TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.
Este poema nace en marzo
de 1999.
Viajamos en tren hacia Granada.
La radio anuncia la muerte del Poeta.
La poesía es una autopista de peaje.
Algunos días más tarde
leo estos versos suyos
Donde tú no estarías
si una hermosa mañana con música de flores
los dioses no te hubiesen olvidado.
1938, diecisiete de marzo.
Julia vive en Viladrau
pero hoy se encuentra en Barcelona,
donde ha ido a comprar unos regalos
–un libro, un caballo de madera,
quizá unos caramelos–
para la festividad de San José.
Es mediodía de un día
que se despoja poco a poco del invierno,
que se llena de luz mediterránea.
Julia está junto al cine Coliseum,
en el Paseo de Gracia.
Las calles hierven de vida.
A lo lejos se oye el ruido siniestro
de los aviones fascistas,
cada vez más cerca.
De repente, el estruendo mortal
de las bombas asesinas.
Los regalos quedan en el suelo,
teñidos de rojo y tristeza,
y la tarde da paso a la noche
que es oscura y silenciosa y terrible.
Pienso en la mujer, en la madre.
Trato de comprender la angustia del marido,
el miedo del niño,
el odio del poeta.
Pero no lo consigo.
Imagino el último beso de sus labios,
el color de sus ojos
en las tardes de otoño.
Huelo su piel: agua fresca y jabón.
Leo en mi libro
tu figura erguida contra el cielo y la espuma
y anoto al margen
el dolor habita en el rincón más oscuro de la memoria.
Y cierro el libro.
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