De entrada, no me gusta definirme desde la negación, así que no voy a considerarme por gusto una no madre. Con todo, me reservo el derecho a usar la palabra no, porque a veces tener claro lo que no quieres, es la mejor manera de aclararte en lo demás.
No estoy en contra de la maternidad, faltaría más, solo que no es para mí, como tantas otras cosas.
No soy madre porque sí, pese a la presión familiar y social que haya podido tener. Ya no tanta, porque se me ha pasado el arroz. Y sí, esa presión ha venido sobre todo de mujeres.
No tengo lo que se conoce como instinto maternal, ni me gustan los críos, ni me parece que se me den bien.
No he sentido el deseo irrefrenable de ser madre, ni tampoco de sentirme en modo alguno incompleta por ello. Es más, creo que si ha habido en mi una resistencia esta sí irrefrenable, ha sido a dejarme ‘invadir’ por la maternidad y que esta me engullera hasta pseudo desaparecer.
No quiero que la maternidad me defina como todo lo que soy o pueda llegar a ser. No quiero ser lo que se espera de mí, biológica o socialmente, por el hecho de ser una mujer.
No quiero ser una supermadre, con todas las exigencias que conlleva.
No quiero ser una mala madre, con todas las culpas.
No quiero ser una madre arrepentida.
No quiero tener que elegir entre mi profesión, mi militancia, o tener hijos. Ni tener que batallar contra la discriminación social y laboral de las mujeres por ser madres. No, no es país para madres.
No me siento sola en esto. Dicen las estadísticas que hasta un 30 por ciento de las mujeres nacidas en la década de los 70 no tendremos hijos. Tengo amigas que son madres y otras que no lo son, estas son bastantes por cierto.
Y claro que me lo he planteado alguna vez, y lo he consultado con alguna ya ex pareja, y he dudado sobre si estaba siendo egoísta, inmadura, rara, alérgica al compromiso, eso que nos llaman. “Te vas a arrepentir, estarás sola en tu vejez, nadie te va a cuidar, será tarde. Pero ¿por qué no quieres…?”.
Lo que no nos dicen es siguen haciendo falta brazos para seguir produciendo (la familia es una unidad de producción capitalista en su origen). Siguen haciendo falta nuestros brazos de mujeres, de madres, para cargar con los cuidados de toda la sociedad, y de gratis. Cuando se nos recuerda tanto que nuestra prioridad debe pasar por tener hijos, se está perpetuando una situación que al sistema le viene de perlas.
Asumo los cuidados, como todas, qué remedio. Y renuncio al poder de la maternidad, que es el único de los nuestros que veneran los hombres. El poder de dar vida, el mayor de todos. Poco se habla de la presión de ciertos hombres que son tu pareja para procrear, ‘poner la semillita’. A partir de ahí, la crianza suele corresponder a la que pare. Pero siempre somos nosotras, las mujeres, las que tenemos el reloj biológico.
Poco, creo, se habla también de las que son como yo. De las que no quieren ser madres. Porque sí. Porque no.
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