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22 agosto 2019  |  Por La Giganta Digital

Martirio, la libertad por bandera

Martirio ppal
Entre 1983 y 1987 se emitió un programa musical (qué tiempos aquellos en que había programas musicales en la televisión) en TVE (por aquella época la única) que se llamaba Auambabuluba balambambú, dirigido y presentado por el periodista Carlos Tena. Allí la vi por primera vez. Era un día de 1985. Se hacía llamar Martirio y se había propuesto, con la ayuda del cantautor sevillano Kiko Veneno, revitalizar un género que, por entonces, no vivía sus mejores momentos. Me refiero, por supuesto, a la copla.

TEXTO: Rafael Calero Palma (escritor y poeta).

Con su imagen postmoderna, parapetada tras unas enigmáticas gafas de sol (que evocaban a Lou Reed) y un sinfín de peinetas (que evocaban a Juanita Reina) a cada cual más marciana, Martirio cantaba las letras, a medio camino entre el surrealismo y el costumbrismo, que escribía a medias con un Kiko que andaba, por aquellos días, buscando su camino, después de la maravillosa etapa venenosa con los hermanos Raimundo y Rafael Amador.

Han pasado más de treinta años de esto. Tres décadas en las que María Isabel Quiñones Gutiérrez (Huelva, 1954) ha experimentado en sus propias carnes las alegrías del éxito, pero también los sinsabores de algún que otro tropiezo. Y sin embargo, ahí sigue, sobreponiéndose a cualquier contratiempo, pues por encima de todo, siempre permanece su amor desbordado por la música, por la poesía, por la vida. Desde hace unos años, se hace acompañar por el genio indiscutible de su hijo, Raúl Rodríguez, antropólogo y guitarrista, sonero y flamenco, músico de una sensibilidad tan genuina que apabulla. Madre e hijo son dos universos musicales andantes, donde todos los géneros y estilos encuentran su acomodo: copla, jazz, bossa-nova, rock, pop, blues, flamenco, bolero, tango rancheras, vals criollo, rumba, etc.

De Martirio se han dicho tantas cosas buenas que darían para varios tomos. Cosas, como por ejemplo, como lo que escribió Diego A. Manrique en el diario El País: “Su aspecto contra corriente de maruja insumisa marcó una época. Colocó el folclore español en el centro de la cultura pop. Y ha sido una pionera en la fusión con el sonido iberoamericano.” O lo que escribió el periodista malagueño Héctor Márquez en el blog Secretolivo, donde la define como una artista que se mueve “musical y artísticamente en terrenos fronterizos, con gran respeto a las tradiciones heredadas pero también con mucha capacidad de innovación, de situar(se) en esos sitios donde no rigen las normas, lo previsible…” O esta otra definición que Fernando González Lucini nos dejó, en la que hablaba de ella como una artista “cargada de sensibilidad, de entrañable humanismo y, sobre todo, de una desbordante libertad e imaginación.” Y para el simpar Carlos Tena, quien le diera la primera oportunidad de aparecer en televisión, la cantante onubense es una “inimitable y originalísima artista” y “una de las personalidades más rotundas de la historia de la música española.”

Soy consciente de que escribir algo original sobre Martirio a estas alturas de la película es tarea ardua, por no decir prácticamente imposible. Su historia ya ha sido contada cientos de veces y, con toda seguridad, por gente mucho más meritoria que yo. Así que voy a tratar de no repetir los lugares comunes. No obstante, no se puede hablar de esta inmensa mujer sin hacerlo de su Huelva natal, de los fandangos que escuchaba de pequeña, de su padre y su madre, dos personas que le inculcaron, en su niñez y adolescencia, el amor por el arte, por el teatro, por la música. Tampoco sería justo olvidarse del grupo Jarcha, aquel combo que fue una de las bandas sonoras de la tan traída y llevada Transición (hubo otras, es necesario recordarlo: Kakadeluxe, Leño, La Banda Trapera del Río, María Jiménez, Luis Eduardo Aute, Las Grecas, Triana y muchos, muchos más), grupo en el que Maribel recaló entre 1980 y 1984, y con el que grabó un disco maravilloso, probablemente el mejor del grupo, titulado A la memoria de Federico García Lorca (DRO-Iberofón, 1984). En una entrevista para la revista Efeeme se lo contaba de esta manera a Chema Domínguez:

En el 81 (sic), después de que Jarcha tomara una dirección más hacia el flamenco, me llamaron. Fueron la llave para dedicarme de lleno a la música, para aprender a hacer voces, para aprender a viajar, para aprender música popular, para aprender poemas, para aprender a decir las cosas que necesitamos.

Y si hablamos de Martirio no podemos obviar, bajo ningún concepto, a José María López Sanfeliú, alias Kiko Veneno, compositor, cantante, músico, filósofo de la vida, y autor de uno de los discos más alucinantes de la Historia de la música: Veneno (CBS, 1977), con quien Maribel entró en contacto en Conil de la Frontera, cuando Kiko, perdido tras el fracaso comercial de Veneno, decide abrir un chiringuito para poder salir adelante. Allí, al amparo de las olas y de la brisa marina, va a nacer una amistad que dura hasta el día de hoy, y que va a deparar momentos musicales llenos de magia y de belleza. Allí van a ir surgiendo ideas, ganas de encontrarse, y sobre todo allí va a surgir, imparable, el personaje de Martirio, con la idea de reivindicar, de modernizar, la vieja copla, tan denostada en aquellos momentos, por la injusta apropiación que el franquismo había hecho de ella, pues no podemos olvidar que la copla había sido durante la República un género absolutamente popular, y lo sería después de la dictadura, con la propia Martirio o el genial y siempre añorado Carlos Cano.

Kiko Veneno será parte fundamental de los primeros momentos del proyecto Martirio. Con su ayuda saldrán las letras de la mayoría de las canciones de los dos primeros álbumes, publicados todos ellos por la compañía independiente madrileña Nuevos Medios, que dirigía Mario Pacheco: Estoy mala (1986) y Cristalitos machacaos (1989). Más tarde, cuando Kiko Veneno esté volcado de lleno en su propia carrera, Martirio buscará el apoyo y la ayuda de otros grandes músicos. Porque está claro que Martirio siempre ha sabido elegir con muy buen pulso a sus colaboradores: Teo Cardalda, Webo, Jerry García, Vicente Amigo, Javier Ruibal, Raimundo Amador, Chano Domínguez, José María Vitier, Nat Chediak, Jesús Bola, Fernando Trueba, Borja Casani o Mario Pacheco, entre otros muchos, han sido, en un momento u otro de su carrera, personajes importantes. Por ejemplo, con el pianista Chano Domínguez graba Coplas de madrugá, un disco publicado en 1997 por El Europeo, en el que participan otros grandes músicos como Javier Colina, Nono García o Guillermo McGill. Un disco en el que Martirio y Chano reactualizan once coplas de toda la vida, pasándolas por el tamiz del jazz, del blues, del cabaret. Un disco maravilloso que cualquier persona sensible debería de tener como disco de cabecera. Algún tiempo después, en 2004, repiten juntos y graban Acoplados, esta vez acompañados por una Big Band, por el trío del propio Chano y por la Orquesta Sinfónica de RTVE. Otro magnífico ejemplo de buen gusto y de mejor hacer y otro disco que no debería faltar en la discoteca de cualquier persona con un poquito de buen gusto

Otro momento estelar de su discografía fue la grabación y edición de su disco 25 años en directo, grabado en la sala Luz de gas de Barcelona los días 20, 21 y 22 de octubre de 2008. Un disco donde la artista conmemoraba sus bodas de plata en el mundo de la canción. Y para hacerlo qué mejor que grabar un disco en directo, repasando lo más granado de su discografía hasta ese momento, y de cuya publicación se encargó, de nuevo, como en los comienzos, el sello de Mario Pacheco, Nuevos Medios. En este disco, Martirio va desgranando un puñado de canciones que, por derecho propio, forman parte del imaginario colectivo de este país. Acompañada por una instrumentación minimalista, Jesús Lavilla, al piano, y su hijo, Raúl Rodríguez, a la guitarra, Martirio demuestra con creces que no se necesita más para llenar completamente un escenario. En los setenta y siete minutos y cincuenta y un segundos que dura el álbum, van cayendo, una tras otra, todas las magníficas canciones que la han hecho tan grande: desde aquellas primeras composiciones escritas al alimón con Kiko (“El productor”, “Madurito interesante” o “Estoy mala”) hasta sus personalísimas versiones de los clásicos de la copla de toda la vida: “Ojos verdes”, “La bien pagá”, “Mi marío” o la extraordinaria “Torre de arena”, con unos arreglos jazzísticos que la convierten en uno de los momentos álgidos del álbum. Pero hay mucho más en este disco de aniversario. Hay homenajes nada velados. Por ejemplo, a Carlos Cano (“María, la portuguesa”); a Carlos Gardel (“Volver”) a Miguel de Molina (“Compuesta y sin novio”), a su Huelva natal (alucinantes esos “Fandangos” de Toronjo casi a ritmo de rockabilly). Hay, como ya hemos dicho, copla, hay jazz, hay flamenco, hay tango, hay bolero, hay son, y hay mucho, pero que mucho, swing. Y sobre todo, lo que hay, es sentimiento a flor de piel. Otro álbum obligatorio para cualquier melómano de pro.

Otro músico importante en la longeva carrera de Martirio ha sido el pianista y compositor cubano José María Vitier, con quien grabó el álbum titulado El aire que te rodea. Ese disco, que fue publicado en el año 2011 por Universal Music, contiene una magnífica selección de poetas y poemas iberoamericanos: Calderón de la Barca (de quien se musicalizan dos poemas), Juan de la Cruz, Federico García Lorca, Gabriela Mistral, Rubén Darío, Fina García-Marruz (la madre del propio Vitier), Julio Herrera y Reising, Salvador Díaz Mirón o Ernesto Cardenal forman parte de esta colección de canciones, de emociones y de sentimientos de estos dos grandes artistas que son Martirio y Vitier. El disco es un compendio de distintos ritmos y sonoridades latinas, como la bossa-nova, la rumba, el bolero, el jazz o el son cubano, ribeteado, como no podía ser de otra manera, con los aires flamencos que van dejando, aquí y allá, la guitarra, el tres y las percusiones de ese talento salvaje que es Raúl Rodríguez.

Además para cantarlo en este disco, Martirio eligió un precioso poema de mi paisano el poeta Vicente Núñez, titulado “A lo divino”. Se trata de un soneto publicado en 1990, y que originalmente el poeta aguilarense incluyó en La gorriata, una breve plaquette publicada en Antequera, dentro de la colección “Luz de la Atención”. El poema fue musicalizado, como el resto del disco, por el maestro Vitier. No era la primera vez que la autora de “Estoy mala” proclamaba a los cuatro vientos su pasión por la obra de Vicente Núñez, pues ya en el libro que acompañaba a Coplas de Madrugá, se incluía una cita de otro poema de Vicente Núñez, en este caso, el elegido era el poema X de Teselas para un mosaico. Aunque era ahora, por primera vez, cuando Martirio se atrevía a poner esa voz de terciopelo azul al servicio de los hermosos versos de uno de sus poetas favoritos, Vicente Núñez.

He hablado con más detenimiento de algunos discos. Pero cualquier disco de Martirio supone un gozo para los sentidos. Cualquiera de ellos es absolutamente recomendable y todos contienen joyas inconmensurables. La bola de la vida del amor (Sony, 1991), He visto color por sevillanas (RCA, 1994), Flor de piel (52PM/Fundación Autor, 1999), Mucho corazón (52PM/Fundación Autor, 2001), Primavera en Nueva York (Calle 54 Records, 2006) o De un mundo raro (Universal Music, 2013), donde Martirio y Raúl rinden su particular homenaje a la gran Chavela Vargas, son tesoros de la música popular hispanoamericana. Discos, todos ellos, rebosantes de belleza, de poesía, de música popular de la máxima calidad, de vanguardia y de tradición, de emoción a raudales, de belleza sublime.

Asistir a un concierto de Martirio es una experiencia casi mágica. Sobre el escenario en el que actúe la artista onubense tiene lugar un espectáculo absolutamente único. Diferentes géneros musicales, bien mezclados en una gran coctelera, bien agitados, aderezados con una pizca de humor, otro poquito de cabaret, un chorrito de complicidad con el público, buen gusto en grandes cantidades, y una voz que se sabe heredera de toda una tradición y que emociona como pocas; todo esto, repito, bien mezclado, y servido en un escenario, se llama Martirio. Y cuando asistimos a uno de sus conciertos, salimos de allí con la sensación de que se hemos estado, por un instante, en un ritual único, y que por allí, por la semioscuridad de aquel teatro, hemos visto pasar a Billie Holiday y a Concha Piquer y a Carlos Cano y a Nina Simone y a Compay Segundo y a Pericón de Cai y a muchos, muchos más. Y al terminar, abandonamos el lugar con un regustillo en la boca y unas cosquillas en el estómago que, si no lo son, se parecen mucho a la felicidad.

En 2016, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte le concedió el Premio Nacional de las Músicas Actuales. Los motivos esgrimidos por el jurado fueron diversos, entre otros «su personal aproximación a las músicas populares, desde sus raíces andaluzas, mostrando el valor de la copla a las nuevas generaciones». También destacaba su «acercamiento profundo a la música iberoamericana». Por último, el jurado enfatizaba «su coraje y la libertad con la que ha trabajado llevando su actitud transgresora desde su imagen a su música».

A lo largo de su carrera, Martirio ha colaborado con decenas de artistas de primera magnitud, tanto españoles como del continente americano. Gente como Chavela Vergas, Marta Valdés, Lila Downs, Compay Segundo, Javier Ruibal, Pedro Guerra, Luis Pastor, entre otros muchos hombres y mujeres que se dedican al arte de la canción popular. Santiago Auserón escribió sobre la cantante de Huelva:

Martirio ha atravesado el cauce de la canción popular hacia la orilla de la tradición y hacia la orilla de la invención. Conoce a fondo los matices del verso español, la dimensión que adquiere en busca del paisaje americano. Ha pulido su instrumento vocal con técnica minuciosa, ha templado su espíritu para hacerlo sonar con pureza de cristal que no teme sombras, que las acoge en su vibración generosa.

“Mi carrera ha sido mi evolución como persona, mi evolución espiritual, mi papel en el mundo.” Afirmaba, categórica, en una entrevista hace unos años esta mujer que declara sin ambages su pasión por lo sensual y lo sensitivo, por lo emocional y lo intuitivo, por todo lo que no se ve y tan solo se insinúa. Y acababa con esta frase: “Yo, sobre todo en el escenario, dejo salir a esa diosa sin cortapisas, sin ningún tipo de complejos, y esa mujer que sale es más grande que yo”. Por todas esas razones, Martirio es muy consciente del poder que le otorga el escenario: “Cuando una se está manifestando en un escenario, mostrando su mundo libertario, concienciado y social, es inevitable que el espectador reciba algo que le pueda llevar a cambiar su posicionamiento”.

En los últimos años, Martirio compagina su carrera como cantante con un programa de radio (dos veces al mes) en Radio Gladys Palmera, llamado Cantes rodados, en el que suena cualquier cosa que tenga sentimiento y mucho, mucho corazón. Además del programa de radio, Martirio también ha participado en películas, obras de teatro y series de televisión. Además habría que añadir sus conferencias en solitario, sobre la relación mujer/copla, o acompañada por el escritor Juan Cobos Wilkins, hablando de literatura y música, allí donde requieren su presencia. Porque esta gran mujer nunca dice no a un proyecto interesante. Y ojalá que sea así durante mucho tiempo, pues sería una catástrofe de dimensiones bíblicas no poder disfrutar del talento sin parangón de esta andaluza universal y lorquiana, mestiza y cómplice, sutil y tremendamente inteligente. Martirio, pasión y belleza a raudales y siempre, siempre, siempre, la libertad por bandera.

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