TEXTO: Coral Hortal Japón. Movimiento de Vida Independiente, Vida Independiente Andalucía.
Sabido es que en todas las catástrofes, naturales o no, los grupos humanos más vulnerables son los primeros que sufren las consecuencias y con mayor intensidad. En el caso del coronavirus esta regla se sigue cumpliendo a rajatabla. A pesar de la encomiable buena disposición general por hacer frente a la grave situación, a pesar de los mensajes tipo “no vamos a dejar a nadie atrás”, de los emotivos aplausos e incluso de ciertas medidas sociales tomadas por el Ejecutivo para afrontar el estado de alarma, no todos y todas estamos contando ni con la misma seguridad, ni con las mismas garantías para enfrentarlo.
Existen grupos que, por distintos motivos, están siendo más expuestos tanto a la infección como a la supervivencia en precariedad, aún más que en circunstancias “normales”. Dejando a un lado al colectivo de sanitarios y sanitarias, de méritos por todos conocidos y reconocidos, que están en el cuerpo a cuerpo en esta batalla, por no hablar de la importancia que están teniendo las y los trabajadores de los supermercados que nos abastecen, o los conductores del transporte público que permite seguir sosteniendo la vida, quisiera pararme en otros a los que creo que no se les está prestando la suficiente atención y que también son parte del tejido social, son nuestros vecinos y vecinas, nuestras familias, amigos y amigas o conocidos. Me refiero a las trabajadoras de los cuidados y a las personas usuarias de estos servicios.
Históricamente el sector de los cuidados formales ha sido y sigue siendo poco o nada reconocido, a pesar de su relevancia en la economía, en la sumergida y en la regulada. Además y sobre todo incide en la implementación de una serie de derechos humanos que son los que garantizan los principios de igualdad, justicia y solidaridad en la sociedad. Muchos de estos servicios son gestionados casi siempre por empresas que, no lo olvidemos, buscan un beneficio económico y no permiten la libre toma de decisiones de las personas usuarias y el control de la propia vida, como en el caso de los centros residenciales, añadiendo que no suelen cubrir todas las necesidades básicas, como sucede con la ayuda a domicilio.
Las personas del Movimiento de Vida Independiente venimos denunciando desde hace años por todo el Estado a quien nos haya querido escuchar, la falta de eficacia de estas opciones asistencialistas y sus consecuencias negativas de cara al empoderamiento y respeto por la dignidad y libertad de las personas destinatarias. Defendemos la Asistencia Personal autogestionada como única forma demostrada de mantener nuestra independencia, controlando nuestras propias vidas incluidas en la comunidad.
Aún así, somos conscientes del momento y aspiramos a poder seguir tener cubiertos al menos unos mínimos de supervivencia digna que nos permitan resistir en esta difícil circunstancia. No está siendo así. Es cierto que se permite el trabajo de cuidados a personas mayores y dependientes pero también lo es que no se están dando los medios para garantizar la seguridad de las dos partes de esta relación laboral. Como consecuencia, se producen restricciones de servicios que conllevan abandono a su suerte de personas que van a tener muy complicado el poder sobrevivir a esta cuarentena. En otros casos, se está haciendo palpable la indefensión de las personas institucionalizadas, mayores o personas con diversidad funcional residentes, con un número vergonzante de muertes en muy pocos días.
Al mismo tiempo, los trabajadores de estos centros están corriendo riesgos importantes para su salud. Mientras tanto, muchas cuidadoras que trabajan en los domicilios se ven lavando guantes con lejía o desinfectando mascarillas para volverlas a utilizar. Lo mismo está sucediendo con los asistentes personales de los programas de vida independiente, como es el caso del gestionado por Viandalucía. Así las cosas, la precariedad de las trabajadoras se enfrenta a la precariedad de las usuarias de manera que, o bien a las primeras se las retira o se retiran de sus puestos de trabajo, dejando en total indefensión a las segundas, que son el último eslabón de esta cadena de mercado, o bien se exponen juntas a los riesgos. Cualquiera de estas dos opciones es inaceptable. Urge tomar medidas para evitar contagios, muertes evitables y abandonos degradantes e inhumanos.
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