TEXTO: Ana M. Ramírez M. Periodista y comunicadora social.
Atravieso un colapso brutal que desencadena en taquicardias, sobremordidas y ansiedad tendiente al estrés. Por suerte, llevo años sorteando subidas y bajadas emocionales. El estado colombiano, mi tierra raizal está removido y remojado en sangre, han emergido los diablos que se han querido mantener sumergidos en superficialidad, glamur, etiqueta y buenas formas.
Soy indígena, soy negra y blanca. Mestiza. Orgullosa de mi bagaje, porque me lo dieron los seres que más quiero en el mundo, mi familia. Nos diferencian miles de conceptos y filosofías, aunque nos sigue uniendo la sangre. Esa herencia no se borra jamás. Amo lo que ocurrió en mí. Me hizo resistente y superviviente. Soy de donde me hice persona, y también de donde se fusionó mi ser. La esencia jamás se pierde.
Aprendí en el autoexilio el valor de la lucha y esfuerzo, que es más poderoso cuando piensas en comunidad y no en ti misma solamente. El entorno cercano es lo que está a la mano para iniciar la labor. La cuestión es, qué hacer con todo este aprendizaje. Desde el estallido de la inoficializada guerra civil en Colombia, me repito a diario la pregunta qué está en mis manos hacer, que no se quede en intercambiar palabras discordantes en las redes sociales. Ya hay suficiente odio en el aire. Estoy lejos, pero mi corazón está allí. Así que decidí mantener coherencia con mis principios y creencias, apoyar las manifestaciones, uniéndome al colectivo colombiano de Andalucía, en el que estamos trabajando me veo obligada a ponerles en contexto.
Os cuento, desde los años 80, cuando aún estaba en el colegio, el peligro acechaba a mi alrededor. Madre, padre y abuelos protegían nuestras vidas, me refiero a mis hermanas y a mí. Nos hicieron fuertes y valientes, frenteras y avezadas en las lides que concurrían. Desplazados campesinos, indígenas y negros llegaban a la capital huyendo del expolio de sus tierras, amenazados por grupos armados, revolucionarios o paramilitares, narcotraficantes, había de todo un poco. Y esta ola de persecuciones y coacciones a la propiedad y a la libertad se extendieron por doquier. Estoy hablando de los años 80. Y debo explicar que esta es la realidad ahora mismo en Colombia. Así que, nada ha cambiado. Amenazas, asesinatos y secuestros siguen dando titulares. Cada vez más cruentos, cuerpos descuartizados, decapitados y flotando en las aguas de los ríos.
Al salir de casa siempre nos decían por dónde caminar, que no les hablara a desconocidos y que volviera temprano a casa, no más tarde de las 6 de la tarde. Esto jamás ocurría, y menos en los últimos años de bachillerato y durante la universidad. A medida que crecía, el argumentativo era el mismo, es decir, que la situación en la ciudad no cambiaba. Al entrar en la universidad, más reales se hicieron las palabras de los noticieros y de la familia.
En este despertar de conciencia social, verifiqué con renuencia el clasismo, el racismo y las desigualdades de género. La opulencia de pocos era muy evidente y la pobreza de muchos aplastaba cualquier sueño. Esas advertencias de mi madre y padre, mucho cuidado si pasas por tales y tales barrios, porque no saldrás viva de allí. Claro, también advertí que sus palabras solo pretendían mantenerme a salvo. Y añadiría que con los ojos vendados a la realidad. Precisamente, lo que me negué siempre a hacer. Por ello, piqué billete lo más pronto que pude, obviamente sin rencores ni enjuiciamientos. Primero dando pasos en falso y equívocos con un hombre maltratador y luego alzando vuelo hacia Europa.
Como dice la canción de para qué leer un periódico de ayer, de los hermanos Lebrón, si verás todo repetido. Recuerdo cuando temíamos a los motociclistas con parrillero, porque podría comenzar una balacera. El miedo nos carcomía por dentro al tropezar con alguien en la calle, o chocar la moto o el coche en horas de denso tráfico. El miedo a que esas personas sacaran un arma o iniciaran una pelea cuerpo a cuerpo.
Recuerdo cómo en los 90 desarticulaban redes de narcotráfico y confiscaban bienes inmuebles de los capos en el famoso y prestigioso barrio de ciudad jardín… Centro de atención en este 2021, por ser el epicentro de enfrentamientos racistas y xenófobos entre civiles armados y la minga indígena (autoridad indígena que busca preservar la seguridad y la justicia).
Recuerdo que los hijos e hijas de traquetos (narcotraficantes) estudiaban en colegios privados de gran prestigio, junto a la gente de bien caleña.
Y ahora el temor es más grande, sin estar presente, al ver que la historia se repite. Lo que no significa que se hubiese ido, tan solo estaba debajo de la alfombra, de Congresistas hijas de narcos y otros y otras con procesos judiciales abiertos. Entiendo a mi gente y la apoyo. Aunque difiera con muchas amistades y familia, sé que estamos en un proceso de cambio radical. Se han vulnerado la paciencia, la entereza y dignidad de un pueblo. Levantan la voz, y en la calle seguirán, para que la historia no siga repitiéndose. El beneficio será para todos y todas. Es la mejor recompensa.
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