El día 30 de julio de 2018 se cumplían doscientos años del nacimiento en la pequeña localidad de Thornton, en el norte de Inglaterra, de una de las autoras más importantes de la literatura universal: Emily Jane Brontë.
TEXTO: Rafael Calero (escritor y poeta). / ILUSTRACIÓN: Andrea Gestal González.
Durante su breve vida, tan solo publicó una novela, la extraordinaria Wuthering Heights (Cumbres borrascosas) y un puñado de poemas. Para ello se parapetó tras el pseudónimo masculino de Ellis Bell. De todos es sabido que en aquel momento histórico, el mundo del arte era terreno vedado al genio femenino, y se hacía, por tanto, necesario guarecerse tras un nombre ficticio masculino, si una mujer quería ver sus poemas, sus relatos o sus novelas impresas en papel. Y eso fue lo que hicieron, no solo Emily, sino también sus dos hermanas, Charlotte y Anne. Como decimos, su obra es escasa: una única novela y unos pocos poemas. Y sin embargo, esa novela y esos poemas fueron más que suficientes para que ella entrara por derecho propio a formar parte del olimpo literario que, como es bien sabido, está habitado, mayoritariamente por hombres blancos y heterosexuales de vida acomodada.
Emily y sus dos hermanas, Charlotte y Anne, fueron de las primeras mujeres en la historia de la literatura que se dedicaron por entero a la escritura y en el caso de Emily, lo hizo con plena conciencia de su condición de mujer y de su rechazo a la institución del matrimonio, que en la época que le tocó vivir, la primera mitad del siglo XIX, era una de las pocas salidas en las que una mujer podía hallar una seguridad económica absoluta.
Emily Bronté fue una niña tímida e introvertida, y según la descripción ofrecida por su gran amiga Ellen Nussey, era pequeña, ágil y grácil, y poesía unos hermosísimos ojos, que a veces se veían azules, y otras veces, grises. Según cuenta Claire O’Callaghan, profesora de la Universidad de Loughborough, en su libro de 2018 Emily Brontë Reappraised, la pequeña Emily fue una niña que apenas pisó la escuela —permaneció en Clergy Daughters’ School en Cowan Bridge desde el día 25 de noviembre de 1824 hasta el día 1 de junio de 1825— que tenía una letra horrorosa, llena de faltas de ortografía, a la que le gustaba mucho cocinar y disparar y a la que le encantaban todo tipo de animales: perros, gatos, pájaros o gansos. Al parecer, fue una niña muy dotada para la pintura—se conservan algunas acuarelas y dibujos a carboncillo— y una más que aceptable pianista que ejecutaba con maestría piezas de Mozart, Beethoven, Hendel o Haydn.
La futura escritora se vio condicionada desde muy pequeña por la muerte de su madre, que tuvo lugar tres años después de su nacimiento. Aquel triste acontecimiento dejó una estela de desolación en toda la familia. Su padre, que era pastor de la Iglesia Anglicana, apenas tenía fuerzas ni ganas para dedicarlas al cuidado de los hijos, así que una hermana soltera de la madre se trasladó a vivir con los Brontë para hacerse cargo de las cinco niñas y un niño que componían el núcleo familiar. La muerte jugó un papel primordial en la vida de Emily. Primero, como hemos dicho, ocurrió la de su madre; un poco más tarde, murieron sus dos hermanas mayores, María y Elisabeth; y cuando ya era una mujer adulta, murió, alcoholizado y derrotado por la vida, enfermo de tuberculosis, su único hermano, Patrick Branwell, a quien Emily adoraba. La muerte de su hermano tuvo lugar en septiembre de 1948. Aquella nueva desdicha, la sumió en una profunda depresión, que duró hasta el momento de su propia muerte, que tuvo lugar tan solo unos meses después, el día 19 de diciembre de 1948, a consecuencia de la tuberculosis que había contraído el día del entierro de su hermano. Seis meses antes la escritora había cumplido treinta años.
Desde muy niña y quizás porque la familia vivía en un lugar muy solitario y agreste —en Haworth, en la comarca de Yorkshire, en el norte de Inglaterra, una zona de páramo, donde los fuertes vientos, el frío y la nieve son una constante y las condiciones de vida no son precisamente paradisíacas— que más tarde jugaría un papel primordial en su única novela, tanto ella como sus hermanas y su hermano desarrollaron una gran imaginación y una pasión desorbitada por los libros. Por supuesto, todos ellos habían leído las obras de Shakespeare y la Biblia. Además, les encantaba la novela de terror o novela gótica, que era muy popular en el Reino Unido desde finales del siglo XVIII, con escritores como Horace Walpole, William Beckford o Ann Radcliffe, autora de novelas de gran éxito en la época, como Los misterios de Udolfo o El italiano, que se convertirían en una influencia directa en las obras de las tres hermanas Brontë. También habían leído de manera apasionada a los poetas románticos británicos, especialmente a Lord Byron, que era un personaje muy admirado entre el público femenino, sobre todo tras su muerte, acaecida en Grecia luchando por la independencia del país. Y por supuesto sentían una gran admiración por las novelas de Walter Scott, que en la época era un auténtico creador de best-sellers. Aunando todas estas influencias, y haciendo uso de una imaginación gigantesca, las niñas crean todo un universo ficticio al que llaman Gondal, un mundo en el cual las mujeres tienen el control político, social, económico y cultural, que será la base de su futura literatura. Un crítico escribe sobre el tema:
«Esta era una hipotética isla del Pacífico que se encontraba en una situación de guerra permanente con otras naciones de la zona, igualmente imaginarias. En Gondal se producían toda clase de acontecimientos comunes, tales como conflictos entre familias rivales, historias de amor y otros hechos familiares. Con el paso del tiempo, esta fantasía se convertirá en algo más que un simple juego».
De esta manera, las hermanas Brontë “construyeron un auténtico mundo paralelo al real, que resultaría especialmente atractivo a Emily.”
En la adolescencia comienza a escribir poemas. Algunos pertenecen al ámbito de Gondal, pero conforme va madurando y cumpliendo años, va dejando atrás ese mundo imaginario, para escribir sobre lo que hay alrededor y lo que siente en su yo más íntimo. La primera publicación conjunta de las tres hermanas, Charlotte, Emily y Anne es un pequeño volumen de poesía, titulado escuetamente Poems (Poemas), publicado en 1946 por Aylott and Jones Publishing House y firmado con los pseudónimos masculinos de Currer (Charlotte), Ellis (Emily) y Acton (Anne) Bell. Como se puede observar, las tres eligieron nombres masculinos que mantuvieran la inicial de sus propios nombres así como un apellido que también conserva la inicial del apellido familiar. El libro fue un fracaso sin paliativos y, además, supuso una pérdida económica considerable para la familia, pues las tres hermanas tuvieron que pagar la nada desdeñable suma de treinta y seis libras por la edición del libro. Un año después de la publicación solo se habían vendido dos ejemplares, algo que, evidentemente no dice mucho de los lectores victorianos. No quiero ni imaginar el precio que podría alcanzar hoy un ejemplar de aquella primera edición de los poemas de las hermanas Brontë.
Para quitarse el mal sabor de boca que les dejó a las tres hermanas el fracaso de Poemas, deciden imponerse un rato: cada una de ellas escribirá una novela que deberá estar finalizada en el plazo de un año. Charlotte, Emily y Anne se ponen manos a la obra y transcurrido este tiempo, la hermana pequeña, Anne, ha escrito una novela aceptable, Agnes Grey; la mayor de las tres hermanas, Charlotte, entrega una novela buena, Jane Eyre; pero solo Emily es la única capaz de escribir una obra tan extraordinaria que ha terminado por transcender el tiempo: Cumbres Borrascosas.
La única novela de Emily Bronté es una obra de arte brutal e impactante. Su ferocidad no permite la indiferencia. Nadie que decida adentrarse entre sus páginas permanecerá impasible durante la lectura y, sobre todo, al finalizar la misma de esta intensa novela tan dramática como poética. Te podrá gustar o no —dudo que a alguien con un mínimo de buen gusto no le pueda gustar esta novela—, pero ten por seguro que si la lees no te dejará impasible. Desde su publicación en el mes de diciembre 1847 —Emily pagó cincuenta libras al editor Thomas Cautley Newby por la edición del libro— se han escritos cientos de páginas sobre ella y aún hoy, transcurridos ciento setenta años desde su primera edición, sigue creando polémica. Además es un libro del que se han vendido miles de ejemplares, y aún hoy, cada año, suele aparecer en la lista de libros más vendidos. En los primeros momentos tras su publicación, la crítica se mostró fría y distante, rechazándola por su amoralidad. Pero con el paso del tiempo y la llegada de un nuevo público más abierto de mente esta historia de pasiones desaforadas e hirientes fue calando entre los lectores. La más certera definición de Cumbres borrascosas se la debemos al poeta Dante Gabriel Rosetti: “Es un libro malévolo, un monstruo increíble, que combina las más fuertes tendencias femeninas (…). La acción transcurre en el infierno, solo que allí los lugares y las personas tienen nombres ingleses«. Y el crítico norteamericano Harold Bloom dice de ella que es “un romance salvaje capaz de impactar al lector común».
Resumir la trama de Cumbres borrascosas es una tarea bastante complicada, pues su complejidad hace que se superponga diferentes capas, unas sobre otras, diferentes lecturas, diferentes niveles de intensidad subjetiva. Cumbres borrascosas se asemeja a una de esas muñecas rusas que contienen en su interior otra más pequeña y esta, a su vez, otra más pequeña y así sucesivamente. A grandes rasgos, Cumbres borrascosas cuenta la historia de Heathcliff, desde la infancia, tras ser adoptado por una familia pudiente, cuando es encontrado, perdido y solo, en las calles de una gran ciudad industrial. Pero está claro que el libro es mucho más que eso. Es una historia de amor devastadora. Es la pasión llevada a los límites. Es el odio más recalcitrante. Es la maldad del alma humana hecha carne y verbo.
El personaje central de esta obra, Heathcliff, es, sin duda, uno de los grandes personajes de la historia de la literatura universal, como Don Quijote, Madame Bovary, el Capitán Achab, Huck Finn, Bernarda Alba o King Lear. Heathcliff es el personaje más shakespeariano de toda la literatura inglesa que no salió de la pluma de Shakespeare. Un ser amoral, que vive fuera de todos los convencionalismos sociales, porque siente que ha sido vilmente estafado por la sociedad, al negársele el amor de Catherine, su hermana adoptiva. Una especie de Lord Byron vengativo y cruel, que acepta de buen grado su propia miseria moral con tal de ver a sus enemigos derrotados. No hay piedad en Cumbres borrascosas. Hay dolor y desesperanza y sadismo y muerte. Pero también hay amor, el de Catherine y Heathcliff, aunque como ya hemos dicho, sea un amor cercano a la destrucción.
Cumbres borrascosas es una novela que aturde al lector, que lo perturba en la tranquilidad de su vida cotidiana. Recuerdo que, tras su lectura, estuve varias semanas pensando en la obra, sin poder quitármela del todo de encima. Eso me pasa con muy pocos libros.
Según se desprende de una carta encontrada entre los papeles de Emily fechada en febrero de 1848 escrita por el editor de Cumbres borrascosas, Thomas Cautley Newby al “autor” de la novela, Ellis Bell, Emily Brontë estaba enfrascada en la redacción de su segunda novela cuando contrajo la tuberculosis que le provocó la muerte. Pero nadie, jamás, ha encontrado evidencias de la existencia de esa segunda obra por lo que se tienen fundadas sospechas de que el manuscrito fue destruido por su hermana Charlotte. Nunca sabremos qué hay de cierto en esto ni cómo hubiera sido esa segunda obra. Tampoco sabremos si el genio de Emily Brontë se había secado tras Cumbres borrascosas. No es descabellado suponer que de no haber muerto a los treinta años, habría habido más poemas memorables, más novelas geniales, más personajes inmortales. Pero eso son solo elucubraciones.
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