Entre la grabación de el primer elepé que la cantante Etta James grabó en 1960, y The dreamer, el último de su carrera, que fue publicado en 2011, transcurrieron 51 años. Y en esas cinco décadas, la cantante que tenía la piel negra y el cabello rubio grabó una treintena de álbumes. Discos que contenían cantidades ingentes de jazz, blues, rhythm and blues, góspel, soul y rocanrol.
TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.
Porque la gran Etta James dominó como ninguna otra cantante de su raza todas las músicas de raíz afroamericana. Nada se le resistía. Con su arrolladora personalidad y su potentísima y versátil voz, era capaz de cantar cualquier cosa que se le pusiera delante, desde la balada más tierna y almibarada al blues más sucio y descarnado, desde el soul más descarado y sensual al rock más robusto y enérgico. Etta era un volcán en erupción, un huracán que hacía tambalear todo a su paso, un auténtico prodigio de la naturaleza.
Jamesetta Hawkins —ese era su verdadero nombre—, había nacido un 25 de enero de 1938, en la ciudad californiana de Los Ángeles. Era hija de una madre soltera, una muchachita de apenas 14 años que respondía al nombre de Dorothy y que nunca supo decirle con seguridad quién era el padre de la niña, aunque ella siempre había sostenido que el hombre que la había dejado embarazada era el jugador de billar Minnesota Fats.
La infancia de la pequeña Etta transcurrió en diferentes hogares de acogida, y según ella misma cuenta en el libro Rage to survive: the Etta James Story (1995), escrito con la ayuda del escritor y periodista David Ritz, estuvo plagada de penalidades, sufrimiento y abusos. Los malos tratos eran frecuentes en la vida de la niña y algunas de aquellas experiencias, como suele ocurrir siempre en estos casos, la marcaron negativamente para el resto de su vida.
Pero al contrario de lo que ocurre con otras muchas niñas y niños en la misma situación, la pequeña Etta contaba con un don casi divino: su extraordinaria voz. Cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad era consciente de que aquel chorro de voz no era algo común, y que una persona con un talento como el de la niña, podía conseguir lo que se propusiera en el mundo de la música. Sus primeros pasos como cantante los da en la iglesia, como era preceptivo entre la población negra de la época en los Estados Unidos, cuando tan solo tenía 5 años. Con la adolescencia recién estrenada, la encontramos formando parte de un trío de chicas con otras dos amigas. Se hacían llamar The Peaches (los melocotones) y las armonías vocales que facturaban ya prometían. Y con quince años entra por primera vez en un estudio de grabación y registra su primera canción, titulada “Roll with me, Henry” (algo así como “Frótate conmigo, Henry”). Pero aquel título tenía una fortísima connotación erótica, lo que hacía sonrojarse a más de un disck-jockey cuando había que pincharla en la radio. Así que la discográfica se vio obligada a cambiar dicho título por el de “The wallflower”. Pero eso no es más que una anécdota típica de la época. Lo verdaderamente importante es que aquella canción era muy buena. La voz masculina la ponía el cantante Richard Berry, autor de la famosísima “Louie, Louie”, y que escuchada hoy, sesenta y cinco años después de ser grabada, nos parece imposible que la voz de la chica que canta el tema sea la de una muchacha de quince años.
«Cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad era consciente de que aquel chorro de voz no era algo común, y que una persona con un talento como el de la niña, podía conseguir lo que se propusiera en el mundo de la música»
En 1960 la joven Etta firma un contrato discográfico con Chess Records, una pequeña disquera independiente dirigida por los hermanos Chess, Phil y Leonard, dos inmigrantes judíos polacos que se habían establecido en Chicago y que habían decidido apostar fuerte por el blues y por los artistas negros como Muddy Waters, Howling Wolf, Chuck Berry, Willie Dixon, y, cómo no, la propia Etta James. En Chess Records, Etta disfrutó de los mejores años de su carrera, grabando discos grandiosos, y terminando por convertirse en la principal figura femenina del sello regentado por los hermanos Chess. No en vano, cantantes de la talla de Tina Turner, Bonnie Raitt, Diana Ross, Janis Joplin, Adele o Amy Winehouse se han declarado fervientes admiradoras de la cantante californiana y todas ella reconocen la influencia que Etta ha tenido sobre sus propias carreras. Pero no solo las féminas admiran a esta diva de la música negra. Voces masculinas como Paul Weller, Rod Steward, Van Morrison, Steve Winwood y muchos otros no han ocultado nunca la pasión que sentían por la gran dama del blues.
Pero no todo en la carrera de Etta James fue éxito y reconocimiento y admiración. También hubo malos momentos llenos de nubarrones. Y como suele ser habitual en el mundo de la música y el espectáculo, los nubarrones tenían forma de aguja hipodérmica empapada en heroína. Etta acabó convirtiéndose en una yonki, adicta, primero al caballo, y después, a la cocaína. Y con la adicción, llegaron los (numerosos y fracasados) intentos de desintoxicación, los internamientos en hospitales psiquiátricos, los juicios por posesión de drogas, las condenas y otras lindezas por el estilo. Y así, hasta que cumplió 50 años, cuando al fin fue capaz de desengancharse de una vez por todas. Y sin embargo, en todos esos años de adicción, continuó grabando, con mejor o peor acierto, actuando en directo (a finales de la década de los 70 y principios de los 80, llegó a ser telonera de los Rolling Stones), y dejando, sobre el escenario, interpretaciones geniales.
«A pesar de todos los altibajos, de todas las trampas que la vida le fue poniendo en el camino, ella siempre demostró tener una fuerte personalidad, y un optimismo a prueba de bombas. Ni el los peores momentos de su adicción se dejó vencer por el pesimismo»
Si no conoces la música de esta genial artista, te aconsejo que busques alguno de sus mejores discos: At Last (1960), The Second Time Around (1961), Etta James Rocks the House (1964), Tell Mama (1968) (para el crítico Luis Lapuente, el mejor disco de toda su longeva carrera y uno de esos discos indispensables en cualquier discoteca que se precie), Deep in The Night (1978), Stickin’ to My Guns (1990) Mystery Lady (1994), en el que se enfrenta al cancionero de su admirada Billie Holiday y sale muy bien parada, Love’s Been Rough on Me (1997), All The Way (2006), o esa maravilla grabada en directo en el año 2002, titulada Burning down The House, que recoge una actuación junto a The Roots Band y que permite hacerse una idea de cómo se las gastaba la señora en su hábitat natural, o sea, sobre un escenario. Por cierto, este es uno de mis discos favoritos de todos los tiempos. Un disco que supura energía, fuerza, calidad y elegancia por cada uno de sus surcos.
También te recomiendo que busques y visiones la película Cadillac Records (2008), dirigida por Darnell Martin, donde se cuenta la historia del sello Chess Records, y en la que el personaje de la simpar cantante es interpretado por Beyoncé. Parece ser que la elección de Beyoncé para dar vida a su personaje en la gran pantalla, la disgustó bastante, pues en opinión de Etta, Beyoncé encarnaba un tipo de artista superficial y poco auténtica, que nada tenía que ver con ella o con su biografía. Y no fue esta la única ocasión en que las carreras de ambas se cruzaron. Cuando en la toma de posesión del presidente Obama, Beyoncé fue invitada a cantar “At Last” (una de las canciones favoritas de Obama y de su esposa, Michelle), para el primer baile del presidente y su señora, Etta agarró un mosqueo considerable, pues pensaba que Barack Obama la había desairado, ya que tendría que haber sido ella la que estuviera en la Casa Blanca interpretando la famosa canción.
Etta James murió a los 73 años de edad, de leucemia. Durante los últimos años de vida, arrastró muchos problemas de salud: obesidad mórbida, hepatitis C o demencia fueron algunos de ellos. El viernes 20 de enero de 2012, en el Riverside Community Hospital de Los Ángeles se apagaba su estrella. Aquel día desaparecía, en palabras del periodista Jon Pareles, del The New York Times “una de las más importantes voces de la música popular americana”. Aquel día moría la gran Etta James, la cantante que, hasta en los días más grises, derrochaba pasión y autenticidad.
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