No recuerdo con exactitud el año pero sí el lugar: fue en la librería Reciclaje de Granada. Reciclaje es una pequeña tienda donde se compran y se venden libros, vinilos, cd, cómics, partituras, y otros objetos de segunda mano.
TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.
La librería Reciclaje está regentada por dos hermanos de Úbeda, Antonio y Paco, dos tíos muy competentes que han hecho de este lugar uno de mis favoritos de la ciudad de Granada. Allí fue donde ocurrió el milagro. Y aunque no me acuerdo con precisión del día, tuvo que ser, más o menos, en algún momento indeterminado de principios del siglo XXI. En una de mis muchas visitas a la tienda, buscando en la sección de poesía, encontré un libro que yo no había visto nunca. Se titulaba Obras incompletas. Era el volumen 32 de la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra. Su autora era Gloria Fuertes (Madrid, 28 de julio de 1917 – Madrid, 27 de noviembre de 1998).
El ejemplar que yo encontré en aquella pequeña tienda de la calle San Jerónimo de Granada estaba en muy buen estado, prácticamente nuevo. Y tan solo costaba 3 euros. Esto lo sé porque ahora, mientras escribo, lo tengo junto a mí, y lo estoy viendo. Este dato me hace pensar que lo tuve que comprar después del año 2002, ya que el precio está indicado en euros.
Por supuesto que yo sabía quién era Gloria Fuertes antes de ese día. ¡Quién no conocía a Gloria Fuertes en España! Gloria era una figura muy famosa: salía en la televisión, se hablaba de sus libros en la radio, se podían comprar en todas las librerías, e incluso había estado en mi facultad recitando sus poemas. Ah, y no había humorista en este país que no imitara su personalísima e inimitable forma de hablar, de moverse, de expresarse. Pero yo no podía decir que conociera su obra, ni siquiera que me interesara lo que escribía. Para mí, como para muchos otros lectores llenos de prejuicios, aquella mujer era la escritora que escribía sus versos rimados sobre canguros, gallinas, patos y otros animales más o menos exóticos.
En los días siguientes a la adquisición del libro me sumergí en su lectura. Y utilizo el verbo sumergir de manera consciente porque eso fue lo que hice. Meterme de lleno entre sus páginas, devorar todos y cada uno de los poemas, intentar descifrar el misterio de aquellos versos que, en tan solo unas horas, me habían atrapado por completo. Aquel libro me emocionó de una manera vehemente, pasional, absoluta, como muy pocos libros lo habían hecho en toda mi vida. Aquella luminosa poeta había escrito muchos libros para el público infantil pero también había escrito una gran cantidad de poemas y versos para un público más adulto. Poemas fáciles en apariencia pero con una fuerte carga filosófica, política, social y humana a nada que uno se parara a rascar un poco la superficie. Y no me quedó más remedio que admitir que la autora de ese pequeño volumen de poesía, la poeta de la que se mofaban —con cariño, bien es cierto— los humoristas en la televisión, era una de las grandes voces poéticas de la lengua española.
«Aquel libro me emocionó de una manera vehemente, pasional, absoluta, como muy pocos libros lo habían hecho en toda mi vida»
Como suele ser habitual cuando descubro a un autor o autora que me deslumbra —me pasó con Charles Bukowski, con Alice Munro, con Antonio Orihuela, con Francisco González Ledesma, con Lorrie Moore o más recientemente con Rodrigo Rey Rosa o James Sallis—, aquellas Obras incompletas me llevaron a la búsqueda de otros libros, de otros poemas, de otros versos de la autora. En la Biblioteca Pública de Granada encontré casi todas sus obras que no eran para niños (o tal vez sería mejor decir que eran para niños grandes o para adultos con alma de niños). Hablo de libros como Antología y poemas del suburbio, Aconsejo beber hilo, Poeta de guardia, Cómo atar los bigotes del tigre, Ni tiro ni veneno ni navaja, Sola en la sala, Cuando amas aprendes Geografía, Mujer de verso en pecho, Pecábamos como ángeles o Es difícil ser feliz una tarde.
En las semanas que siguieron a mi feliz descubrimiento, me los fui sacando poco a poco. Los leí y los releí, y en cada lectura iba encontrando nuevos matices en los que no había reparado la primera vez, o la segunda, o incluso la tercera. Con cada nueva aproximación, me fui enamorando más de aquella obra, tan simple en su apariencia, pero tan llena de matices, tan dulce a veces pero tan rabiosa en otras muchas ocasiones. Alegría y tristeza podían convivir de manera pacífica en el mismo poema, como sucedía en ese que se titula “Ventanas pintadas”, uno de los mejores de toda su producción y, sin duda, uno de mis favoritos.
La poesía de Gloria es una poesía de los extremos, de los antónimos, de los opuestos. En un poema te arranca una sonrisa y en el siguiente te lanza un derechazo al estómago y te deja con un mal cuerpo y con una mala leche que te cagas en todo lo que se menea. Porque si algo tiene la poesía de esta genial poeta es que no deja indiferente a nadie, ni siquiera a sus detractores, que haberlos, haylos. Pero de esos no voy a hablar, con su pan se lo coman.
En mi opinión, que es tan válida o tan poco válida como la de cualquiera, Gloria Fuertes es la poeta más whitmaniana de la poesía española. Nunca tuvo empacho en reconocerse, como hacía en la introducción de Obras incompletas, una auténtica “yoista” o “glorista”, o sea, que, como al autor de Hojas de hierba, a nuestra poeta de guardia favorita siempre le encantó cantarse a sí misma, y no una, sino muchas veces.
En su obra abundan los poemas de carácter autobiográfico, donde rememora diferentes instantes de su niñez, de su juventud, de su vida adulta. Pero la principal cualidad de la poesía de Gloria es que al hacer esto, al situar su propia persona como centro del poema, no se está mirando el ombligo hablando solo de ella, sino que está hablando de ti y de mí, de todos nosotros. Al hablar de sus amores y desamores, está hablando también de los nuestros; al hablar de cuánto sufrió y del miedo que sintió durante la Guerra Civil, está hablando del sufrimiento y del miedo que experimentaron miles de personas; al hablar de su soledad, están haciéndolo de todos los que padecen esa misma soledad. Lo decía ella mucho mejor que yo en la citada introducción: “Lo que a mí me sucedió, sucede o sucederá, es lo que le ha sucedido al pueblo, es lo que ha ocurrido a todos (…)”. Por eso la poesía de Gloria es maravillosa, porque cualquiera puede usarla para expresar sus emociones y sentimientos en cualquier momento.
«Gloria Fuertes es la poeta más ‘whitmaniana’ de la poesía española»
Se me ocurren muchos adjetivos para definir a la poeta y su obra: sincera, jugosa, reluciente, directa, valiente, descarada, limpia, pacifista, feminista, humanista, surrealista, postista, insumisa, ecologista, hermosa, luminosa, triste, y sobre todo, hay dos adjetivos que le vienen como anillo al dedo: libre y libertaria. Porque Gloria Fuertes hizo en todo momento lo que le dio le gana. Vivió como quiso, amó a quien quiso, o a quien pudo, o a quien se dejó; vistió como quiso, escribió lo que quiso, sin preocuparse por lo que opinaran de ella las academias, la crítica, los que dan los premios, los que reparten carnets de buen o mal poeta, los que siempre están dispuestos a decirnos lo que hemos o no hemos de hacer. A ella esos le importaban tres cominos. Menuda era ella.
Gloria Fuertes es una poeta que ha influido a gran parte de la poesía que ha venido detrás. De hecho, no hay un solo poeta, hombre o mujer, que escriba poesía infantil, que escape a su influjo. Absolutamente todos los que escriben versos para niños, ellos y ellas, han sido influidos por la obra de Gloria, lo reconozcan o no. Además, muchos la plagian con descaro, aunque no le llegan ni a la suela de los zapatos. Porque Gloria Fuertes era única. Y el truco no está en hablar de ratitas, monas o elefantes. El que piense eso es que no ha entendido nada. El truco es algo mucho más recóndito, más mágico, más misterioso.
Mi admiración por la obra y la figura de esta mujer es tal que he escrito dos poemas dedicados a ella: “Gloria”, incluido en mi libro Versos de alambre de espino (Editorial Alhulia, 2009) y “Soñé con Gloria Fuertes”, de mi libro Cuando atraviesas el fuego lamiéndote los labios, (Ediciones Enemigo Público Número Uno, 2017).
Quiero terminar este texto reproduciendo íntegramente el primero de ellos. Sirva de homenaje a esta grandísima poeta que me hizo comprender que la poesía no es cosa de broma, aunque a veces lo parezca.
GLORIA
estaba como una cabra y tenía voz de dibujo animado
sabía más de animales que un veterinario
rimaba pirata con garrapata y se quedaba tan ancha
tenía el corazón tan grande, tan grande, tan grande que parecía un elefante
cada dos por tres escribía una carta a dios pidiéndole que se acabaran las guerras (pero él nunca le hizo caso)
sus versos eran dulces como la mermelada de fresa
por las tardes le crecía la barba de tristeza
amaba a los niños flacos, a los mendigos del Sena, a los que son felices
odiaba la pena de muerte y a los beatos
qué tía más sabia
era un milagro.
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