima que más de mil millones de personas vieron aquella actuación. Así que ya podemos imaginar lo que supuso para la cantante poder subir al escenario de Wembley. Sin duda, Tracy vivió uno de los momentos más sublimes de toda su vida, y así lo recuerda ella:
(…) significó mucho para mí participar en el Concierto por la Libertad de Nelson Mandela y prestar mi voz para pedir el final del apartheid y la puesta en libertad de Nelson Mandela. El sentimiento primordial ese día fue de respeto. Nelson Mandela es uno de mis héroes y tener la oportunidad de apoyarlo fue un gran honor. Subirme al escenario fue intimidante por muchas razones y me preocupaba que las circunstancias me abrumaran. Afortunadamente, me avisaron de que tenía que salir al escenario con muy poco tiempo de antelación, así que no tuve ocasión de pararme a pensar. Mis recuerdos aquel día y lo que aprecio cuando veo la grabación son dos cosas muy distintas. Desde mi perspectiva en el escenario recuerdo el enorme mar de gente que me estaba escuchando. Me sentía muy agradecida por aquel cálido recibimiento. Fue una experiencia inolvidable.
A partir de ese momento, las ventas de su disco, que había sido publicado en el mes de abril de aquel mismo año y no iban nada mal, se multiplican exponencialmente. En la compañía Electra, que se daban por satisfechos si vendían doscientas mil copias, no dan crédito a lo que está pasando: en un año, se despachan tres millones de discos en todo el mundo. Número uno en los Estados Unidos, en el Reino Unido, en Francia, Alemania, España y muchos otros países del mundo. A día de hoy, el debut discográfico de Tracy Chapman ha vendido más de dieciocho millones de discos en todo el mundo. Tal vez, el secreto de su éxito, radique en lo que tan certeramente señaló el crítico Nacho Sáenz de Tejada: “El compromiso de sus textos y su postura enigmática, lejana y hermética, conforman una personalidad atractiva y que escapa de lo habitual en la música de hoy.”
Desde aquel primer disco titulado con su propio nombre, la cantante de Cleveland, ha grabado siete discos más: Crossroads (1989), Maters of The Heart (1992), New Beginning (1995), Telling Stories (2000), Let It Rain (2002), Where you live (2005) y Our Bright Future (2008), el último hasta hoy. Mi disco favorito de toda su carrera es Let It Rain, un álbum producido a medias por la cantautora y el productor británico John Parish, que contiene algunas canciones memorables, como por ejemplo, “You’re the one”, una de las declaraciones de amor más hermosas con forma de canción o “Say Hallelujah”, una extraordinaria canción de aire góspel.
Durante todos estos años, Tracy Chapman ha sido una gran activista en favor de los derechos humanos, y no ha dudado en poner su arte y sus canciones al servicio de organizaciones como Amnistía Internacional o Free Tibet, cantando contra el racismo, la violencia contra las mujeres, la pobreza, o para recaudar fondos para la lucha contra el SIDA. A pesar de ello, Tracy no se considera una líder de ningún tipo de movimiento y sigue siendo esa chica tímida que empezó a cantar con su guitarra en el bar de la universidad. A propósito de la fama, manifestaba:
No es que yo trate de apartarme. Es lo opuesto, procuro no estar en el centro de atención de los medios. Yo vivo una vida normal. Tener cierta presencia en los medios es importante para una carrera como la mía, pero me gusta poder salir a la calle y hacer la compra sin que me persigan. Es sólo eso, no que la fama me asuste
No sabemos con certeza qué le deparará el futuro más inmediato a la autora de “Fast cars”, pero sea cual sea este futuro, casi con toda seguridad pasa por la composición y la grabación de nuevas canciones, y por compartirlas con sus numerosos seguidores en directo. Ella misma contestaba de esta manera en una entrevista realizada por fans en internet:
“Me encanta crear música y mi plan es continuar haciendo lo que hago ahora. Había muchas cuestiones sobre un disco nuevo y una nueva gira. Por el momento no tengo previsto ninguna de las dos cosas, pero en cuanto que haya cambios, os lo haré saber”.
Ojalá que Tracy Chapman continúe componiendo, escribiendo, grabando, tocando nuevas canciones, porque como el crítico Nigel Williamson escribió de manera muy acertada sobre Tracy Chapman:
Cuando sales de una tienda de música con un nuevo disco de Tracy Chapman, no sólo estás comprando una colección de canciones artesanales ejecutadas con elegancia. También estás entrando en un mundo mejor en el cual, al menos durante una hora de valiosísima música, los valores de solidaridad, honradez y humanidad se sitúan en el lugar correcto, en un mundo cada vez más globalizado y trivial.
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