Nos estamos pasando. Como periodista estoy asistiendo últimamente a una escalada de antiperiodismo y desinformación que no sé gestionar. Más allá de las ideologías propias de cada cual y de las tendencias de cada medio, observo atónita cómo se enmaraña la realidad con bulos y noticias falsas que dan vergüenza ajena.
Lo primero que nos enseñaron en la carrera fue que la objetividad no existe pero que, más allá de esa evidencia, las noticias debían ser lo más “objetivas” posible, utilizando la pluralidad (contraste y diversidad de puntos de vista) y utilizar muy pocos adjetivos o ninguno. Ya decidirá la lectora, oyente o televidente qué opinión le merece lo que lee, escucha o ve.
Ese adoctrinamiento que desvirtúa una realidad a la que se pretende someter a la ciudadanía es obsceno. Portadas como las de ABC y otras cabeceras, que intentan confundir y aleccionar a voceros y opinadores profesionales de los propios partidos, con una vocación clara de desestabilizar un gobierno legítimo que para nada tenía en su programación gestionar una pandemia (como ningún otro color), es irresponsable.
Me saltan los ojos cuando veo titulares de supuestos medios de comunicación, que de eso únicamente tienen el formato, y cierta parte de la sociedad se lo cree confundiendo el derecho a mentir con la obligación -si eres periodista- de emitir una noticia veraz. Si se miente para alcanzar más ‘clic’ no es periodismo. Es un bulo, una noticia falsa, una mentira, es denunciable. Insisto, no porque en un titular leas lo que piensas es verdad ni es periodismo.
El periodismo de verdad tiene sus reglas, tiene su ética, otra asignatura que se da en primero de carrera, pero que se olvida cuando se ejerce. Entre otras cosas, porque los dueños de los medios de comunicación no suelen ser periodistas sino empresarios que no quieren morder la mano que les da de comer.
Si echamos una mirada a otros países de la Unión Europea, encontramos el ejemplo de Finlandia, que introdujo en su lucha contra la desinformación un programa escolar nacional en 2016. Desde pequeñitos, las niñas y niños finlandeses aprenden que se pueden falsear las estadísticas cuando dan matemáticas; o cómo se puede manipular una imagen en historia del arte; o descubren las campañas de desinformación y propaganda del siglo XX en la II Guerra Mundial con Hitler cuando dan Historia… De una manera transversal aprenden a no confundir ni confundirse, a tener una visión crítica de la realidad, a exigir que los periodistas ejerzan la función de ser intermediarios del poder político y la sociedad y de dar voz a las que no la tienen. Porque de esta pandemia están emergiendo muchas historias que merecen ser contadas.
El periodista, la periodista, debe ser un testigo directo de lo que ocurre, no un narrador de la ficción. Y si algo tiene que provocar es la concordia, el razonamiento, la reflexión, no el panfletismo y el disturbio social para que quien esté confundido, enfadado, harto y hastiado, con toda la razón del mundo, se desahogue bipolarizando la sociedad como si de un partido de fútbol se tratara. Conozco grandes profesionales de mi profesión e intento ser digna merecedora de llamarme periodista. Piensa lo que quieras, de verdad, la ideología es personal, pero exige el periodismo de calidad, humano y veraz. No llames periodismo a simples escritos por cualquiera que pretenden esconder la verdad. Lxs que nos tomamos nuestra profesión en serio no lo merecemos.
fatima@lagigantadigital.es
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