TEXTO: Sara Pinto Morales I CEO Brutal
Cada 11 de febrero celebramos el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia para poner en valor y darle visibilidad a ese trabajo que tantas científicas han hecho a lo largo de la historia, a la vez que promover la vocación científica en las niñas.
Aún teniendo un 8M, este día dedicado especialmente a las científicas sigue siendo de gran importancia, puesto que la ciencia es un ámbito en el que la mujer aún se sigue viendo infrarrepresentada. Según el informe “Mujeres Investigadoras 2019” del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), solo el 26,1 % del profesorado de investigación son mujeres. En el área de recursos naturales, este porcentaje se reduce al 12,03 % y en ciencias y tecnologías físicas al 14,10 %.
¿Por qué la mujer sigue teniendo tan poca representación en la ciencia? Existen muchos factores y motivos diferentes. Además del techo de cristal y otros obstáculos comunes a otros sectores, la historia dominada por el patriarcado creó un sistema de hombres para hombres en las universidades, cuna de la ciencia. Como consecuencia nos deja hoy en día con muy pocos referentes que permitan a una niña verse reflejada e interesarse por la ciencia. Y las que con esfuerzo extra consiguieron ser referentes, no han tenido la visibilidad que los científicos sí tuvieron.
En España, las mujeres no llegan a la universidad hasta final de siglo XIX. En 1872 cuando María Elena Maseras, tras solicitar permisos específicos, consiguió ser la primera mujer en España que se matriculaba en la Universidad. De esto hace ahora mismo menos de dos siglos, lo que viene a ser “antes de ayer”.
A partir de 1873 otras universidades comenzaron a admitir a mujeres, aunque no podían asistir a clase, la sociedad no miraría con buenos ojos la presencia de mujeres en el mismo aula que los hombres. No fue hasta 1875 que una mujer por petición expresa del profesor pisó un aula.
En 1910, estamos ya en el siglo XX, se establecieron unas normas exactas para que las mujeres pudieran ir a clase: se comprometían por ejemplo a no estar en los pasillos o ser siempre acompañadas siempre por un profesor para su protección. Ese mismo año, 36 mujeres habían finalizado su licenciatura. De ellas, 16 se matricularon para obtener el doctorado, pero solo ocho lo consiguieron. Y no fue un camino fácil, puesto que les fue negada la posibilidad una y otra vez.
Si pensamos en la siguiente generación, estas ocho mujeres eran las únicas que más allá de figuras históricas como Hipatia de Alejandría (que difícilmente una niña iba a conocer) existían como referencia. Y no eran todas del ámbito científico-tecnológico. Una de las primeras carreras universitarias en las que fuimos admitidas fue la medicina, puesto que podía tener utilidad para el cuidado de la familia.
Avanzando hasta los años 70, nos encontramos con que las mujeres suponen aún sólo el 31% de alumnado matriculado en la universidad. Si nos fijamos sólo en estudios técnicos o de ingeniería, en el año 1975 las mujeres eran sólo un 5 %. Ese 5 % se convierte en el referente de las generaciones actuales, por lo que la carga de estereotipos existente a día de hoy sigue siendo muy fuerte.
Tanto en España como en el resto del mundo, esas mujeres que fueron pioneras durante los primeros años tuvieron que superar innumerables obstáculos, y muchas de ellas no recibieron el conocimiento merecido, fue atribuido a hombres. Esto es lo que se denomina “efecto Mathilda”. Los que sí estaban dentro del sistema universitario se llevaban el reconocimiento de lo que muchas mujeres descubrían o investigaban, puesto que nosotras no podíamos acceder a ese sistema. Hay muchos ejemplos de esto: Mary Anning, Rosalind Franklin, Lise Meitner o Marie Lavoisier son algunas de ellas.
Es decir, aun con la historia y el sistema en contra, sí que han existido muchas científicas que podrían haber servido de referencia, pero aun así no han tenido la suficiente visibilidad como para que las niñas, y la sociedad en general, las conocieran.
Como la propia ciencia ya ha demostrado, los estereotipos se crean desde pequeñas: las niñas necesitan reflejos en la sociedad que les permita identificarse y ver con naturalidad que podemos dedicarnos a la ciencia, que no es cosa de hombres. Espejos en los que mirarse y verse reflejadas. Por eso días como el 11F y acciones que pongan el valor del gran trabajo que hacen científicas a diario siguen siendo tan necesarios.
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