El cuchillo, una herramienta heredada de madres a hijas con un único propósito: mutilar. Una supuesta tradición cultural que otorga prestigio y poder a las mujeres que la realizan, al mismo tiempo que uno de los mecanismos de sumisión femenina más evidentes en todo el mundo. Paradójicamente también una de las violencias contra la mujer más desconocidas y tergiversadas de todas: la mutilación genital femenina (MGF).
TEXTO: Ana Ortega Pérez
“El patriarcado ha impuesto la mutilación para inculcar a la mujer sobre qué es ser mujer. Como te educan en lo que te dicen, tú te mantienes en esos falsos mitos sobre las formas de ser mujer. El patriarcado te enseña solo lo que le conviene a él”. Esta contundente afirmación de la activista guineana Fatima Djarra, afincada en España bien retrata la realidad que viven millones de niñas y mujeres alrededor del mundo. Y a pesar de todo ello, la MGF, también conocida como ablación, ha pasado de ser un problema achacado a África a convertirse en un fenómeno mundial al que se le sigue sin prestar la debida atención.
El movimiento migratorio transnacional y el aumento de la población forzada a huir de sus países ha provocado que la MGF se haya expandido fuera de los tradicionales centros de práctica. Por lo general, esta práctica lesiva contra las mujeres se concentraba en África, Asia y Oriente Medio. Ahora, la ablación está en diáspora y también se realiza en Europa, Estados Unidos, Canadá o Australia, lugares en los que únicamente se la conocía únicamente por los medios de comunicación. Sin ir más lejos, en España se detectó en 2018 que más de 18.000 niñas de muy diversas comunidades se encuentran en riesgo de sufrir ablación. Y eso que, en este país, sí también en muchos otros del llamado Tercer Mundo, la mutilación está penalizada desde 2003.
Mapa de la distribución territorial de la población femenina de origen MGF, 2016

El alarmante aumento de este tipo de violación de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer hizo que cada 6 de febrero se conmemore el Día Internacional de Tolerancia Cero con la mutilación genital femenina. Aunque muchos lo celebran, pocos son los que comprenden verdaderamente qué es y qué supone la mutilación para las niñas y mujeres que la han sufrido o que esperan con verdadero miedo a que les llegue su turno.
En España más de 18.000 niñas se encuentran en riesgo de sufrir ablación en 2018
La mutilación es una manifestación de la violencia y la desigualdad de género basada en la alteración o lesión de los órganos genitales femeninos de forma intencional y por motivos no médicos. Sin embargo, la ignorancia, la desinformación y las barreras culturales y lingüísticas impiden que las afectadas no reciban atención médica debida. La falta de conocimiento y el desinterés de los profesionales sanitarios para luchar contra la MGF tampoco ha ayudado en este sentido. Bien lo sabe Carmen Solano, profesora titular de Enfermería de la Universidad de Alicante, quien forma parte del grupo de investigación Enfermería y Cultura de los Cuidados. Dirigido por el catedrático José Siles, especialista en prácticas tradicionales dañinas contra las mujeres, el grupo ha puesto en marcha un proyecto de investigación sobre las vivencias de mujeres que han sufrido mutilación en la provincia de Alicante. “Con este proyecto nos planteamos que, para poder cambiar las actitudes con respecto a la MGF, son las propias mujeres las que tienen que concienciarse sobre lo que implica la mutilación. Cuando nosotros hablamos con las mujeres que están afincadas en España, detectamos que no tienen conciencia de las complicaciones que esto les ha generado”.
En este proyecto también trabaja la enfermera Cadidjato Baldé. Con 11 años, el futuro de esta niña de una pequeña aldea de Guinea estaba más que decidido. Estaba destinada a casarse con el imán del pueblo en uno de los tantos matrimonios infantiles forzados a los que las niñas se enfrentan diariamente. Naciones Unidas denuncia que más de 47.000 niñas son obligadas a casarse cada día. “Te dan en matrimonio y cuando pasa un tiempo, normalmente cuando tienes la primera menstruación, alrededor de los 15 años, te casan. Pero desde antes ya tienes asignado a tu marido”. A su hermana mayor ya le había pasado cuando tenía 17 años, forzada a casarse con un hombre más viejo que su padre.
El sueño de Cadi de ser enfermera venía desde bien pequeña, desde que tenía edad suficiente como para ayudar a su padre en sus quehaceres como médico. Sus padres siempre le prometieron tanto a ella como a sus hermanas que no las casarían por obligación, sino cuando quisieran y tras estudiar. Una promesa que raras veces puede mantenerse teniendo en cuenta que miles de niñas abandonan la escuela para casarse o trabajar. La fortuna sonrió a Cadi cuando conoció a un cooperante español en su aldea y la trajo a España. Desde entonces, vive en Sevilla y se ha convertido en especialista para luchar y sensibilizar a la población sobre esta práctica perjudicial sobre las mujeres.
Un rito de iniciación
No hay límite de edad para que una niña sea mutilada. Desde que nacen, el futuro de millones de niñas a lo largo del mundo está sentenciado. La edad suele ser baja para que el trauma sea menor y, sobre todo, para evitar que escapen. Fundación Kirira, con su presidenta Esther Giménez a la cabeza, se dedica a sensibilizar y proteger a niñas en España y en Kenia. Su trabajo se concentra en ochenta y cinco escuelas keniatas donde promueven talleres, clubes antiablaciones, reparto de material y becas para fomentar la educación y eliminar toda tradición lesiva para estas. Hay varias épocas de mutilación dependiendo de las comunidades, aunque la época estival es la más peligrosa, por lo que Kirira también se dedica a realizar viajes de rescate para prevenir ablaciones.
En el entorno familiar y social de Cadi, la mutilación es lo normal. “Una niña que no tenga hecha la mutilación dentro de su grupo de amigas se siente un poco atacada porque se la considera una niña sucia. Tampoco se la considera todavía una mujer. Por eso, la misma niña acaba pidiendo que se le haga, por el simple hecho de formar parte del grupo y ser una mujer normal”.
De hecho, la mutilación se tiñe de festividad por parte de la comunidad. Fatima Djarra habla de su experiencia, mutilada con solo 4 años: “El día de mi mutilación estuvimos toda la noche bailando, comiendo, cantando. A la mañana siguiente fuimos a la presidencia de la República a saludar al presidente, para que veas que la mutilación es una tradición muy arraigada en la sociedad. El presidente incluso regaló vacas para que la gente comiera solo porque las niñas fueron mutiladas, no porque estudian”. En su libro, titulado Indomable, Fatima se configura como la rebeldía en persona, luchando para visibilizar esta práctica: “Nos enseñan que no somos nadie. Con este libro pretendo dar voz a aquellas mujeres que no se atreven a hablar de la mutilación, darles la confianza de vivir sin miedo y poder hablar de su vivencia”.

Para lograr y justificar esta práctica de violencia de género, se achacan falsos beneficios o virtudes. Entre ellos, la consecución de la pureza de la mujer y la preservación de su virginidad. Para las comunidades que cometen ablación, el clítoris es considerado como un elemento del diablo, que puede convertirse en un pene. Las mujeres que no tiene cortado el clítoris se las tacha de putas que solo buscan hombres para su propio placer. Incluso la brujería o el no encontrar marido forman parte del elenco de mitos asociados a la MGF. El elemento común de todo: la culpabilización de la mujer.
Cadidjato Baldé: “Una niña que no tenga hecha la mutilación dentro de su grupo de amigas se siente atacada porque se la considera una niña sucia. La misma niña acaba pidiendo que se le haga para formar parte del grupo y ser una mujer”
Por su parte, Gloria Peter, fundadora y directora de la Asociación Mujeres entre Mundos, lo tiene claro. “Yo no considero la mutilación como un rito de paso de joven a mayor, para mí se trata de una iniciación a la violencia contra las mujeres y las niñas. Las mujeres en África queremos que se celebre el paso de las niñas a mujeres, pero sin daño, sin cuchillo, traumas ni enfermedades”.
Afincada en Sevilla, esta activista pro derechos vino desde Nigeria buscando oportunidades de estudio. Cuando llegó, empezó a ejercer como traductora voluntaria para ayudar a otras fundaciones que trabajaban con inmigrantes. “En el caso de las mujeres, veía que sufrían tanta desigualdad, abusos sexuales, maltrato o prostitución desde que salían de su país hasta que llegaban a España. Decidimos crear la asociación porque veíamos que las mujeres se sentían mucho más cómodas contándonos sus problemas por el simple hecho de que quiénes las escuchábamos éramos mujeres, la mayoría también inmigrantes”. Esta asociación se ha convertido en la primera en su zona que trabaja contra la mutilación, prostitución y trata con fines de explotación sexual. “Cuando sale a la luz el debate sobre legalizar o no la prostitución, siempre contesto si saben lo que están pasando las mujeres en África, porque la prostitución de categoría ni mucho menos es igual a la prostitución de los pobres”.
Su determinación de ayudar a las mujeres de Andalucía y de su país natal posibilitó la participación de Mujeres entre Mundos en la elaboración, junto con el gobierno andaluz, de una guía para que los profesionales sepan detectar y prevenir casos de MGF. A pesar de no ser un protocolo como sí tiene la mayoría de las comunidades autónomas, este instrumento es el primero en reconocer la mutilación como una violencia de género. Y, a pesar de que Andalucía no es uno de los lugares de mayor incidencia de esta práctica atroz, por la menor concentración de inmigración, la ablación se realiza de otra forma para burlar la cárcel: “Las queman. Hay madres que queman con agua hirviendo los órganos genitales de sus hijas desde que nacen para que no les crezca el clítoris”.
Código Penal y protocolos antimutilación en España
El Código Penal cataloga la MGF en su artículo 149 como un delito de lesiones, considerando que la ablación del clítoris “no es cultura, es mutilación y discriminación femenina”. El caso de una bebé de cinco meses procedente de Gambia y mutilada en España fue tan sonado que el Instituto Aragonés de la Mujer puso en marcha un protocolo en Aragón contra la mutilación genital femenina, cuenta Natalia Salvo, actual directora de este organismo. El caso motivó en 2011 el nacimiento de la primera sentencia por ablación en España. El resultado terminó en el encarcelamiento durante seis años del padre por llevar a cabo la práctica a sabiendas de que en este país es delito, mientras que la madre tuvo privación de libertad dos años.
Este y otros protocolos repartidos por varios puntos del país han posibilitado los llamados compromisos preventivos. Mediante estos compromisos, las niñas son examinadas ginecológicamente antes y después de realizar cualquier viaje fuera del país para comprobar que no se ha producido ninguna alteración ni corte. Esta herramienta no solo asegura la protección de las niñas de sus padres de ser mutiladas, sino que alivia la presión sobre estos cuando es su entorno familiar y social el que desea cometer la práctica porque pone el acento en las consecuencias legales que estos padres pueden sufrir a su vuelta a España.
Consecuencias de la mutilación
En 1983, el doctor Morissanda Kouyaté estaba en su clínica rural en Guinea cuando cinco mujeres acudieron desesperadas. Portaban a dos gemelas de doce años en condiciones críticas, cubiertas en sangre. Su mujer llegó a donar sangre para intentar salvarlas, pero el trauma las superó. Hasta entonces, este doctor nunca había tenido una visión particular de la mutilación. “Lo consideraba como normal, como una parte de la herencia recibida de nuestros ancestros”. Después de su muerte, Kouyaté se propuso prevenir futuras muertes. Liderando una reunión con representantes de dieciséis países africanos, nació Inter-African Committee (IAC) on Harmful Tradicional Practices, de la que es su presidente. Treinta y cinco años después de aquel fatídico episodio, este doctor se ha convertido en una referencia a todos los niveles en la lucha contra la mutilación genital femenina y otras prácticas dañinas como forma de violencia contra las niñas y las mujeres.
El listado de casos, formas y actores que ha encontrado por el camino no tiene fin, como tampoco las consecuencias físicas y psicológicas asociadas a la mutilación. Enfermedades, sangrado, dolor incontenible e infecciones durante la orina y la menstruación son el pan de cada día de las niñas y mujeres expuestas a mutilación. El hecho de utilizar un mismo cuchillo para todas, oxidado y sin esterilizar, sin disponer de los conocimientos médicos y de higiene necesarios de sus practicantes complica el proceso.
Estas dolencias las acompañarán toda la vida, al igual que lo harán los traumas psicológicos, el miedo a las relaciones sexuales y la posibilidad de que ellas o sus hijos mueran durante el parto. El impacto psicológico de esta práctica es brutal, dice Carmen Solano. En su proyecto de investigación detectan que “a nivel psicológico estas mujeres no tienen conciencia de que la mutilación sea algo malo, lo tienen asumido como algo normal”. Estrella Giménez completa sus palabras: “Muchas de estas mujeres no saben qué es una vagina sin corte y se asombran cuando se enteran de que aquí las mujeres no están mutiladas y de que está prohibido por ley”.
Dependiendo de la comunidad y cultura, el grado de corte es uno u otro de los cuatro que existen. La predominante es la escisión parcial del clítoris, aunque en muchas zonas la brutalidad es todavía mayor.
La eliminación de una de las partes más sensibles de la mujer es una manera de violentar a la mujer y reprimir su sexualidad. Una forma de eliminar el placer, dice Cadi Baldé. “Por ejemplo, a un hombre que lleva años fuera de su poblado y que tiene allí a su mujer y a sus hijos no le interesa que su esposa tenga deseo sexual. Por eso, los hombres siempre van a estar a favor de realizar esta práctica”.
Entender la cultura para frenar la mutilación
La clave para prevenir y eliminar la MGF está en la sensibilización y en la educación. Todos los expertos y activistas coinciden en esto. La necesidad de informar a los padres sobre los peligros que conlleva la mutilación, junto con las penas de cárcel para aquellos que cometan esta práctica, ha frenado los números. Los talleres que los profesionales imparten se enfocan mucho en el trabajo con mujeres mutiladas para que reflexionen sobre el futuro de sus hijas, nos cuenta Carmen Solano. En su proyecto de investigación, han detectado que la mayoría de las asistentes no practican el corte sobre sus hijas porque viven en España y saben de su ilegalidad pero que, si tuvieran la oportunidad de regresar, lo harían sin duda. “Ellas explican que es la tradición, que forma parte de su cultura. Por eso trabajamos con estas mujeres para concienciarlas y evitar que en cualquier momento mutilen a sus hijas. Pensamos que son principalmente las madres las que deben ser concienciadas para proteger a sus hijas. Con hombres no hemos trabajado y, aunque sería lo ideal, sí es cierto que se trata de una práctica de mujeres, que los hombres se apartan. Sin embargo, cuando profundizas te das cuenta de que la mano del hombre está detrás de todo ello”.
Llegar a estas mujeres no es tarea fácil. Primero, las diferencias culturales son abismales. Después, porque les han enseñado que no se debe hablar de la intimidad. La menstruación, relaciones sexuales, problemas ginecológicos, su vivencia tras la mutilación, etc. son temas tabú, dificultando enormemente la tarea de los profesionales de sensibilización. Fundamental es ganar primero su confianza y respeto para que después entiendan los problemas que acarrea la ablación y que sean ellos mismos los que la eliminen.
Los estereotipos que debe soportar la mujer inmigrante allá donde vaya es otra de las cuestiones que poco ayudan a erradicar la MGF. Fatima Djarra bien sabe de esto. Flor de África, asociación que fundó y dirige se dedica precisamente a visibilizar a la mujer negra africana y derribar prejuicios para que se deje de verla como un objeto y empoderarla para conseguir la libertad económica y emocional. “También para apoyarnos unas a otras en llenar el hueco emocional, cultural y familiar que supone dejar tu propio país”.
MGF, más allá de la cuestión religiosa
La práctica de la MGF se asocia a la religión. En concreto, a la religión islámica. Ahí reside uno de los grandes motivos por los cuáles esta práctica lesiva de los derechos de las mujeres está tan distorsionada. La mutilación no responde a religiones, mucho menos a una sola. De hecho, el Corán y los hadices ni siquiera la referencian en ninguna de sus más de miles de páginas. Entonces, ¿por qué se achaca el corte del órgano genital de la mujer al Islam, cuando es un tema de tradición y comunidades?
Para demostrar esto, ponemos el ejemplo de Gloria Peter. En su Nigeria natal, en el norte, mayoritariamente musulmán, la ablación no se practica, mientras que, en el sur del país, la parte cristiana, sí que se hace. “Eso es para que veas que la mutilación no es una cosa religiosa”. En Egipto, la mayoría de la población es musulmana y, excepto las inmigrantes, prácticamente todas las mujeres están mutiladas. Eso no pasa en Marruecos, también de mayoría musulmana, que no practica el corte como sí lo hacen algunas comunidades de judíos.
Ampararse en la tradición, la cultura o la religión o en el aislamiento y el rechazo por parte de la comunidad para provocar el miedo en las mujeres no es sino el ejemplo más perverso de violencia de género basado en la vulneración de los derechos humanos, reproductivos e integridad de la salud de dichas mujeres.
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