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2 noviembre 2018  |  Por La Giganta Digital

Todos los nombres: Isabel Oyarzábal Smith, una diplomática de la España imposible

Oyarzabal Smith Isabel_1
Fue una destacada figura de la diplomacia del gobierno republicano y autora de una singular novela sobre la Guerra Civil, En mi hambre mando yo, escrita en el exilio mexicano.

Texto: Eva Díaz Pérez.

Microbiografía: www.todoslosnombres.org

Isabel Oyarzábal ejerció como embajadora de la República en Suecia durante la Guerra Civil y fue la encargada de resolver algunos conflictos diplomáticos con los países nórdicos que comenzaban a entablar relaciones con los sublevados franquistas. La diplomática malagueña fue representante de España en foros internacionales como la Sociedad de Naciones siendo la primera mujer que firmó un convenio como ministro plenipotenciario. Durante la guerra fue corresponsal para un periódico británico y realizó una gira por Canadá y Estados Unidos para defender la imagen de la República.

Desde aquella ventana en la embajada española en Suecia, Isabel Oyarzábal pensaba en sus tardes de niña malagueña. Qué extraño resulta recordar el olor de un jazmín morisco mientras se contempla el azul broncíneo de las fachadas de Estocolmo. Hay bruma. Es invierno. Todo es frío y grande. La Gamal Stan, la ciudad antigua, está en silencio. No hay nadie en la calle. Sólo el viento y su memoria.

El 4 de enero de 1937, una carroza con seis caballos había llevado a Isabel Oyarzábal, embajadora del Gobierno republicano en Suecia, al palacio real a presentar las cartas credenciales a Gustavo V. El rey sueco había manifestado su temor por la suerte de los tesoros artísticos en el Madrid bombardeado. La diplomática española se estremeció con el comentario. Allí, en aquel palacio suntuoso, frío y lejanísimo, sintió muy cerca las bombas, los obuses en la Gran Vía –llamada trágicamente la Avenida de los Obuses– o el sonido bronco, ya de cascajo, del cañón conocido como El Abuelo, que desde el comienzo de la Guerra Civil escupía fuego desde la Ciudad Universitaria.

Oyarzábal había ocupado la embajada de Suecia tras un conflicto con el anterior embajador, que no pensaba abandonar la sede diplomática hasta la victoria de Franco. Al mismo tiempo, varios fascistas habían ocupado la embajada sueca en Madrid. La diplomática tuvo que hacer muchas gestiones para solucionar el conflicto y las tensiones con un país que además formaba parte del pacto de no intervención.

El Gobierno republicano la envía a resolver otros problemas por países nórdicos que habían comenzado a entablar relaciones con los sublevados: Finlandia, Noruega, Dinamarca. Es la heroína de una auténtica batalla diplomática.

Recuerdos

Oyarzábal sentía la punzada de la nostalgia. Hasta la fiesta de Santa Lucía en la que jóvenes suecas visten con túnicas blancas y llevan una corona de velas en la cabeza le había sugerido vagamente las escenas de la Semana Santa de su Málaga. A pesar de que había salido de España con una de sus hijas, su marido se encontraba en la Legación lituana de Riga y sus otros dos hijos seguían luchando en España. Demasiados recuerdos.

En aquellos días suecos, Oyarzábal no dejaba de pensar en España y, sobre todo, en su infancia de niña burguesa. Entonces anota algunos recuerdos que años más tarde escribiría en su autobiografía, I must have liberty (Debo tener libertad), publicada en 1940 en español y en inglés. En estos pasajes se refugia la desterrada con recuerdos de patios malagueños, de noches de verano y cielos azules.

Isabel Oyarzábal Smith, de padre andaluz y madre escocesa, nació en Málaga en 1878. Pronto destacará en sus estudios –especializándose en Derecho Internacional– y en su compromiso político y social. En 1929, presidió la Liga Femenina Española por la Paz y la Libertad y fue la única mujer que formó parte de la Comisión Permanente de la Esclavitud en las Naciones Unidas. Pero estos no son más que dos ejemplos de su relevante papel en las relaciones internacionales.

Con la llegada de la Segunda República, Oyarzábal –que se había presentado como candidata a diputada por el PSOE– se convierte en consejera gubernamental en la XV Conferencia Internacional del Trabajo en Ginebra en 1931. En la Sociedad de Naciones, formando parte de la Delegación Española, pedirá la igualdad jurídica y cívica del hombre y la mujer, que será otro de los caballos de batalla de su vida.

Sin duda, una de las actuaciones más destacadas sucede en la Sociedad de Naciones, cuando firma una convención en nombre del gobierno republicano siendo así la primera vez que una mujer actuaba como ministro plenipotenciario, según relata la escritora Antonina Rodrigo en uno de los estudios que integran el libro El exilio literario español de 1939. Volumen 1.

Oyarzábal ya había destacado en sus trabajos periodísticos al colaborar con el Daily Herald de Londres. Uno de los días más amargos y complicados de su trabajo es el 18 de julio de 1936, cuando los acontecimientos la convierten en corresponsal de guerra.

En octubre de 1936 el Gobierno la nombra ministro plenipotenciario de segunda clase con destino en la Legación de España en Estocolmo y sale de España con su hija Marisa, Isabel García Lorca y Laura de los Ríos. Se encuentran en Ginebra con el ministro Fernando de los Ríos, con quien le unía una gran amistad. De Los Ríos propone a Oyarzábal que antes de incorporarse a su nuevo puesto en Estocolmo, forme parte de una expedición que recorrerá Norteamérica para difundir las razones de la España republicana, que en muchos lugares está siendo acusada de permitir el establecimiento del comunismo, argumento en el que se basaba la sublevación franquista. A pesar de que pocos quisieron escuchar a la tercera España, Oyarzábal se embarca hacia Estados Unidos.

Antes vivirá otro curioso episodio. La política fue enviada para informar a la Conferencia del Partido Laborista Británico en Edimburgo antes de que se firmase el Pacto de No-Intervención, pero la avioneta es detenida en París durante cinco horas. Cuando llega a Londres, el pacto ya se ha firmado.

Gira por Norteamérica

Oyarzábal recorre Canadá –Toronto, Ottawa, Québec, Montreal– difundiendo la idea republicana. Los católicos canadienses boicotearán algunos actos. Ya en Estados Unidos, consigue llenar el Madison Square Garden de Nueva York con 25.000 personas. Tras una gira de más de 50 días la delegación republicana española es recibida en Washington por Eleanor Roosevelt.

Luego vendrán los meses suecos y la nostalgia que se va haciendo escarcha. La bruma del invierno sueco parece invitar al olvido. Pronto llegará la fatal noticia de la derrota republicana. Oyarzábal se entera de que su yerno y su hijo se encuentran en un campo de concentración francés. Ella es ya una embajadora sin embajada.

En sus memorias, recordará el momento en el que comienza su destierro. Es una escena convertida en símbolo, como ocurre con casi todas las despedidas de los exiliados. Sucede al cumplir con la costumbre de lanzar cintas de colores desde el barco. «Cuando yo lancé todas las cintas, vi que me quedaban en las manos los extremos de tres solamente, que me unían a la tierra que dejaba: rojas, amarillas y moradas, y siempre he considerado que aquello fue como una revelación profética de que los españoles al abandonar Europa seguíamos ligados a nuestro país por la bandera tricolor republicana. Volveremos allá. Estoy completamente segura».

Pero no fue así. Isabel Oyarzábal murió en 1974 en México. Poco antes de partir en el último viaje hacia el Panteón Español del cementerio mexicano –ese jardín de espectros desterrados–, alguien encontró cuidadosamente guardadas las cintas de serpentinas con tres colores. Aún olían a mar.

EL RESCATE DE ‘EN MI HAMBRE MANDO YO’

Durante su exilio mexicano, Oyarzábal vivió de sus colaboraciones periodísticas y las traducciones. Fue fiel a esa frase de su autobiografía, cuando partía en el buque que le llevaba al larguísimo destierro: «Volveremos allá. Estoy completamente segura».
Pero se tuvo que conformar con el recuerdo, un recuerdo que se fue volviendo amargo. Oyarzábal se refugió en la escritura de la memoria, como tantos peregrinos de la España imposible. Escribió libros como The life of Alexandra Kollontay o Smouldering Freedom (The story of the spanish republicans in exile), en 1945, que en español se llamó Rescoldos de libertad, y en el que relata los sufrimientos en los campos de concentración del Sur de Francia o la historia de los maquis.
Otro de esos frutos de la memoria fue la novela En mi hambre mando yo, en la que relata trágicos episodios de la Guerra Civil en Madrid y en Málaga. Gracias a la labor de rescate de la editorial sevillana Mono Azul Editores, ahora podemos leer esa perdida novela gestada en los duros años del exilio y que se publicó en 1959. Fue en abril de 2005 cuando Mono Azul sacó de nuevo a la luz la historia en la que Oyarzábal se reconciliaba con su pasado a través de Diana, una joven que descubre el horror de la Guerra Civil. El libro se publicó con un breve prólogo de Jorge Martínez Reverte, autor de La batalla de Madrid.
Uno de los fragmentos retrata el ambiente pavoroso del Madrid asediado por las tropas franquistas. Un Madrid de cielos ceniza, estremecido por la muerte y el hambre: «¿Dónde vamos ahora?, preguntó la desconocida cuando el coche hubo recorrido la Gran Vía, la calle de Alcalá y penetrado en la plaza de la Cibeles, dominado por el enorme Palacio de Comunicaciones que se alzaba desdeñoso sobre todos los demás edificios de aquel lugar: el Banco de España, el Ministerio de la Guerra y el Palacio de Linares, que con Correos completan el círculo en cuyo centro la estatua de la Cibeles, defendida, a la sazón, contra los bombardeos por una coraza de cemento y ladrillo, justificaba el apodo de ‘linda tapada’ con que los madrileños la habían bautizado».
El título –En mi hambre mando yo– parte de un hecho real que ocurrió en la Alpujarra granadina y que Fernando de los Ríos le contó a su hija Laura. Isabel lo sitúa en un pueblo malagueño. «En mi hambre mando yo» fue la respuesta de un campesino a la coacción de un cacique para que votase. El hambre era lo único que poseía.

Publicado en EL MUNDO el 19 febrero de 2007.

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