Juana Román es de Utrera y, cuando se puso de parto, fue al Hospital Virgen de Rocío. Al llegar le reconocieron y supo que iba a tener gemelos. Ingresó a los nueve meses menos una semana. Tenía dolores muy fuertes “porque venían dos”, pero “solo nació uno”. Juana nos cuenta su historia serena, con muchas dudas y, al mismo tiempo, muchas certezas. Su marido, Manuel Muñoz, afectado de Alzheimer, le acompaña en su relato.
En 1977, tras el parto, le comunicaron a Juana que uno de los bebés llevaba un mes o dos muerto dentro del vientre y que no podía verle. “Ese fue el que desapareció”, cuenta Juana, quien replicó a la enfermera que eso era imposible porque cuando le hicieron el reconocimiento, al ingresar, habían escuchado los dos latidos fetales y así se lo habían comunicado. “Pero en aquellos tiempos nos teníamos que conformar con todo. Aunque yo pedí los documentos de mi hijo y me los dieron a fuerza de insistir mucho tiempo, hace unos siete u ocho años”. Manuel, su esposo, que está a su lado, asiente.
El médico, continúa explicando Juana, salió para hablar con su familia “junto con otro doctor del equipo que llevaba un papel en blanco para que mi marido firmara la autopsia; le decía que no se preocupara, que ellos se encargarían de todos los trámites. Mi suegra insistió en verlo y, en una mesa, había un envoltorio al que no pudo ni acercarse, ni verle la carita”. A su marido le dijeron que estaba deshecho, el mismo argumento que recibió ella en el paritorio. “Yo les dije que no me importaba, que era mi hijo y repitieron que no estaba en condiciones… Y no lo vi”.
Cuando le dieron el alta, “me fui con mi niño, con uno”, se entristece Juana. Puso una denuncia en la fiscalía pero la han archivado por falta de pruebas “y no me han dicho nada más”.
La lucha continúa
Además del los gemelos, el matrimonio ha tenido una niña, “pero jamás hemos olvidado al hijo que nos falta”, lamentan. Juana pidió desde un primer momento los papeles del bebé, pero le dijeron que eso no era posible. Entonces, explica, “cuando me operé en 1992 en el Virgen del Rocío del vientre, volví a insistir y me los volvieron a denegar porque, decían, que eso no se podía dar. Me dieron un solo papel, como un folio o más pequeño como consolación”.
Cuando se enteró que otras mujeres estaban pasando por lo mismo comenzó a buscar a su hijo con ayuda de una asociación y, posteriormente, con la Asociación Bebés Robados. Esa fue la prueba que necesitaba (la de que su caso no era único) para constatar que lo que intuía “era verdad”. Escuchar otras historias parecidas de mellizos o gemelos confirmó su relato porque, insiste, “yo entré perfectamente bien con mi embarazo y me dijeron tanto la enfermera como el médico que traía dos porque se escuchaba dos… ¿Cómo es posible que luego aseguraran que uno de ellos estaba muerto desde hacía dos meses? Y de ser verdad, que me lo hubieran entregado, que nosotros estábamos inscritos al Ocaso y lo hubiéramos enterrado donde nos hubiera convenido y no en una fosa común, que fue lo que me dijeron, cuando ya no se podía hacer nada…”.
Juana se emociona contando cómo la fecha de nacimiento, cuando consiguió la documentación, “viene equivocada en tres o cuatro meses”. Manuel recoge en ese momento el relevo de la historia para contar una anécdota. Será coincidencia, supone, “pero estando un domingo paseando por el centro del pueblo, los amigos de mi hijo llamaron a un chaval por su nombre, Sergio, pero no era él… Dicen que era idéntico…”. Juana lo tiene claro: “No digo que esté en Utrera, pero sí estoy segura de que mi hijo sigue vivo”. Y nos mira a los ojos, limpiándose las lágrimas pero sonriendo con esperanza.
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