El Día del Libro que se celebra hoy es la excusa perfecta para hablar de una de nuestras pasiones, la lectura. Nos hemos preguntado cuándo empezamos a leer y qué, y al intercambiar recuerdos, nos hemos dado cuenta de que siempre nos gustaron los libros con protagonistas mujeres y, por supuestos, libros creados por mujeres. Este es nuestro pequeño homenaje a todas ellas, aunque hemos hablado sólo de las que se nos han metido en la piel, entre lectura y lectura. Ojalá lo disfruten.
Gracias/ Fátima
No recuerdo cuándo comencé a leer porque, realmente, me recuerdo siempre leyendo. Leía todo lo que caía en mis manos, por suerte, de una biblioteca en casa que a mí me parecía inmensa. Gracias también a mi padre que me traía, esta vez de la Biblioteca Municipal, día sí y día también, los libros de Gnid Blyton Los cinco y Los siete secretos. Pasaba las páginas vorazmente con tal de saber qué les ocurriría a esas chicas y chicos, un poco mayores que yo, y que les pasaba de todo. “Qué suerte”, me decía con cierta envidia, sobre todo por aquellas chicas que viajaban, tenían aventuras, se divertían y bebían, de vez en cuando, cerveza de jengibre. Si ellas lo hacían, algún día lo haría yo.
Avanzamos unos años para encontrar mi primera lectura feminista con Nada, de Carmen Laforet. Sí, sí, feminista. La historia está contada desde la perspectiva de Andrea, una adolescente, como yo entonces también, que se muda a Barcelona porque quiere estudiar en la universidad en época de posguerra. Tímida, introvertida, con muchos miedos, pero que se atrevió a vivir sus sueños a pesar de los muchos condicionantes por ser mujer… No cuento más. Pero aquella Andrea me cautivó, como la propia autora cuya vida también ofrecería paralelismos en cuanto a conquistas en un mundo de hombres. Pequeñas grandes historias que me hacían pensar que si ellas podían vivirlas, yo también.
Llegó el turno de otra Carmen (Martín Gaite) y su Lo raro es vivir, con esa capacidad infinita de trascender lo cotidiano, las historia de una hija, Águeda, que acaba de perder a su madre. Dos mujeres nuevamente protagonistas de una historia. ¿Podría ser eso posible? Y tanto que sí. Se podía contar una historia de una mujer, de varias mujeres, donde ellas tuvieran la voz cantante de sus vidas, donde pudieran dudar, sentir, estar, ser ellas mismas sin sombra alguna salvo la de sus propios pesares. Dí, por tanto, un paso más en mi visión del mundo. Mi vida, pues, también era interesante e importante, al menos para mí. Yo era la protagonista de mi vida y no nadie externo. Guau, menudo descubrimiento…
Pero tocó a mi puerta, también en la adolescencia, Ana María Matute; y Olvidado Rey Gudú me abrió de nuevo la mente. No era El señor de los Anillos de Tolkien, no, con sus elfas y damas que sabían blandir espadas y matar a señores oscuros, pero un mundo de fantasía -creado por una mujer española, nada menos, mujer de posguerra, mujer real, tangible, valiente, singular…- apareció ante mis ojos. Y, entre sus páginas, princesas complejas, que no precisaban ser salvadas u Ondinas, que eran muchas mujeres y ninguna, pero buscaban, encontraban y perdían y ganaban porque se arriesgaban, se ganaban mi simpatía. Y ahí pensé que igual yo también podría contar historias de mujeres interesantes y no solamente leerlas.
Más compleja, y más adulta era yo, fue para mí la lectura de El dios de las pequeñas cosas. Mentalmente le cambiaba ‘dios’ por ‘diosa’ pero, igualmente, el título me parecía magistral. Arundhati Roy y su exquisito y sutil realismo mágico, como el de Isabel Allende y toda su bibliografía al otro lado del mundo, revelaban divorcios, adulterios y lealtades, más allá de este mundo, de mujeres que hicieron lo que no se esperaban de ellas. Mujeres libres (o consecuentes) a pesar de todo. Y, entonces, aprendí que merecía la pena luchar por mis objetivos e ideas aunque nadie más creyera en ellas.
Me dejo muchas historias en el camino e infinitos nombres de mujeres que tanto, sin saberlo, me han enseñado e inculcado mi amor por la literatura. Pero en este día del libro sirva estas líneas como homenaje a ellas y a su pluma.
Libros, no sin mujeres/Juana
No recuerdo exactamente cuándo aprendí a leer, pero sí sé que fue muy pronto. Fui precoz hablando, leyendo y andando, que no en lo demás. Había libros y revistas en casa y yo las leía. Naturalmente, no entendía todo lo que decían esas páginas que a mí me gustaban por el tacto y el olor. Pero leía. Me compraron muchos cuentos, los coleccionaba y pedía como regalo de cumpleaños y se convirtieron en una gran pasión, junto con los recortables, papel también.
Un libro ilustrado que me impactó de niña fue la historia de Juana de Arco, no recuerdo editorial ni autoría, ni lo he vuelto a ver. Las ilustraciones eran en color y había tanta pasión en la historia trágica de esa mujer a la que quemaron por bruja y más tarde santificaron, que me pasé días enteros con esa historia en la cabeza. La fijación por Juana, no sé si por el nombre, me llevó muchos años más tarde, a ver todas las películas con ella de protagonistas, mudas, sonoras, en blanco y negro y en color.
No era ni adolescente cuando cogí Ana Karenina (León Tolstoi), un libro de mi padre, por entonces socio de Círculo de Lectores y lo leí. No era una edad para entender todo lo que leía, pero la historia de Ana me cautivó. No era una heroína guerrera esta vez, era una mujer adúltera que renuncia a todo por amor, hasta a sus hijos, porque se ahoga. Cada vez que viajo en tren, y lo hago mucho, me acuerdo de las mujeres como Ana. Con el tiempo leí otras historias trágicas, las de Emma Bovary (Gustav Flaubert), o las de la Regenta (Leopoldo Alas Clarín), pero para mí estaban desvaídas por la primera, por Ana.
El primer libro libro que me compraron, y que aún conservo, es Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. De ese tiempo también es Mujercitas y su segunda parte (Louisa May Alcott). Una segunda parte que me desconcertó, porque no asimilaba bien que las hermanas March (de cada una me gustaba algo) acabaran casadas y tranquilas. ¿Dónde había ido a parar la rebeldía de Jo?
Con la literatura me pasa como con las películas, si no hay mujeres, me aburren, me cuesta verme representada en un mundo sin nosotras. Hay novelas donde las mujeres no son a priori las protagonistas, pero sin ellas no se puede concebir la historia. Siguiendo con los clásicos rusos, me quedo con Grushenka en Los hermanos Karamazov (Fiodor Dostoyevski), y con Lara de Doctor Zhivago (Borís Pasternak). En ambos casos les pongo las caras de Maria Shell y de Julie Christie. La Catherine de Cumbres borrascosas (Emily Bronte) también me gustó, más que Emma (Jane Austen), o Jane Eyre (Charlotte Brontë). Y siempre me quedé con la condesa Olennska de La edad de la inocencia, de Edith Wharton.
Y qué decir, aunque francesa, de Milady de Winter en Los Tres Mosqueteros, de Alejandro Dumas (Lana Turner por siempre en su versión cinematográfica). Una mujer marcada a la que no se le perdonará jamás su osadía y que, es cierto, es fría y malvada. Pero nadie la ha superado nunca en cómo enfrentarse a la muerte, mucho menos los tres mosqueteros y D’Artagnan. Francamente, la historia decae bastante en la continuación de las aventuras de estos cuatro (cuatro volúmenes más).
La mayoría eran historias de mujeres contadas por hombres. Con el tiempo llegaron otros descubrimientos, otras autorías. La mujer habitada de Gioconda Belli me abrió a otras mujeres fuera del canon occidental. Colette y Anais Nin me adentraron en la literatura erótica. Aún persigo el misterio de El bosque de la noche, de Djuna Barnes. A Sylvia Plath y Anne Sexton. Y Doris Lessing ha sido una de mis autoras más buscadas desde que leí El cuaderno dorado, mucho tiempo después de que saliera a la luz.
A estas alturas no sorprenderá a nadie que las prefiera intensas, complejas, contradictorias y rebeldes. El otro día lo hablaba con amigos, el papel de las mujeres en los literatos nacionales realistas como Galdós, Blasco Ibáñez, Torrente Ballester o Emilia Pardo Bazán, a los que leímos en el colegio e instituto. Son mujeres poderosas, con aristas, que se han grabado a fuego en mi memoria.
A todas ellas, mi pequeño homenaje en el Día del Libro.
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