Resulta curioso: ¿qué ocurre cuando unes en un buscador las palabras “Semana Santa” y “mujer”? La profusión de imágenes y textos sobre el “traje de mantilla” parecen seguir siendo el rol que oculta otros papeles de la mujer en la Semana de Pasión.
Tiraré de recuerdos. Durante mi infancia, mujeres haciendo dulces, planchado túnicas, arreglando la casa los días previos, en un papel secundario y de trastienda. Se decía en aquellos programas de mano, “la Fe y la Verónica son las únicas mujeres que procesionan por las calles de Sevilla, en la Hermandad de Monserrat, el Viernes Santo”.
Las saeteras. Aquellas mujeres con voz de dardo prodigioso que callaban a la multitud con su trino acompasado. Y, como no, las impactantes madres y abuelas tras el paso de Jesús del Gran Poder, con aquellas bolsas de plástico sobre el pelo para evitar que la cera les salpicara. Y más mujeres acompañando a las cofradías de barrio: el Tiro de Línea, San Bernardo…
Durante mi juventud, llegó la decisión de la Hermandad de la Vera Cruz (Lunes Santo) que “permitió” las mujeres nazarenas. Después, la primera hermana mayor en Los Javieres, (Martes Santo), y la progresiva incorporación de nazarenas y penitentes en los desfiles procesionales.
Quién sabe cuáles serán los siguientes cambios… Sin duda, los habrá, y servirán para que la ciudad siga proyectando su imagen en el espejo donde se mira todas las primaveras. En estos tiempos, estamos viviendo la identificación de otras Sevilllas –sus barrios- con la seña de identidad de la que se han dotado: la Hermandad y su “día grande” de vísperas.
Mujeres y cofradías. ¿Y en otros tiempos? Aunque se haya echado el telón sobre los discursos “no convenientes”, sabemos que los cardenales de los Siglos de Oro prohibían reiterademente mujeres y hombres disciplinantes en las procesiones, lo que nos hace sospechar con fundamento de su existencia.
Así lo ratifica el estudioso Alejandro Guichot. En su ‘Cicerone Sevillano’, describe una antigua procesión de “El Silencio”. Las mujeres figuran tras la cruz de guía, y acompañan la procesión con sus rezos. Por tanto, memoria que no reflejó la historia oficial, pero que fue.
Y, de nuevo, recuerdos de infancia. Mi mente se va a los relatos que me contaba la persona de mayor edad en mi casa. Ella, que salía de mantilla el Jueves y Viernes Santo. La posibilidad de salir en compañía, con el negro como color de fiesta, para ver al “Cachorro” por el puente.
Me hablaba de la Macarena. “La única imagen que tenía cuerpo de mujer”, decía. La “humanización” del culto, tan propia de esta tierra. La leyenda del borracho que le tiró el vaso durante la procesión, contada casi como testigo presencial. La marca en la mejilla de la mujer más bella.
Y, junto a la Macarena, “la Roldana”, en una especie de dualidad humana y divina. Luisa Roldán, la mujer genial a la sombra de Pedro, su padre, el gran artista de finales del siglo XVII. Aquella escultura de San Fernando que, asegura la leyenda, tuvo que retocar la hija para que fuese aceptada y adquirida por el Cabildo Catedral.
La Roldana. Esposa de Luis Antonio de los Arcos. Aquel mal discípulo que contrataba las obras, se llevaba el adelanto del pago, y dejaba a mujer y suegro en la necesidad de acabar los encargos para no desprestigiar al taller.
Véase hoy la dulzura de determinadas imágenes (ladrones de la Exaltación frente al resto de figuras secundarias, el Jueves Santo), para comprobar la suerte que tuvo esta y otras hermandades con aquellos intentos de “estafa”. En su etapa sevillana, sin firmas que certifiquen la autoría.
Solo nos queda la certidumbre de su gubia maestra en imágenes secundarias -ángel de Montesión, los ya reseñados ladrones, además de algunos ángeles y cartelas de pasos-, y destacadas advocaciones: Virgen de la Estrella, de Regla, además de la posible autoría de la Macarena.
Aquella escultora genial que, sigue el relato legendario, esculpía demonios con el rostro de su marido. Que fue tras él en sus “espantás” gaditanas, sembrando de magníficas imágenes aquella geografía. Y, finalmente, Madrid. Primera escultora de la corte para dos reyes.
Recientemente, ha podido comprobarse en Sevilla la armonía existente entre la Roldana y Murillo. Dos almas delicadas, retratando a una madre y su hijo con ternura infinita en ambos casos. Pese a su brillantez, queda constancia de la penuria económica que la persiguió hasta su muerte.
La mujer y la Semana Santa. En la complejidad de mensajes que encierra esta celebración, pura arqueología de la ciudad: sin estratos ni capas, con elementos mezclados en armonía singular, y con diferentes niveles de profundidad en su significado. Popular y mestiza, barroca y romántica. Contemporánea, para terror de los tradicionalistas. Tradicional, para pavor de los contemporáneos.
La calle. Tras un Jesús humanizado, una mujer joven y divinizada, esperanza al llegar y nostalgia al marcharse, que cierra el protocolo de la procesión. Sensaciones que alcanzaremos en diferentes rincones y momentos, durante una semana que -según decían los antiguos-, cerraba la Soledad. La de Ella, tras la muerte de aquel hijo. Mensaje principal que el pueblo recogió de la Pasión.
Pepe de la cueva.
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