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Página principal > Memoria > Ilse Weber, la luz de las tinieblas
14 marzo 2019  |  Por La Giganta Digital

Ilse Weber, la luz de las tinieblas

ilse firma
La vida de Ilse Weber fue tan terrible y dramática y estuvo tan impregnada de dolor y de muerte que si la viéramos en la pantalla de un cine, pensaríamos que esas circunstancias, las que rodearon su vida y las vidas de sus seres queridos, excedieron, con mucho, la propia realidad. Pero no, la realidad, como se ha dicho millones de veces, siempre supera a la ficción y probablemente no habrá novelista ni guionista de cine sobre la faz de la Tierra que sea capaz de imaginar unas existencias como la de Ilse, la de su marido Willem y la de sus dos hijos, Hanus y Tommy.

TEXTO: Rafael Calero Palma (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.

La vida de Ilse Weber se puede dividir en dos partes diametralmente opuestas. La primera abarca desde su nacimiento, acaecido en 1903, y termina con la llegada de Adolf Hitler y el partido Nazi al poder en Alemania el 30 de enero de 1933. La segunda empieza en ese espeluznante momento histórico, cuando Hitler es nombrado Canciller de Alemania y concluye el mismo día de su muerte, en 1944.

Ilse Weber nació el día once de enero de 1903, en la ciudad de Ostrava, que por aquellos días pertenecía al Imperio Austrohúngaro y ahora forma parte de la República de Chequia. La familia de Ilse era, como tantas otras familias que vivían en esa parte del continente europeo, una familia judía y progresista, de mentalidad abierta, cuya lengua materna era el alemán. La madre de la niña regentaba un café famoso en la ciudad por ser el centro de reunión de la intelectualidad progresista de la época. Allí acudían a diario músicos, periodistas, poetas, dramaturgos, pintores y cualquier persona que tuviera un cierto interés por el arte y la cultura, a conversar, a intercambiar opiniones, a compartir. De esta manera, estaba claro que la pequeña Ilse acabaría empapándose de todo ese ambiente, abierto y plural, libre y acogedor, un tanto cosmopolita y, hasta cierto punto, bohemio. No resulta descabellado afirmar que su infancia fue la de una niña feliz, que creció, rodeada de creadores y arte, entre libros y música, dos de las grandes pasiones de su vida. Desde muy niña aprendió a tocar la guitarra, la balalaika, el laúd, la mandolina y otros instrumentos musicales. Poco antes de contraer matrimonio, Ilse ya había escrito y publicado varias obras para el público infantil, poemas, cuentos, canciones.

Entre sus obras más conocidas se encuentran Märchen, (Cuentos de hadas), de 1928; Die Geschichten um Mendel Rosenbusch: Erzählungen für jüdische Kinder (Mendel Rosenbusch: Cuentos para los niños judíos), de 1929 y Das Trittrollerwettrennen (La carrera de patinetes), de 1936. Ilse también fue una contumaz escritora de cartas. Durante toda su vida escribió cientos de cartas, sobre todo a Lilian von Lowënadler, la hija de un diplomático suizo a la que sólo conocía a través de la correspondencia y con quien acabó entablando una amistad sólida como el acero, que duró hasta la muerte de ambas. Hacia finales de la década de los años veinte, los escritos de Ilse se podían leer con regularidad en revistas y periódicos de Alemania, Polonia, Austria y otros lugares donde se hablaba alemán.

En 1930, con veintisiete años, Ilse se casa con Willem Weber, un próspero comerciante judío de su misma ciudad. La pareja tendrá dos hijos, Hanus y Tommy. Y aunque en aquellos días ellos lo ignoraban por completo, los meses que transcurren desde el día de su boda hasta 1933, fecha de la llegada al poder en Alemania de los nazis serán, sin duda alguna, los días más felices de sus vidas.

Lo que ocurrió a partir de febrero de 1933 y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial fue un viaje sin retorno al infierno. Miles de seres humanos, mujeres, hombres, niñas, niños, ancianos y ancianas, principalmente judíos, pero también gitanos, librepensadores, socialistas, anarquistas, comunistas, homosexuales, masones, y en general cualquiera que se opusiera a la locura nazi, fueron internados en campos de concentración y de exterminio diseminados por toda la geografía del centro y del este de Europa. Como todo el mundo sabe, los nazis crearon una gran industria de la muerte. Gigantes factorías donde hacinaban a las personas para que trabajaran en las peores condiciones imaginables, para después asesinarlos impunemente cuando ya no les servían para sus intereses.

En estos santuarios de la muerte, millones de seres humanos vivieron las más terribles experiencias a las que una persona pueda enfrentarse. Ilse, su esposo Willem y su hijo menor, Tommy, formaron parte de esos cientos de miles de seres humanos. Los tres fueron enviados, desde Praga, a donde se habían trasladado un poco antes, intentando escapar de la dureza de la vida cotidiana de su ciudad, al campo de concentración de Theresienstadt, el día seis de febrero de 1942. Su hijo mayor, Hanus, había sido enviado a Suiza algún tiempo antes, al cuidado de su amiga Lilian, y gracias a esto pudo salvar la vida.

Para Ilse la separación de la familia fue algo tan traumático y doloroso que nunca pudo superarlo plenamente, a pesar de la catarsis que para ella supuso la poesía. En los poemas que escribió en aquellos días terribles, el recuerdo y la imagen de su hijo mayor sobrevuelan muchos de esos versos. En esos poemas, como señala Carlos Morales en un extraordinario artículo titulado “Ilse Weber: un refugio en el cielo de Theresienstadt”, no hay lugar para la belleza, ni para las palabras hermosas, ni para los juegos retóricos. Esos poemas transmiten la dureza de la vida más atroz que uno pueda imaginar. Dolor, humillación, insultos, violencia y hambre. Mucha, mucha hambre. Hambre a raudales. Y lo mismo ocurre con las cartas que redactó durante todo aquel período. Pero la ausencia de su pequeño acaba imponiéndose siempre a cualquier otra circunstancia, incluso a la del hambre y la miseria que ahora impera en su vida y la del resto de judíos europeos.

Para quien no lo sepa, hemos de señalar que Theresienstadt era una mezcla entre campo de concentración y gueto, donde recluían a aquellos judíos por cuyas venas corría también sangre aria, o bien a aquellos cuya lengua materna era el alemán (como Ilse y su familia), o habían destacado en el campo de batalla durante la Primera Guerra Mundial en la defensa de Alemania. Pero eso no significaba que fuera un lugar menos cruel. Allí, Ilse se dedicó, en cuerpo y alma, a ayudar a los niños y niñas que estaban recluidos en el lager. Durante más de dos años, la escritora se desvivió por ellos, cuidándolos de la mejor manera que pudo y supo, dadas las terribles condiciones de vida de aquel siniestro lugar. Y continuó escribiendo poemas, siempre que tuvo ocasión, a escondidas, jugándose la vida, dejando testimonio de cómo era allí la vida cotidiana. Por fortuna, todos aquellos escritos pudieron sobrevivir. Poco antes de ser enviado a Auschwitz, su esposo, que trabajaba como jardinero en el campo de concentración, los metió en un saco y los enterró en uno de los jardines. Tras la caída del Reich, el marido, que había sobrevivido al exterminio, pudo recuperar aquel tesoro literario que eran los poemas de Ilse.

Ilse y su pequeño Tommy tuvieron menos suerte que Willem. A finales de septiembre de 1944 fueron deportados a Auschwitz, junto con el resto de niñas y niños con los que, durante dos años, habían convivido en Theresienstadt. El cuatro de octubre llegan al sur de Polonia, donde se encuentra situado el más devastador de todos los Konzentrationslager. Dos días después, el seis de octubre, todo el grupo fue conducido a la cámara de gas. Cuentan que Ilse, cuya voz seguía siendo hermosa y capaz de transmitir paz aún en los momentos más terribles, iba entonando una hermosa nana que ella misma había compuesto, y que era la preferida de su hijo: Wiegela.

En 2016, se publicó Dancing on a Powder Keg (Bailando sobre un barril de pólvora) un libro que recoge más de sesenta poemas y canciones que Ilse Weber escribió en los tenebrosos años de reclusión así como la correspondencia entre Ilse y Lilian, y que abarca un conjunto de cartas escritas entre el día seis de febrero de 1933, una semana después de la llegada de Hitler al poder, hasta el día 29 de septiembre de 1944, fecha en la que, junto a su pequeño Tommy es deportada a Auschwitz. Un libro que sirve para conocer de primera mano cómo fue la vida de los judíos durante todo ese tiempo. Un libro que en este momento histórico en que vivimos, con el auge de los partidos de extrema derecha en Europa —incluida España— y América, con dementes que tanto nos recuerdan a Hitler como Donald Trump o Jair Bolsonaro dirigiendo países, con actitudes racistas y xenófobas por doquier, con teorías negacionistas del Holocausto y del fascismo exponiéndose como si tal cosa, debería de ser de obligada lectura en los colegios e institutos de todo el mundo. Para que nunca se vuelva a repetir una historia como la de Ilse Weber. Nunca, nunca, nunca más.

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