En el interesantísimo grupo de mujeres que brillaron con luz propia en el panorama cultural español de los años veinte y treinta de este siglo, y en buena parte de los años del exilio, —destaca por su singularidad— la figura de María Teresa León, autora de una de las prosas más hermosas y cuidadas de su generación (con Zambrano y Chacel forma el grupo más interesante de literatas de esos años en los que la figura de la “femme de lettres” abundó).
Gregorio Torres Nebrera
TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.
El nombre de María Teresa León permanece indisolublemente unido al del poeta gaditano Rafael Alberti. No en vano, María Teresa fue su compañera, su camarada, su amante, su amada, su musa, y ante todo, su amiga inseparable durante más de cuatro décadas. Pero María Teresa, a pesar del desconocimiento general en el que ha sido sepultada su figura en estos últimos años, fue mucho más que un nombre ligado al del genial poeta del Puerto de Santa María.
María Teresa León fue una excelente escritora —novelista, ensayista, dramaturga, traductora— con una extensa obra que abarca más de veinte libros, algunos de ellos conmovedores hasta la médula, por ejemplo, su libro de recuerdos, Memoria de la melancolía.
Pero empecemos por el principio. María Teresa León Goyri había nacido en Logroño, el 31 de octubre de1903. Hija de Ángel León, militar, y de María Olivia Goyri de la Llera, una mujer nada convencional para su época. Desde muy pequeña, María teresa vivió en un hogar donde los libros eran abundantes y en el que las visitas de intelectuales eran bastante frecuentes. No era raro encontrarse en su casa, por ejemplo, a Doña Emilia Pardo Bazán. Debemos destacar el hecho de que María Teresa fuese sobrina de María Goyri, la primera mujer que en España asistió a la universidad.
Todo esto hizo que la niña se convirtiera en una lectora voraz que admiraba a Víctor Hugo, a Alejandro Dumas, a Benito Pérez Galdós, y a otras grandes figuras de la literatura universal. Como afirma Benjamín Prado en su ensayo “María Teresa León, la mujer inventada”, a propósito de su niñez, “(esta) fue la de una niña rica y disfrutó de todas las comodidades…”. Esto llama poderosamente la atención, si tenemos en cuenta el profundo viraje ideológico que años más tarde tomaría su existencia.
No es nuestra intención llevar a cabo una cronología exhaustiva de su vida. Baste citar, a modo de ejemplo, algunos de los acontecimientos más importantes en los que se vio envuelta. Por ejemplo, María Teresa fue una de las primeras mujeres que en nuestro país ejerció su derecho al divorcio, cuando este fue legalizado en 1931 (su primer matrimonio con Gonzalo de Sebastián Alfaro, del cual nacieron dos hijos, Gonzalo y Enrique, fue una completa ruina en todos los aspectos) para casarse algún tiempo después con el autor de Marinero en tierra. María Teresa fue una ferviente defensora de la Segunda República Española, miembro del Partido Comunista y, sobre todo, una incansable luchadora a favor de la cultura y de la igualdad entre hombres y mujeres, amiga de innumerables intelectuales, que van desde Ernest Hemingway o Pablo Neruda a Pablo Picasso, Langston Hughes o la actriz María Luisa Ponte.
Al finalizar la contienda civil, como tantos otros compatriotas, se vio obligada a emprender un éxodo forzoso que la llevó junto a Alberti por diferentes países: Francia, Argentina, donde permanecieron durante más de veintitrés años y donde nació su única hija, Aitana, y por último, Italia. Al final, cuando ambos pudieron regresar a España con la desaparición de la dictadura franquista, la escritora ya estaba enferma de Alzheimer y poco pudo disfrutar de su regreso a nuestro país, ella que siempre había deseado volver a entrar en Madrid montada en un caballo blanco. María Teresa murió en la capital de España el día 14 de diciembre de 1988 y sus restos descansan en el cementerio de Majadahonda. Sobre su tumba están escritas estas palabras de Rafael: “Esta mañana, amor, tenemos veinte años”.
Dejando a un lado la dimensión política de la figura de María Teresa y centrándonos en su carrera como escritora —aunque bien visto la decisión que tomó a finales de los años veinte, ser escritora, no deja de ser un posicionamiento político—, su bibliografía abarca diferentes géneros literarios y más de veinte títulos. Escribió cuentos infantiles (Cuentos para soñar, de 1928; La bella del mal amor, de 1930; Rosa fría, patinadora de la luna, de 1934); relatos cortos (Cuentos de la España actual, 1935; Morirás lejos, 1942; Las peregrinaciones de Teresa, 1950; Fábulas del tiempo amargo, 1962); novelas (Contra viento y marea, 1941; Juego limpio, 1959); libros de memorias (La historia tiene la palabra, 1944; Memoria de la melancolía, 1970); biografías noveladas (El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer, 1946; Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar, 1978) y traducciones (entre otros tradujo a Voltaire, Eminescu, Atghezi, Éluard y una colección de poesía china junto a su marido).
No obstante, su obra maestra, la que la hizo destacar, la que le dio la importancia que merecía en el conjunto de las letras hispanas, fue el volumen autobiográfico Memoria de la melancolía, un libro que, en palabras de Gregorio Torres Nebrera, es, “con seguridad, uno de los textos de mayor calidad entre las abundantes memorias del Veintisiete».
Para este estudioso de la obra de María Teresa León,
En Memoria de la melancolía encontramos un espléndido ejemplo de la literatura autobiográfica en un tiempo en el que estos libros abundan en el panorama literario español. Un libro en el que se siente la sensibilidad y la sinceridad a la par, en el que no hay un asomo de impostura, en el que el ejercicio de recordar se expresa como una ineludible exigencia, como el compromiso que la autora ha contraído con los lectores y ante todo consigo misma.
Pero Memoria de la melancolía no es un libro de historia. Y es la propia autora la que advierte al lector, en una nota preliminar al texto, de que su visión al narrar los hechos no es la visión fría y científica del historiador, sino la confusa y triste, pero mucho más humana, al fin y al cabo, de la persona que estuvo allí, de la que vio con sus propios ojos y sintió con toda la fuerza de sus sentidos, todo ello “pasado por una confusión de recuerdos”. Una obra de obligada lectura para todos aquellos lectores que quieran profundizar en los aspectos más recónditos de la intrahistoria española del siglo XX.
Me gustaría acabar este pequeño texto de homenaje con las siguientes palabras de Benjamín Prado, sin ningún género de dudas, una de las personas que más han contribuido a reivindicar la figura y la obra de María Teresa León:
Parece como si hubiese sido una militante comunista, una agitadora cultural y una defensora de la República, pero no una escritora que publicó más de veinte libros (…), que hizo obras de teatro y guiones para el cine, publicó cientos de artículos, preparó conferencias…
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