La II República Española fue un período repleto de luces y sombras, de aciertos y fracasos, de promesas cumplidas y deseos hechos añicos. No obstante, hoy que tantos aspectos se están cuestionando de aquel tumultuoso y apasionante momento histórico, hay algo que resulta del todo incuestionable: aquel 14 de abril de 1931, las mujeres y hombres de este país no apostaron solo por un cambio de régimen político. Aquel día primaveral con aires de día festivo, la ciudadanía se echó a la calle por algo mucho más sustancial. La gente, tras siglos de pobreza, atraso, analfabetismo, y penurias de todo tipo, estaba ávida de pan y libertad, por supuesto, pero también de cultura, de libros, de obras de teatro, aunque la inmensa mayoría jamás había visto nada parecido.
TEXTO: Rafael Calero Palma (escritor y poeta).
Desde los primeros momentos del Nuevo Régimen, los dirigentes republicanos apostaron decididamente por la cultura. Hasta tal punto esto es así, que en numerosas ocasiones se ha calificado a la II República Española como una “República de intelectuales”.
Las medidas de carácter educativo y cultural puestas en marcha por los gobiernos republicanos tuvieron que ver, principalmente, con la construcción de nuevas escuelas y la contratación de nuevos maestros y con lo que se dio en llamar las Misiones Pedagógicas.
La educación
Los republicanos españoles estaban dispuestos a que España dejara atrás su atraso secular, y para ello había que terminar, antes que nada, con el analfabetismo galopante que asolaba el territorio nacional. Gabriel Jackson estima que la mitad de la población de este país no sabía ni leer ni escribir en 1931.
Una de los objetivos prioritarios para las autoridades republicanas era la recuperación de la escuela pública. Como señala el profesor Carlos París, “La orientación conservadora de nuestra política había entregado a los colegios religiosos, cuyos profesores y profesoras estaban exentos de la exigencia del título de maestro, la formación de los miembros de las clases medias y altas, desatendiendo la instrucción de todo el pueblo.”
De esta manera, recuperar la educación pública se convierte para el Gobierno Republicano provisional en el objetivo prioritario, cómo señaló el propio Manuel Azaña, al afirmar que “la escuela pública debía ser el escudo de la República”. La primera medida educativa que se toma es, por tanto, la construcción, en cuatro años, de 27.000 escuelas de educación primaria que atendieran a un millón y medio de niñas y niños que no estaban escolarizados. Tanto Marcelino Domingo, primer Ministro de Instrucción Pública, como su sucesor al frente del Ministerio, el granadino Fernando de los Ríos, pusieron toda la carne en el asador para que su plan de construcción de escuelas, sobre todo en las zonas rurales, arribara a buen puerto. Para que nos hagamos una idea, ahí están los datos. Desde 1909 hasta la caída de la Monarquía, se construyeron 11.128 escuelas. Desde abril de 1931 hasta diciembre de 1932, se edificaron 9.600 nuevas escuelas y otras 3990 hasta finales de 1933. Durante el llamado Bienio Negro, en el que gobernó la coalición conservadora radical-cedista, la construcción de centros educativos sufre un fuerte retroceso, construyéndose sólo 3421 escuelas, pero a partir de febrero de 1936, con la llegada del Frente Popular al Gobierno, se planifica la creación de otros diez mil centros, cinco mil en 1936 y otros cinco mil al año siguiente. Por supuesto, el golpe de estado fascista impide que todo esto sea una realidad.
Y lo mismo ocurrió con la contratación de maestros. Los nuevos dirigentes republicanos eran conscientes de que España necesitaba muchos maestros y maestras, y además era primordial que estos estuvieran comprometidos con las nuevas ideas de libertad y progreso. Y eso es lo que hicieron, aumentar el número de maestros. Y además se les subió el sueldo, intentando remediar aquel famoso dicho tan popular en la época: “tienes más hambre que un maestro de escuela”. Y de nuevo, las cifras hablan por sí solas: sólo en los primeros meses de gobierno republicano se contrataron 7000 nuevos maestros, a los que se les subió el sueldo un 15 por ciento entre 1931 y 1933.
Aparte de la contratación de nuevos docentes y de esa importante subida de sueldo que en la práctica suponía una dignificación del trabajo docente, las autoridades republicanas responsables de la educación, ponen en marcha otras medidas, tal vez menos impactantes de cara a la opinión pública pero igual de significativas. Se crea, por ejemplo, la sección de Pedagogía en las facultades de Filosofía y Letras de todo el país, y se facilita el hecho de que los maestros vayan a la Universidad.
Por otra parte, no solo se le concedió prioridad a la educación primaria. También el Bachillerato y los estudios universitarios recibieron un fuerte empujón. Se construyeron numerosos institutos de enseñanza secundaria diseminados por todo el territorio nacional, y al igual que había ocurrido con la escuela primaria, se aumentó el número de docentes. Por otra parte, se introdujeron una serie de innovaciones pedagógicas que trataban de modernizar un sistema educativo rancio y poco científico. Entre estas, podemos señalar la coeducación, es decir, se permitió que chicas y chicos compartieran las aulas, cosa que hasta ese momento suponía poco menos que una herejía; también se derogó el llamado “Plan Callejo” que obligaba a todo el mundo a estudiar religión católica y se permitió, allí donde existían, el uso en las aulas de las lenguas vernáculas.
También los estudios universitarios recibieron su dosis de modernización. Tal vez lo más destacable sea, como señala el profesor Carlos París, “el régimen de autonomía concedido a las Universidades de Madrid y Barcelona”, poniéndose en marcha planes de estudio flexibles y absolutamente modernos, con una fuerte carga humanista y krausista. También se restauró la llamada Junta de Ampliación de Estudios, que el dictador Primo de Rivera se había encargado de eliminar. El resultado de esta política universitaria expansiva fue el florecimiento de un grupo de investigadores sin parangón en la historia de España, con nombres como los del médico Santiago Ramón y Cajal, los humanistas Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro, Ramón Menéndez Pidal; el físico Blas Cabrera, o el matemático Julio Rey Pastor, todos ellos grandes figuras intelectuales de su época.
Mientras todos estos avances tenían lugar, los ministros responsables del ramo tuvieron que enfrentarse a numerosos problemas, sobre todo relacionados con la Iglesia Católica, decidida a defender con uñas y dientes (como se vio unos años después) los privilegios ancestrales de los que gozaba en materia educativa e incapaz de comprender, como sostiene Gabriel Jackson, que el objetivo prioritario de aquellas medidas era «proporcionar un mínimo de educación a todos los niños de España».
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