Hoy miércoles, 6 de octubre, es el primer día del Cine Español. Una fecha que coincide con el fin del rodaje de ‘Esa pareja feliz’, escrita por Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, con Fernando Fernán Gómez y Elvira Quintillá como coprotagonistas. Para el gobierno, es una película crisol de principios narrativos, éticos y estéticos. Me apuesto lo que quieran a que la inmensa mayoría del gobierno, no este, ninguno de los que hemos tenido, han visto la película. A ver, que es en blanco y negro, data de 1952 y, sobre todo, ¡es cine español!
Cuando esas dos palabras suenan juntas, automáticamente suele salirnos un despectivo uf o bah, acompañados del motín de desprecio. Es esa vena autodestructiva, marca hispánica, incapaz de reconocer el talento cuando lo hay y de despreciar cuanto ignora, incluyendo el cine español (y la cultura así en general). Si la acompañamos del también clásico ‘son unos subvencionados’, ya tenemos un fotograma de cómo españolas y españoles concebimos el cine español. Cómo se va a comparar con el cine (y las series) yanquis: qué actorazos, qué decorados, qué star system, qué saber estar, qué superproducciones. Incluso, si somos cinéfilos de gusto refinado (o eso creemos), nos decantamos por el cine europeo así en general, como un ideal inalcanzable. O preferimos el cine coreano, faltaría más. Todo lo que suene a español, se lo dejamos a la derecha y los ultras. ¡Que le den a los del 98 hombre, tanto me duele España! Y de paso, a Saramago también y a su iberia utópica.
Y si le dan el oscar a una española que tiene tropecientos premios internacionales, no se lo merece, es mona y tiene suerte, por favor. Isabel Coixet, ah, ¿pero es española? ¿Iciar Bolaín? Me pregunto qué habría pasado si Pilar Miró o Josefina Molina hubieran nacido en otro país. Qué habría sucedido si actorazos secundarios como Pepe Isbert, José Bódalo, pero también Rafaela Aparicio, Florinda Chico, Helga Liné o María Luisa Ponte, hubieran nacido fuera.
Reconozco que en su momento, ya tan lejano, preferí sumergirme en la maravillosa videoteca de la facultad de Ciencias de la Información para ver todo el cine del mundo mundial que allí había, desde sus orígenes. Que de las dos veces mínimo por semana que iba a cine de estreno (a un precio todavía asequible y con descuento por ser estudiante), rara vez caía una película española. Que me tragaba con delectación todos los ciclos de cine en la 2 de madrugada, incluyendo cine japonés, ruso y el dedicado a Luis Buñuel, que era de Calanda pero como todo el mundo sabe lo aprecian más los franceses y mexicanos que nosotros.
Reconozco que odié el espacio Cine de barrio de los sábados durante todo el tiempo que mi madre me obligaba a verlo porque sólo había dos cadenas y se te iban los ojos en el comedor mientras hacías otras cosas. Mientras me acordaba de que Sara Montiel moría o se encerraba de por vida por pécora en todas sus películas, iba descubriendo otro cine español, sorprendentemente bueno, antes y ahora. Si hasta tenemos en nuestra historia cine anarquista colectivizado de manos de la CNT en 1936 y un puñado de películas como ‘Aurora de esperanza’, ‘Nosotros somos así’ y ‘Barrios bajos’. ¡Que le den a Eisenstein!
A ver, la dictadura de 40 años y el post que vino después no ayudaban a nuestra autoestima, está claro, quién va a devolvernos las señas de identidad arrebatadas, los nombres. Y sí, aún no se ha hecho la gran película de la guerra civil. Por eso es necesario redescubrir, recuperar, valorar un cine que, incluso entreteniendo, influye poderosamente. Eso, o que nuestra juventud crezca sin referentes audiovisuales propios: total, tanto da donde vivamos si todos comemos igual, vestimos igual, consumimos igual, pensamos igual.
Nota: El cine español no es uno, grande y libre. Pero ya saben de qué estoy hablando…
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