Si les preguntara de pronto por el nombre de cinco mujeres artistas de la Historia del Arte, seguramente tendrían dificultad para nombrármelas. No se preocupen, no es culpa suya. Es debido a multitud de factores, de entre los que destaco principalmente el de la ausencia total de mujeres en los currículos académicos de ESO y Bachiller. Dicha ausencia, por lo tanto, ha dejado vacío el imaginario colectivo, donde son muchas las artistas de las que desconocemos tanto sus nombres, sus vidas y, por supuesto, sus obras.
Uno de las ausencias más notorias, sobre todo para la ciudadanía sevillana, es la de la Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, alias La Roldana, quien llegó a ser la primera escultora de la Corte reconocida como tal. Luisa nació alrededor de 1652, siendo la única fecha segura con la que contamos la del 8 de septiembre, fecha de su bautizo.
Hija del también escultor Pedro Roldán, se crio en el taller y ayudó, al igual que sus hermanas, en los trabajos del padre. Allí aprendió escultura. Pero, como pasaba con demasiada frecuencia, muchas de sus obras fueron atribuidas a su padre, primero, y a su marido, después. Aunque su fama no ha trascendido, según cuenta el historiador del siglo XIX Ceán Bermúdez y confirma el otro historiador José Cascales, el Cabildo de la Catedral de Sevilla le había encargado al escultor la imagen de San Fernando que se conserva en la Sacristía Mayor. En un primer momento, dicha obra fue rechazada, volviendo al taller, donde La Roldana la retocó, siendo mejorada y aceptada entonces.
Luisa Roldán fue una escultora puesta en valor por sus contemporáneos. El mismo Antonio Palomino, pintor y tratadista de arte, la incluyó en su Tratado de Pintura, diciendo de ella que: “…Su modestia era grande. Su pericia, superior. Y su virtud, extraordinaria”. Por eso, es difícil comprender el por qué de su ausencia en nuestro conocimiento artístico.
Tenemos que tener en cuenta que esta ausencia colectiva de mujeres referentes, en todos los órdenes de la vida, no fue reflejada hasta que en enero de 1971 Linda Nochlin se lo preguntara en su famoso artículo ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? La Historia del Arte ha expulsado de su memoria a las mujeres artistas, de tal manera que la mirada que ha venido prevaleciendo es la del varón occidental blanco, sobre el resto de posibles miradas.
Así, mujeres que en su momento eran muy conocidas, respetadas y admiradas, fueron desapareciendo, misteriosamente, de los Tratados de Arte, nunca se colgaron en las paredes de los diferentes museos que fueron apareciendo en el siglo XIX, fueron olvidadas. Por eso, desgraciadamente, el caso de Luisa Roldán no es extraño, sino cotidiano.

Me pregunto cuántas veces caminaremos desde la calle San Fernando camino del Alcázar por la pequeña y estrecha calle La Roldana, sin preguntarnos quién fue. Cuántas veces miraremos la imagen de la Virgen de la Estrella, sin saber que fue ella la escultora que la creó. O, cuántas veces, pensaremos que en la Corte española no hubo ninguna mujer escultora oficial.
En las obras de las mujeres artistas tenemos que tener en cuenta lo que fueron sus vidas. Las diferentes sociedades han tenido siempre en común la falta de libertad, la dificultad para acceder al conocimiento y, por supuesto, la tutela masculina obligada. En el caso de Luisa Roldán, como en el de muchas otras mujeres artistas, la causalidad de haber nacido en un ambiente artístico le facilitó el acceso a este conocimiento, al igual que a los materiales. Para la mayoría de mujeres, este acceso les era negado sistemáticamente.
No es casualidad, pues, que la gran mayoría de mujeres artistas sean hijas de padres artistas. Desde la escultora del siglo XIII Sabina Von Steibanch, hasta pleno siglo XX, la historia del Arte se nutre de nombres como Marietta Robusti -hija de Tintoretto-, Lavinia Fontana, Artemisia Gentileschi, Elisabeth Vigée-Lebrum o Angelica Kauffmann que también son hijas de artistas. Siendo a finales del siglo XIX cuando empiezan a proliferar las artistas no vinculadas a ambientes artísticos. Justamente, cuando las mujeres comienzan a poder recibir formación formal en las Academias de Arte. Tampoco está estudiado si se produjo rebelión por parte de algunas de estas mujeres en contra de la voluntad de los cabezas de familia, o si existió benevolencia por parte de la autoridad paterna. El hecho es que, para que una mujer persiguiese una carrera en el arte necesitó ciertas dosis de originalidad y rebeldía para enfrentarse, también, a la sociedad que las quería madres y esposas. Y un carácter tenaz y determinado, con atributos calificados como “masculinos”.
De hecho, Luisa Roldán tuvo que enfrentarse con su padre para poder contraer matrimonio con el discípulo de su padre, Luis Antonio de los Arcos. En ese momento, la Iglesia no aceptaba el matrimonio sin el permiso paterno. Así que, en 1671, Luisa tuvo que recurrir al alguacil del arzobispado, Juan Nieto, en lo que se conoce como el pleito de El rapto de la Roldana, para poder casarse. A la boda no llegó a acudir el propio escultor. Y es que, la patria potestad representaba el poder sobre todas las esferas, públicas y privadas, de las mujeres. Autoridad que, lamentablemente, luego pasaría al marido. Es por ello que, en muchos casos, la soltería fue el estado civil preferente en algunas mujeres artistas. O los matrimonios de conveniencia, muchos de los cuales culminaron en sonoros divorcios.
Decía Virginia Woolf que, “En la Historia, Anónimo era una mujer”. Es por eso que otro de los problemas más frecuentes con que se encontraban las mujeres artistas es la autoría de sus obras. En el caso de Luisa Roldán el hecho de que fuera su marido el que cobrara las piezas entregadas, propició que la autoría de algunas de sus obras fuera adjudicada a Luis Antonio de los Arcos, como el caso de Los dos ladrones realizados para la Hermandad del Cristo de la Exaltación, para la que también realizó los Cuatro ángeles. De las obras que realizó en el taller de su padre, también algunas fueron adjudicadas a este.

Después de una breve estancia en Cádiz, donde la artista recibió el encargo de la realización de las esculturas de San Servando y San Germán, actualmente expuestas en una capilla de la catedral Nueva de Cádiz, el matrimonio y sus hijos se trasladaron a Madrid. Ella quería mostrar su talento artístico y Madrid era el lugar donde residía la Corte. Allí realizó diferentes grupos escultóricos, como El descanso en la huída a Egipto, Los Desposorios místicos de Santa Catalina o Muerte de la Magdalena, encontrándose estas dos últimas obras en la Hispanic Society of America, de Nueva York.
El 15 de octubre de 1692, el rey Carlos II la nombró Escultora de Cámara, algo que le otorgó reconocimiento social, pero no le reportó beneficios económicos. De esta época es su obra Arcángel San Miguel con el diablo a sus pies, obra encargada por el rey para el Monasterio de El Escorial. También los grupos en terracota policromada que se exponen en el Museo Provincial de Guadalajara, Sagrada familia con el niño dando sus primeros pasos y San Joaquín y Santa Ana con la Virgen niña. Pero, a pesar de que el rey le había asignado 100 ducados anuales de pago, este nunca se realizó.
El permanente estado de pobreza podría haber hecho mella en su estado de ánimo. En los últimos años padeció una ciclotimia en grado pasajero, con altibajos de carácter, que se refleja en su obra. De hecho, poco antes de fallecer, hizo una Declaración de pobreza. Falleció a los 54 años, el 10 de enero de 1706. Y, a pesar de ser la primera Escultora de Cámara y trabajar para los reyes Carlos II y Felipe V, su nombre cayó en el olvido. Seguramente, si no hubiera sido mujer no la habríamos olvidado.
Quizás ha llegado el momento de volver a preguntarnos por la ausencia de las grandes artistas, de las escritoras, de las filósofas, las científicas, las dramaturgas, o las compositoras… Toda una larga lista de ausencias que deberían dolernos en el alma. La respuesta no puede ser la misma que nos ofreció Nochlin, o Parker y Pollock en el último tercio del siglo XX. Hoy la respuesta debería ser que han salido de los armarios donde la Historia las encerró. Que están vivas entre nosotras. Que admiramos sus obras y sus teorías. Que leemos sus libros y escuchamos sus composiciones. Se lo debemos a tantas y tantas mujeres que desafiaron las estructuras sociales de su tiempo y se adentraron en un terreno de hombres para darnos su visión del mundo, de la vida, del arte. Porque estoy convencida de que un mundo sin mujeres referentes es un mundo peor. Igualmente, una Sevilla sin La Roldana, es una Sevilla peor.
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