Cuesta mucho enfocar desde el feminismo un fenómeno como el de la Semana Santa sevillana. Fenómeno, porque mal que les pese a algunos que quisieran reducirlo a sus miras e intereses, es complejo, contradictorio, se sale del corsé interpretativo religioso e inunda las calles, año tras año. En este fenómeno hay para todos los gustos, como puede verse y leerse en estos días en medios de comunicación y redes sociales. Pero lo que no encuentro por ningún lado es una reivindicación del papel de las mujeres en esta Semana de Pasión (y de sus preparativos durante todo el año).
Se reivindica en estos días el carácter popular y callejero de la Semana Santa. Los recuerdos que se te quedan grabados en la infancia y vuelve a evocarse una y otra vez. Su carácter pagano, de ‘excusa’ y de exaltación de la primavera. Sus raíces históricas populares silenciadas. Se critica, por otro lado, la militarización, el patrioterismo reaccionario, la apropiación eclesiástica, el clasismo. Pero ¿dónde están, estamos, las mujeres en esos discursos? En la retaguardia, como (casi) siempre.
Toda esta escenificación social, entre otras muchas cosas, que es la Semana Santa en Sevilla, y que tiene mucho de teatral, reduce a las mujeres a papeles secundarios pero imprescindibles para que todo salga conforme al plan trazado. Hay algunas de ellas, muy pocas, en puestos visibles durante las procesiones. Hay hermandades que presumen de seguir cortándoles el paso para participar como sus compañeros varones. Hay excepciones, sobre todo en las hermandades de los barrios, pero en la casa hermandad, como en la iglesia, las mujeres no asumen un rol protagonista. Como no soy capillita, no es mi revolución, pero ahí lo dejo.
Donde sí se ven las mujeres es en las calles, por supuesto. Engalanadas, siguiendo todavía la costumbre de estrenar en Domingo de Ramos, respirando la primavera, sintiéndose partícipes de un sentimiento colectivo, usando las procesiones como excusa. Esa es la Semana Santa que yo conozco y a la que he vuelto la espalda durante muchos años, quizá cayendo en el tópico intelectual izquierdoide que simplifica y desprecia lo que no conoce. Con el tiempo he ido aprendiendo que si perdura es porque cumple una función social. Y no solo para las clases pudientes ni para la iglesia.
Así que reivindiquemos ese carácter popular, inevitable, que quieren invisible. Pero reivindiquemos además el papel de las mujeres en él y no solo como maniquís con mantilla, ni como vírgenes dolorosas. Reivindiquemos también nuestras raíces negras (en doble sentido, de color de piel y de ideología). Saquemos a Queipo de la basílica de la Macarena. Y al coño insumiso cuando nos de la real gana.
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