Más de 200.000 personas chinas viven en España y, aún así, siguen siendo un misterio para la gente de aquí. Silvia Rey continúa la senda de su cortometraje homónimo ‘Habitando’ (como el fantasmita socarrón de la voz en off) un centro de mayores chino en Madrid, con destellos de humor absurdo, donde vive su edad dorada una generación que migró en los 80, habiendo vivido la Segunda Guerra Mundial, la revolución de Mao, el boom económico español y la crisis. De la mano de uno de los jubilados, Chen Jianguo (nombre que significa “Fundador de la República”), además visitamos la China que, mentalmente, nunca abandonaron, y sus extravagantes parajes.
TEXTO: María Limón Navarro.
Nos encontramos con la directora Silvia Rey en el hotel Sevilla Center, sede del Festival de Cine Europeo de Sevilla. En primer lugar le damos la enhorabuena por el recorrido de nominación a los Goya y los premios de Documadrid, entre otros, por el corto dirigido por ella que lleva el mismo nombre, Wan Xia, y del que luego ha derivado este documental largo del que nos sentamos a hablar, y que se encuentra seleccionado dentro del Festival en la sección Las Nuevas olas.

–¿Cómo surge este proyecto tan singular que, al final, se convierte en un proceso de mucho tiempo?
–Desde el principio mi idea era hacer un largometraje, pero esto fue hace siete u ocho años y no se sabía nada de la comunidad china y, fíjate, que todos los productores con los que hablaba me decían que iba a ser imposible que se financiara este proyecto, y que nadie en España iba a querer verla; así que, al final, tuve que hacérmelo por mi cuenta, y lo que conseguí fue hacer un cortometraje con algunas imágenes que había grabado, para mostrar como una especie de teaser.
– Y, al final, ¿cómo acabas en un centro de mayores chino de Usera en Madrid? Hay muchos prejuicios en torno a los chinos que, como has mencionado anteriormente, a priori, parecen cerrados.
–Son súper cerrados y no es fácil acercarse a ellos. A mí siempre me han llamado la atención, desde que era joven, la cultura china y japonesa; era como lo más desde los 90 y llegó muy fuerte para nuestra generación. Siempre me ha encantado la tradición del año nuevo chino y quería grabar con población china pero bueno, vas a la tienda de chinos y son muy cerrados, casi no te pueden decir ni de dónde son; pero, de repente, conocí a una masajista a través de un contacto que me había dicho que vivía en Usera, que es una especia de Chinatown. Y claro, cuando fui, pues flipé. Y le pregunté sobre cómo celebraban el año nuevo chino y me comentó que hacían algo especial en la plaza del barrio, y me lancé.
Había como cinco ancianos, cuatro fotógrafos, y una tele. El grupo de la celebración hizo su performance y ya, cuando todos los medios se fueron, es ahí donde me gusta a mí estar, en ese después. Eso es lo que tenemos los documentalistas, que somos muy pesados, hasta que no nos echan, ahí nos quedamos. Yo les fui siguiendo por las calles de Usera y, finalmente, se metieron en este centro, y vi que en vez de echarme me dieron agua y que me invitaban a comer con ellos. Y claro, ya ahí vi la celebración china y me dije: esto es una película. Ahí los veías muy abiertos, simpáticos, borrachos, las mujeres gritando de alegría, o sea, un fiestón. Un fiestón de gente de la tercera edad en la que estaban contentísimos de que yo estuviera.
Pero luego vino la segunda parte, cuando me acerqué de nuevo con una cámara, una tarjeta para explicarles quién era yo, y qué quería hacer, pero me encontré que allí nadie hablaba español. Y ahí me di cuenta del gran problema: necesitaba un traductor 24 horas. Y resultó que tuve la suerte de que un amigo cineasta tenía un alumno chino en Elche y que estaba estudiando documental en la ECAM. Fuimos con él a Usera y en el camino se puso a llamar a todos sus contactos, porque para entrar allí y ser bienvenido en el centro para el proyecto, tenía que haber una especie de aval de relaciones de personas chinas que se conocieran. Y surgió ese contacto milagroso, y fue cuando obtuvimos la bendición para acceder. «Ya podéis venir cuando queráis».
–En el largo se ve cómo los propios chinos, al ser grabados, comentan lo del premio del corto y de las condiciones de la grabación. ¿Hay una parte de metadocumental?
–Bueno, es que entre que grabamos el corto, nos dieron el premio y, además, ya habían pasado tres o cuatro años, que muchos ya ni se acordaban de nosotros. Yo recuerdo que fui con una botella de champán para celebrar la nominación al Goya, y me mandaron a casa porque estaban jugando al mayon. «Vuelve otro día», dijeron. No le dieron mucha importancia. [Silvia se ríe al recordar estas anécdotas]. Los que sí eran más conscientes eran los que habían participado en el corto y se vieron en pantalla. Y ya después, al llegar con una producción mucho más grande, todo estaba hecho para la película y no como la primera vez que había cierta ingenuidad. Aquí ya era: «a ver, se está grabando una película, tenemos que enseñar lo mejor de nosotros mismos». Y yo entendí que esa era la trama: cómo ellos veían cómo un grupo de españoles querían hacer una peli que supuestamente era importante, aunque no entendieran muy bien que es esto de los Goya, pero que la va a ver gente. También ha sido una oportunidad para el protagonista, que ha pasado 40 años en España sin hablar español y cero integración, que la gente que ha comido con él y no sabe nada de él, pudiera conocer su historia. Entonces esta película es la ilusión, la ilusión de grabar de nuevo, pero dándole la oportunidad de enseñar cómo es su ciudad natal y de dónde vienen.
–En este punto hay que aclarar que aparte de reflejar la preparación de la fiesta en el centro de mayores del nuevo año chino, se trataba de viajar a Chingtian, y que el protagonista viajara hasta allí con vosotros y relatara todo eso. Y grabar el atardecer que esa palabra se traduce en el nombre de este documental, Wan Xia.
–Sí, para ellos la tercera edad, la vejez, es el atardecer, la parte más bonita del día. Para ellos es el mejor momento de la vida, como sus vacaciones cuando ya de repente no tienen que trabajar, y solo tienen que divertirse. Y por eso esa luz allí, la del ocaso, era tan importante.
–Y también reflejas muy bien en ese viaje, entre otras cosas, cómo era el país para él, como fue la revolución de Mao, que es un testimonio impagable. ¿Qué es lo más te impactó del país y su cultura?
–Mi primer shock ya fue con el corto. De repente me llegó la traducción de lo que había pasado en el rodaje. Y flipé porque no entendía nada [se ríe] y ya he tenido que ponerme a estudiar la cultura china para poder entender el por qué una persona que, por ejemplo, era el mejor agricultor, lo hacen como una especie de juez, además de ciertos saltos históricos donde no entendía nada. A lo largo de estos años, y tras mucha lectura, he ido comprendiendo muchas cosas.
Pero yendo al viaje, lo que más me impresionó es que Qingtian era mucho más rica que Madrid. Parecía la Benidorm española. La llamaban Pequeño Shangai. Y claro, piensas que la ciudad de origen de donde viene esa gente que ha migrado, y que aquí a duras penas es clase media, se encuentran con una ciudad riquísima. Te das cuenta cómo ha cambiado el país en los últimos 20 o 30 años. Muchos, de hecho, habían decidido volverse, y era curioso cómo se vivía allí la convivencia de muchos chinos que habían residido en Europa y tenían réplicas de todo eso al haber sido personas migrantes. Y donde se habla el español e italiano con facilidad. Ellos me querían ayudar a hacer la película y ofrecían material y cámaras mejores, ya que allí actualmente el nivel de vida es altísimo. Yo me sentía que venía del país pobre. Y en verdad, sí.
–Pero antes cuéntame lo que sucede en el centro de Madrid, donde han dejado a cargo de todo a una subdirectora, una mujer madura, que tiene las cosas muy claras.
–Si, ella había tomado las riendas, muy determinada con todo, y creo que estaba un poco sobreactuando para la película, pero era bastante así, tenía mucha mucha personalidad. Estaba todo el rato como regañando a todo el mundo, con la limpieza y con el orden. Y una cosa que me sorprendió mucho, y que no lo había captado cuando había grabado en los años anteriores, era ese discurso feminista que estaba allí en el centro. De repente empieza a decirles ‘ya estamos hartas de que seamos siempre nosotras las que nos encargamos de la limpieza’ y que este año hay que colaborar. Ahí pensé que sí, que algo del discurso que tenemos aquí (igual también existe ese discurso en China, no lo sé) les ha calado.
Y, por otra parte, el baile, cómo se refleja en el docu que lo protagonizan las mujeres. Esto es una tradición que está pasando en China y que han exportado ellos aquí y que le llaman “bailes de pueblo o plazas” o algo así. Al principio, a primera hora del día los mayores se ponían a hacer thai chi, en el rio, en las plazas, pero poco a poco las señoras empezaron a poner música a tope y a hacer coreografías y a bailar. Y ya lo han pasado al resto del día. Me contaron que había una polémica porque existía un empoderamiento de las mujeres mayores en China, que tomaban la plaza, tomaban el espacio público. Y algunos protestaban diciendo que la música estaba muy alta, molestaba, estaban muy cerca unas de otros, y que era un poco exagerado. Y eso mismo lo habían trasladado en el centro de Usera. Mujeres, no tan mayores, habían pedido un especio en el local para hacer coreografías y bailar ya que, además, allí hay espejos. Al final estaban los ancianos un poco mosqueados porque se pasan el día bailando y ese centro se supone que es para hacer otras actividades. En el documental sale cómo copian coreografías que están en internet y se disfrazan.
Los bailes en las plazas han generado un empoderamiento de las mujeres que han tomado el espacio público, y eso ha generado cierta polémica.
Silvia Rey
–Por último hay que destacar esa voz narrativa irónica, guasona, que es una fantasma, cuando la cultura china no cree en los fantasmas, y que le da un toque maravilloso de humor. ¿Cuál es el objeto de ese off tan especial?
–El fantasma es una mezcla entre mi alter ego, que al principio iba a ser yo la que contara todo lo que había pasado antes desde el corto, y, por otro lado, esas frases que suelta el fantasma las he pillado de gente china más subversiva que va diciendo cosas como: “Quiero ir a Berlin y si no, que me corten la cabeza”, que arrojan otra visión desde ese humor. En general la mayoría a lo mejor son expresiones suyas como nosotros tenemos las nuestras pero me resultaba muy bizarro. De ahí el mostrar ese carácter más burlón, menos políticamente correcto, mas macarra, que pueden tener ellos.
–¿Pretendías en algún momento con este largo documental ofrecer una mirada distinta de la cultura china? ¿Y romper prejuicios?
–Mi principal objetivo, sobre todo, fue vivir yo esa aventura china, pero de cara al espectador lo que a mí me pareció más revelador fueron dos cosas. Yo que he admirado tanto esa cultura milenaria, la revolución comunista, y cómo no era capaz de relacionar todo eso con el señor de la tienda de ultramarinos. Y, a través de este trabajo, hacer esa conexión que te da la dimensión cultural, de verdad, de lo que es un emigrante. Y más en este caso de esos ancianos que vienen con una mochila tan interesante. Y, por otra parte, mostrar que sea esa luz del atardecer, que sea el mejor momento de la vida. Si hubiera sido algo triste yo jamás lo habría grabado pero es que ellos tienen mucha más vitalidad y alegría que yo a sus 80 años. Es algo tan para aprender. Quedan pocos días y nos tenemos que divertir todos esos días. Una cosa es más bella si dura poco o efímera y eso es muy de la cultura china o japonesa. Y una de las razones de esa belleza es porque después del atardecer no hay nada.
–¿Cómo valoras la presencia de mujeres documentalistas en el sector audiovisual?
Hay muchas documentalistas mujeres. ¿Dónde están los hombres? Están haciendo los largos, las series, están probablemente donde hay más dinero.
Silvia Rey
–A mí me parece a veces todo tramposo. De repente, cuando hice el corto, ese año todo eran mujeres haciendo cortometrajes. Entonces cuando yo veo ese discurso es… «ah no, es que tienen más calidad los de las mujeres». No, no es eso, es que los hombres ahora están haciendo largometrajes. Y ahora pienso ah, que hay muchas documentalistas mujeres. ¿Dónde están los hombres? Están haciendo los largos, están haciendo las series, están probablemente donde hay más dinero. Es una pena, pero creo que es así.
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