Guillermo García Jiménez relataba en su libro “Lamento campesino” los trágicos recuerdos de la mal llamada Guerra Civil en Alcalá de los Gazules. Ya hoy está suficientemente claro. No hubo ninguna guerra en Alcalá, solo hubo represión y asesinatos.
TEXTO: J. Carlos Perales Pizarro.
Microbiografía: www.todoslosnombres.org
Hoy conocemos, aún más y mejor, con más datos y testimonios -el miedo ya va desapareciendo- las barbaridades que se cometieron. Hoy conocemos los asesinatos cometidos, las torturas practicadas… Hoy conocemos más: las fosas empiezan a hablar, los muertos de las cunetas, los desaparecidos, las violadas, las rapadas a cero, las humilladas, algunos de los párrocos que confesaban a los que iban a fusilar hablaron y escribieron (su arrepentimiento quizás les obligó a escribirlo y contarlo), los arqueólogos, los forenses, las asociaciones de familiares, la propia administración con Decretos y resoluciones, los testigos… Definitivamente, esta batalla está ganada. Definitivamente, los que murieron en aquellos momentos, la madre de Guillermo entre ellos, han ganado también su batalla: murieron por la sociedad que hoy tenemos.
Ana Jiménez era madre del presidente de Izquierda Republicana, Joaquín García, maestro de escuela y líder de Izquierda Republicana, que tras toda una vida en el exilio, volvería a España para morir, prácticamente, para morir. Esposa de Antonio García, dirigente de CNT. Este fue su único delito. Asesinada como represalia porque hijo y esposo habían huido. Detenida para tomarle declaración, una madrugada de agosto salió de la cárcel de Alcalá, no se sabe hacia dónde… Sería fusilada. Su casa y una tienda de ultramarinos que tenía en la calle de Los Pozos serían saqueadas.
Su trágica historia ha sido de las más silenciadas (quizás por avergonzarnos) Incluso a su propio hijo, Guillermo, le costó poder escribirla. Tras el golpe de estado, su marido y su hijo Joaquín, temiéndose la represión tan atroz que iba a llegar, huyen y se esconden durante algunos meses en los montes cercanos de Alcalá. Hemos sabido, gracias al testimonio de la que era una niña en aquellos años, que durante los primeros momentos, estuvieron escondidos cerca de Alcalá, refugiados en casa de esa niña, que ahora de adulta, lo recuerda y lo cuenta por primera vez.
Ana, junto a su hijo pequeño, Guillermo, se marcha a Patriste, al Molino de Fernando Alex y Barbarita Costilla. Desde allí, de vez en cuando, se desplazaría a Alcalá a recoger víveres de su tienda de comestibles, situada en la calle de los Pozos. Sobre el 15 de agosto, sería detenida para ser interrogada sobre el paradero de su marido e hijo. Probablemente, a la madrugada siguiente, saldría camino de Medina o de algún siniestro lugar donde fue fusilada; según la información de que dispongo en algún lugar camino de Arcos, antes de la llegada a la Junta de los Ríos.
He hablado del tema con “Juana la Rubiana”, la que fuera su amiga y vecina; me contaba que fue a visitarla a la cárcel de Alcalá, que se encontraba un poco “maluquilla”, esas eran sus palabras; que incluso la mujer de Diego el carcelero, una buena mujer, le había preparado una infusión de algo. Al día siguiente, Juana la Rubiana, volvería por la mañana a la cárcel para llevarle algo para el desayuno. Ya no estaba allí. Esa madrugada salió de la cárcel no sabemos en qué dirección. Ya no volvería más. Al igual que otros muchos haría el mismo recorrido: desde la cárcel, calle Cádiz abajo, hacia Diego Centeno, donde algún siniestro camión la recogería para llevarla a la muerte.
Su historia ha sido de las que más ha impactado siempre en nuestra localidad. No solo por ser mujer, madre y esposa. Su único delito, ya lo hemos comentado, ser esposa y madre de personas progresistas. Como represalia, porque estos habían huido, fue asesinada.
Tantos años de silencio han dado para muchos rumores. Algunos afirmaban que había sido denunciada por tener en su casa una bandera republicana; según comentaban otros, por un albañil, que debía algún dinero en la tienda. Hoy, cualquier motivo puede parecernos increíble. En aquellos meses y años de salvaje represión podía ocurrir cualquier cosa.
No siendo suficiente su asesinato, su casa y su tienda de ultramarinos fueron saqueadas. Son muchas las personas que recuerdan un camión en la puerta de su tienda cargando cosas. Hay testimonios más precisos que nos hablan, por ejemplo, de la balanza que tenía en la tienda, de los utensilios para la venta de aceite, etc. que fueron vistos en casas ajenas. No era el primer caso, ni sería el último.
Guillermo nos lo relataba así, en su libro, probablemente con un gran nudo en la garganta:
«Yo vivía en un oasis de paz y felicidad hasta el fatídico Movimiento Nacional. Después, los efectos de una represión feroz me convirtieron en un ser asustado, escéptico, contradictorio, zarandeado por un destino adverso que se cebó en mi familia (…) Mis padres tenían una tienda de ultramarinos en Alcalá, completada con un negocio de recova en Cádiz. (…)
Mi padre era miembro destacado de la CNT y como hombre templado y tolerante seguía la línea moderada de Ángel Pestaña. Mi madre era una mujer sencilla y virtuosa que solo entendía de labores de su hogar, totalmente desvinculada de los aconteceres políticos del momento. Mi hermano Joaquín (éramos dos hermanos) ejercía de profesor de Magisterio en San Fernando y era presidente de Izquierda Republicana en Alcalá. (…)
Aquel mediodía del 19 de julio de 1936, recuerdo que llegó a la tienda de mis padres, totalmente nervioso y desencajado, el joven Manuel Venegas, conocido popularmente por “El cantudo”. Mi padre se encontraba ausente, en el campo; mi hermano en casa, enfrascado en la lectura del diario “El Heraldo de Madrid”. (…)
-Joaquín-le dijo-, los señoritos acaban de apoderarse del Ayuntamiento y están quitando las hachas a una cuadrilla de corcheros que están llegando al pueblo de la finca El Jautor. Un grupo de gente de derechas va por la calle real gritando: ¡Viva España!
En aquel momento mi hermano tomó el libro y en mangas de camisa (para no llamar la atención y como tenía por costumbre de hacer muchos días del verano, yéndose a leer bajo la frondosa arboleda del monte Larios) salió por la puerta trasera de nuestra vivienda, tomando el camino del indicado monte para esconderse y otear desde aquellas alturas el desarrollo de los acontecimientos.
Mi padre y mi hermano continuaban ocultos. (…)
Acompañado por mi tío Alfonso y con mis tías Manuela y Francisca y sus hijos, mi madre recogió los enseres imprescindibles para pernoctar en el campo, y nos encaminamos para el huerto de Gaspar. (…)
Al día siguiente tomamos nuestros bártulos y continuamos camino rumbo al Molino de Fernando Alex y Barbarita Costilla. (…) Allí se refugiaron también varias familias del pueblo buscando acomodo en las habitaciones del recinto. (…)
Permanecimos con ello aproximadamente un mes. Desde la finca la Bobadilla, y por atajos y vericuetos que él conocía, mi padre llegó hasta las proximidades del molino. (…)
Allí se entrevistó con mi madre y conmigo, y entre las cosas que hablaron recuerdo que él exhortaba a mi madre a que huyésemos los tres hacia la aldea de la Sauceda, donde sabía que ya se encontraba mi hermano. Mi madre se negó, primero por no dejar abandonados a sus hermanos, y segundo porque no creía que los sublevados se iban a vengar de una mujer inocente y enferma. Esta decisión fue fatal para ella. Nos abrazamos llorando los tres, y ya no volvía a ver a mi padre hasta el final de la guerra, cuando regresó de la zona republicana.
Mi madre, acompañada de una de mis tías y el marido, giraba visitas al pueblo y en una caballería de nuestra propiedad recogía de nuestra tienda los comestibles y artículos necesarios para atender a las necesidades de los miembros de nuestra familia.
En uno de aquellos viajes, alrededor del 15 de agosto, mi madre no regresó al molino. Había sido detenida y encarcelada con el pretexto de «tomarle declaración» sobre el paradero de mi padre y de mi hermano, según dijeron a mi tía. Una noche fatídica salió de la cárcel de Alcalá y …».
Guillermo, llega a terminar su relato acusando, aunque sin nombre, al asesino de su madre:
«… mi casa fue desvalijada. Los artículos de la tienda y el mobiliario del hogar fueron a parar, entre otros saqueadores, a la casa de un obrero que se había sumado a los rebeldes y que con sus delaciones envió a muchos idealistas alcalaínos al paredón».
Con toda seguridad, Ana, Guillermo, Joaquín, Antonio, esta historia no volverá a ocurrir. Hemos conquistado ya, la hemos afianzado lo suficientemente bien, la sociedad por la que miles y miles de ciudadanos progresistas, como vosotros, lucharon, pacíficamente, en las urnas, con el voto y la palabra, sin armas, sin balas, sin silencios rotos por disparos en las madrugadas.
Con toda seguridad, Ana, nunca entendiste porqué te detuvieron. Nunca entendiste porqué y para qué te sacaban de la cárcel de Alcalá, de madrugada o de noche, a escondidas. Nunca entendiste, nunca podrías imaginar que te iban a matar. Probablemente, Ana, nunca entendiste qué pasaba.
Hoy, a 68 años de aquello, aun a nosotros nos cuesta entender aquello. A medida que conocemos más datos y detalles, más nos cuesta.
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