Mi generación creció con Pipi Calzaslargas, esa Pipi Langstrump de trenzas imposibles que nos enamoró sobre todo a las niñas; sorprendidas veíamos que «no pasaba nada» si una chica lideresa vivía sola con su caballo y su mono. Ese recuerdo lúcido nos lo trajo al presente Benito Zambrano en la presentación oficial de gala de su deliciosa Pan de limón con semillas de amapola, basada en la novela homónima de Cristina Campos. Una fábula contemporánea que, en el Lope de Vega, se coció a fuego lento y levantó el aplauso antes y después de una proyección sublime.
El cineasta de Lebrija sabe contar una historia con muchas lecturas y cierta complejidad que, sin embargo, conquista con la sensibilidad exquisita que le caracteriza, rescatando esa mirada, ese retrato femenino que explotó en Solas y enfatizó en La voz dormida. Las historias de mujeres y los personajes femeninos, explica Zambrano, «me encantan, soy muy lorquiano, vengo de una familia numerosa con cuatro hermanas, además de la madre que me parió. Creo que nuestro mundo es muy mariano, muy de mujeres, y me interesan mucho”.

Sus protagonistas siempre forman tribu y se convierten en madres de «las hijas e hijos de las clases trabajadoras que son los que salvan al mundo», apuntó el director aludiendo indirectamente a su filmografía y su última obra, una película coral cuya fuerza reside en mujeres diversas, valientes, que parten con timidez hacia lo que quieren y aman… y que al final -qué final- lo consiguen. La fuerza focal de la cinta confía en los rostros y saber hacer de Anna (Eva Martín) y Marina (Elia Galera), dos hermanas que heredan una panadería y que, ambas, en construcción mutua de sus personajes, consiguen emocionar con esa delicadeza tan zambriana que jamás decepciona.
Hay lágrimas sí, pero sutiles, que forman parte de la historia que te atrapa, te envuelve y te seduce hasta el final. No queremos hacer spoiler, por lo que paramos aquí. No sin antes volver a alabar esa red de mujeres, de la que se hace apología, esa comprensión empática de la tristeza que, desde la sororidad y diversidad de distintas generaciones, convierten la cinta en una obra maestra que ensalza a la mujer libre e independiente. Recordando nuevamente a Pipi, ya lo dijo el maestro de Lebrija en la presentación: “Quiero que las niñas (mi hija), las chicas, sean libres, cachondas, inteligentes y divertidas y que pidan perdón antes que permiso”. Sea. Y, por favor, vayan a degustar este pan cinematográfico que les dará un soplo de calor a su corazón.

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