‘Succession’ es de esas series que se superan temporada a temporada. El final de la tercera nos ha dejado, como siempre, noqueadas y ya hay acuerdo para la cuarta. Es como asistir como espectadora a un combate de boxeo caníbal, sucio y guarro, que hasta puedes salpicarte de barro y sangre. Es lo que tienen las luchas de poder dentro de la familia Roy, una familia supuestamente ficticia estadounidense, dueña de un conglomerado globalizado de medios de comunicación y entretenimiento, Waystar Royco. O cómo los tres hijos y una hija del patriarca Logan (Brian Cox) se pelean por la sucesión en la empresa, aunque, de momento, nadie gana salvo el viejo, que nunca les da lo que anhelan, reconocimiento. Y es que, hagan lo que hagan, ninguno ni ninguna llegan a superarlo en falta de escrúpulos, cinismo y puñaladas traperas, aunque estén ya bien servidos.
Se pueden hacer muchas lecturas de este drama con tintes de comedia negra, algunas veces hasta hilarantes, con varios Emmy y Globos de Oro en su haber y que no es desde luego un ‘Los ricos también lloran’. No podemos sentirnos representadas por esta familia asquerosamente rica que participa con naturalidad en la elección del próximo presidente de los USA, viaja en jets privados por separado como quien se pega una vuelta y se va de rositas ante las graves acusaciones de abuso sexual, ilegalidades e incluso asesinato en su línea de cruceros. Cuesta empatizar, por tanto, con la tragicomedia del terrible patriarca y sus hijos, todos ellos privilegiados cínicos y despiadados, como lo es la élite a la que pertenecen. Y como lo es el capitalismo neoliberal que representan y, eso es lo desasosegante, que es bien real.
Porque ‘Succession’ es capitalismo puro, salvaje, atroz, egoísta, donde todo vale, violento hasta hacerte sentir incómoda. Que la guerra se desarrolle en los despachos de Wall Street no lo hace menos terrorífico, porque constatamos su impunidad y su reino desvergonzado entre todos los demás, caiga quien caiga. Y si tiene que caer alguna cabeza de la propia familia, cae. Es más, es el patriarca transmutado en el Abraham bíblico quien la sacrifica al dios del capital, sin piedad. Esa fría asepsia de la corporación, esa incapacidad de gestión emocional de la prole educada en internados y marcada por la ausencia paterna y el desapego materno, falta de amor al fin y al cabo, se llaman deshumanización y avaricia. Caemos en la tentación, a veces, de lamentarnos por esos hijos e hija que no pueden matar al padre y que constatan, batalla a batalla, que él es el más fuerte, la única autoridad cuyo reconocimiento anhelan. Al fin y al cabo, quién no conoce a un patriarca castrador y endiosado.
’Succession’ es también, por supuesto, patriarcado en estado salvaje. No hay episodio en el que la palabra polla no esté presente en las bocas de los protagonistas, sobre todo del padre y de Roman (Kieran Culkin), el benjamín. Shiobhan (llamada así en plan serio) o Shiv (Sarah Snook), para que la tomen en serio como rival en la sucesión, también adopta el lenguaje falocrático (y las maneras). Cuando se usa la palabra coño, por parte también de Logan y Roman, es para descalificar, señalar, marginar, humillar. El patriarca humilla a todos, pero a su ‘peque’ Shiv le reserva un amor-desprecio especial, aunque no llegue a sentirse traicionado, eso se lo reserva al heredero natural, Kendall (Jeremy Strong), un drogadicto y egomaníaco con crisis existencial. Roman, el matón de pocos escrúpulos y arrolladora personalidad, se cae también de la carrera por pervertido. Connor (Alan Ruck), en realidad el primogénito, otrora gurú del mindfulness y aspirante a presidente, siempre ha estado fuera de la guerra fratricida. Así que, en principio, Logan prefiere a un gurú tecnológico en chándal y deja fuera a sus hijos, que se unen por fin contra su padre y pierden.
Pese a que la única hija parece la más capacitada para sucederlo (es la única de los hijos con una carrera profesional anterior prometedora que deja por los deseos de papá, que se situó entonces en el extremo opuesto a la ideología de papá), su padre no acaba de fiarse de ella tampoco. Logan la mira con la misma condescendencia con que el patriarcado mira a las mujeres cuando quieren romper el techo de cristal. De momento, y tras sacrificar su independencia de la familia de la primera temporada y cambiar de imagen a partir de la segunda para que la tomen en serio, se niega a asumir que no hay lugar para ella en el negocio familiar y encaja y reparte puñaladas como cualquiera de los demás. Sus intentos de alianzas con otras mujeres en similar situación no salen adelante. Lo de la maternidad no lo tiene muy claro.
No la hace más simpática comprobar cómo comparte rasgos con su padre en su evolución. Es una privilegiada blanca y ambiciosa, acostumbrada a tener lo que se le antoja, aunque es de justicia reconocer que el personaje tiene aristas que lo hacen más complejo y por tanto más humano. Muy bueno su particular ajuste de cuentas (sin saldar) con su madre Caroline, ex de Logan, en la boda de esta en Italia. Pagará caro también su predisposición a a infravalorar a los que no son de su clase social, incluido su marido Tom (Matthew MacFadyen), al que trata como una especie de bufón real. El alto y gris primo Greg es otro bufón impredecible.
Y ‘Succession’, es, por encima de todo, un recordatorio de que la familia, disfuncional porque ¿acaso hay alguna familia happy?, se creó y sigue siendo, una unidad de producción capitalista y patriarcal. El lugar donde el poder se transmite de generación en generación, alrededor del padre de familia y donde se nos ha confinado desde hace siglos a las mujeres, con pocas opciones de escapar. Es lo que no he podido dejar de ver entre el barro y la sangre medáticas de la familia Roy.
Comentarios: Sin respuestas