“Hola, Fernando. Supongo que te extrañará esta carta, pero en estos momentos estoy tan angustiada, que he tenido la necesidad de escribirte. No por algo especial, sino porque tú serás una de las pocas personas que conozco que estará fuera del problema interno de este país”.
Así comenzaba la carta que escribí el 23 de febrero de 1981. Yo tenía entonces tan solo 18 años de edad, y mucha conciencia política, cosa que no recordaba hasta hoy. Cuarenta años más tarde, he releído la carta que nunca mandé a Fernando, un chico lisboeta que había conocido el año antes, en un viaje de fin de curso del bachiller que hicimos con el Instituto Murillo. Fernando y yo nos carteábamos y jugábamos con la idea de que yo era “su novia española”.
No recuerdo ninguna conversación política con mi padre, mucho menos con mi madre. Pero, para entonces, yo era asidua lectora de El País y Diario 16, veía los debates del Congreso, escuchaba las crónicas parlamentarias y estaba muy interesada en la política.
Ese 23F me pilló en el Instituto. Una profesora de filosofía, cuyo nombre lamento haber olvidado, tuvo la desfachatez de sacar una bandera franquista, con yugo, flechas y sangre, y la ondeaba delante de nosotras (este instituto era solo de alumnas, en aquél entonces), mientras profería impunemente vivas a Franco y a favor de la dictadura. Protesté ante su actitud, e hizo caso omiso, por lo que me dirigí a la jefatura de estudios, donde todos los ánimos estaban muy alterados, y le pedí que fuera a llamar la atención de esta profesora fascista. Me acompañó, pero no le dijo nada, solo nos anunció que recogiéramos las cosas y nos marcháramos a casa. Nos confirmó que se había producido un intento de golpe de estado a nuestra incipiente democracia.
El camino desde el Murillo hasta mi casa lo realicé caminando muy deprisa, llena de ansiedad y angustia. El miedo se había apoderado de mí, de tal forma que, en lugar de andar, casi corría. Cuando subí a mi casa encontré a mi padre en silencio, con un gesto serio y severo, delante de la televisión y con la radio nacional encendida, en su pequeño transistor de bolsillo. Me senté a su lado y ambos estuvimos expectantes, viendo las horas pasar. No pude ver el asalto en vivo, y la televisión dejó de emitir en un momento dado. Imágenes de los alrededores del Congreso, con mucha policía rodeándolo.
Recalco que solo tenía 18 años, porque no sé de dónde saqué la idea del exilio. En un momento dado, cogí el papel y el bolígrafo y escribí esta carta a Fernando, pidiéndole que me salvara de una nueva dictadura. Me releo y no me reconozco, de tan olvidada que tenía esa sensación de miedo.
“… También parece que han cambiado muchas cosas desde que nos escribimos la última vez. Todo ha empezado, lo gordo, porque lo demás venía de antiguo, desde la dimisión de Suárez, nuestro presidente. Como toda reacción en cadena, se han hecho los movimientos prescritos en la CONSTITUCIÓN. O sea, elegir por el Rey un nuevo presidente, ser aprobado en las Cortes y luego la investidura. Hasta el momento está bien, pero ahora resulta que hay unos cuantos imbéciles que les da por dar un golpe de estado. Vosotros, en Portugal, estaréis muy acostumbrados a eso. Pero, aquí, en España, cuando todo marchaba tan bien, cuando por fin existe una medio democracia, viene la derecha, y con ella el desastre.
Millones de familias están ahora ahogas por el miedo. Nosotros, también. Estas son horas de angustia, ya que todos tememos una nueva Guerra Civil, cuando todavía no se han borrado los horrores de la otra, hace cuarenta años…”.
No puedo recordar lo que mi padre y yo hablamos. Lo que mi padre sentía. No puedo recordar lo que mi padre sufrió esa noche. Pero, sí recuerdo mi horror, mi sensación de volver al siglo XIX, con golpes intermitentes. Miedo a la guerra y a volver a vivir en una dictadura. Miedo a los Francos que sabía que llenaban los cuarteles. Tenía tanto miedo a morir como miedo a una vida en dictadura.
La carta así lo refleja: “… Quizás indignada no sea la palabra adecuada, pero ahora temo por la vida de mi hermano, que tiene 20 años, la edad propicia para todo. También temo por mi vida. (…) Otra nueva dictadura sería como quitarle un dulce a un niño pequeño, cuando empieza a degustarlo.(…) Nosotros hemos probado la democracia, ¡Y nos gusta!. ¿Por qué tienen que quitarnos el placer de pensar y decir? ¿Por qué?…”.
Yo era solo una niña. Apenas habíamos tenido educación en democracia. Aprendíamos en clase la Constitución española. Creímos en las libertades. Tanto, que le pedí en mi carta a Fernando que me acogiera en su casa. Que me salvara de vivir en una dictadura.
Cuando alguien usa la palabra fascista para señalar cualquier cosa que no nos guste, me vuelve a salir la ira retenida. Porque, solo cuando has vivido el verdadero fascismo de Franco, la dictadura represora nacional católica, aprendes a distinguir al fascismo de los conatos. Y por eso, por eso tengo miedo de partidos como VOX, camuflados bajo la bandera demócrata, pero que contienen entre sus filas a personas que desean que dejemos de pensar y vivir en libertad. Por eso apelo, en este cuarenta aniversario del miedo que tuve, del deseo del exilio, a fortalecer nuestra democracia, que no es perfecta, sino mejorable. Pero, que fue un paraguas en el que muchas nos refugiamos.


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