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7 marzo 2021  |  Por La Giganta Digital

Cambiar algo para que todo siga igual: más preocupadas que nunca

patri

TEXTO: Patricia Fernández Muñoz

Asisto, desolada y desconcertada, al estallido en redes sociales de gente muy indignada con el 8M. Sí, con el 8M, así en general, no por posibles manifestaciones en pandemia que aún siguen siendo, según algunos, el epicentro de los contagios. El país entero está sumido en la ignorancia más atrevida, y empiezo a sospechar que de manera voluntaria, ante lo que supone una jornada de reivindicación, que no de celebración, ya que la agenda feminista tiene aún muchos objetivos, los más graves, sin lograr.

A día de hoy hay gente que aún se pregunta “¿para cuándo un día del hombre?”. No cualquiera, no, profesionales de la Educación y la Sanidad, sin ir más lejos, que viven en primera línea la desigualdad y que no se preocupan por verla. Las niñas invisibles, procedentes de otras culturas, sin escolarizar y con maternidades precoces, que son invisibles porque ni constan en los listados de empadronamiento, pero de las que tenemos noticias porque conocemos a sus hermanos varones. Las niñas que acuden a los centros de salud que han sufrido una violación “por estar con quien no debía cuando no debía”, porque ya sabemos que las responsables seguiremos siendo nosotras, porque nos atrevemos a ver a los chicos de nuestra tierna edad como a iguales, porque somos las temerarias que viajamos solas, sinónimo de viajar sin guardaespaldas varón. Sí, ya sabemos que por lo general, las mujeres podemos estudiar lo que queramos, aunque nos falten referentes que nos marquen la ruta; pregúntale a cualquiera el nombre de una mujer científica famosa, que inevitablemente te dirá “Marie Curie”, y no sabrá decir ninguna otra.

Sí, ya sabemos que “Not all men” y que tu padre jamás ha sido violento y por tanto, el maltrato y los asesinatos machistas son cosas de “gente mala”, no de hombres, que la brecha salarial es un mito, que la mayoría de las denuncias son falsas. Pero, ¡ay!, las estadísticas están ahí para evidenciar todo esto, si se quiere alguien tomar la molestia.

He aquí algunos datos que evidencian que todas esas “personas malas” se agrupan en el mismo sexo:

– Los abusos sexuales a menores se producen en un 98% por hombres, frente a un 2 % de mujeres.

– El 70 % de las agresiones sexuales a menores se producen por un varón de la familia directa.

– En 2020 se han denunciado 1.602 violaciones en España y han aumentado las violaciones en grupo; ya sabemos que la mayoría de las violaciones no se denuncian.

¿Hay que ser mala persona? Sí. ¿Es casualidad que en su inmensa mayoría sean hombres? Pues está claro que no. Y yo, si fuese hombre, preferiría saber que existe una estructura sociocultural que sustenta la violencia de género, antes que creer que todas las “personas malas” se han agrupado en mi sexo, sin más.

Me decía una compañera de la Plataforma Feminista de Estepa, que es la que más sabe de feminismo del grupo, y que por culpa del patriarcado que condena a las madres solteras a la precariedad, sufre el desempleo y exige políticas que sostengan a la maternidad, que está cansada de hablar de Igualdad, porque es un término equívoco, y que ella lo único que pide es justicia. Las mujeres no somos iguales que los hombres. Las mujeres estamos condicionadas por una biología que nos permite ser madres, si queremos, y a veces, “la llamada de la naturaleza” es muy poderosa. ¿Acaso no parimos y criamos a todas las personas trabajadoras de este mundo?

Hablemos pues de nuestro mayor grado de pobreza por ser mujeres:

– En general, el salario medio anual de las mujeres es 5.000 € menor que el de los hombres.

– El 48 % de las horas extras realizadas por mujeres, no son pagadas.

– Las mujeres cobran un 34 % menos de pensión y necesitan trabajar más horas para reducir la brecha salarial.

– El 94 % de las personas con una jornada parcial por motivo de cuidados de niñ@s, adultos, enfermos, personas con discapacidad o mayores, son mujeres.

Las mujeres que deciden tomarse una excedencia son privilegiadas frente a las que solo pueden tomarse las 16 semanas, menos del tiempo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda de lactancia materna en exclusividad para el bebé. Los hombres gozan del mismo período, sin parir, sin puerperio, sin lactancia, sin tener que recuperarse de nada, sin haber movido un solo dedo para exigirlo. ¿Es la política de izquierdas que legisla este tipo de permisos intransferibles consciente de la puñalada trapera que supone a las mujeres que llevamos años reclamando permisos más largos? ¿Es consciente de que su único argumento es economicista, para que no se nos discrimine? ¿Es consciente de que la mayoría de los hombres de esta sociedad perciben dicho permiso como unas vacaciones para dedicarse (not all men) a preparar unas oposiciones para Correos o para entrenar duro y ganar una carrera ciclista?

Volviendo a la ignorancia voluntaria de gente cuyo entorno le habría permitido ponerse las gafas violeta, pero después prefiere dejarse arrastrar por la marabunta negacionista y ultraderechista en RRSS y comparte las estupideces más rancias que cabe imaginarse, debo rendirme ante la evidencia de que la ultraderecha nos gana terreno y nos hace retroceder en la conquista de la justicia social para las mujeres, que no somos un colectivo, sino más de la mitad de la humanidad. Estupideces rancias, pero peligrosas, que se materializan en propuestas en el Congreso para acabar con la Ley de violencia de género y sustituirla por una de violencia intrafamiliar, como si fuera lo mismo una pelea entre hermanos a causa de una herencia, por ejemplo, que un hombre que maltrata, viola, o incluso asesina a su mujer por el mero hecho de ser mujer.

Hay mujeres que reclaman que ser feminista es levantarse y trabajar de sol a sol para ser capaz de comprarse su propio coche. Sí, porque ser mujer trabajadora, ya implica, creen, ser feminista, aunque ignores el nivel de tu propia opresión y explotación. Pero luego publican que manifestarse en pandemia es un auténtico delirio feminista. Curiosamente no abrieron el pico para quejarse de las otras muchas manifestaciones.

Mi mente vaga de unas ideas a otras porque es muy duro comprobar las resistencias ante el avance del feminismo en todos los ámbitos. En la gala de los Goya se han colado los comentarios de dos babosos calificando a las actrices de putas, tías buenas, prostitutas profesionales (“seguro que cobra”), y eso es un claro indicio de que en gran medida las mujeres seguimos siendo objetos, no sujetos. Y me horroriza porque estoy rodeada de mujeres supervivientes, mujeres malheridas que sostienen familias disfuncionales a costa de su salud, a costa de que los hombres que las rodean tengan una masculinidad de cristal, castrante y agotadora, que se manifiesta en que hombres que se sienten rechazados amorosamente, se sientan tan humillados que se llevan a la ex por delante como sea, en que los niños del instituto apenas se diferencien de sus abuelos y su “pasatiempo” favorito sea demostrar lo machos que son y su insulto habitual sigue siendo llamar “maricón” al otro, mientras la niñas viven de forma muy distinta a como vivieron sus abuelas.

Soy profesora de Secundaria, soy concejala de IU, soy madre, soy miembro de una Plataforma Feminista. No puedo hacer sino malabares para ser coherente y no perder las ganas de seguir luchando para cambiar el mundo, pero últimamente me está costando bastantes esfuerzos, bastante acoso y no pocas discusiones a nivel político.

De un lado, las concejalías locales aún no tienen ni diferenciadas las luchas de las mujeres de las luchas LGTBI. De otro lado, con muchísima más repercusión, no puedo sino demostrar mi indignación más profunda con la propuesta de la mal llamada “Ley Trans” por parte del Ministerio de Igualdad, en manos de Unidas Podemos. No solo se han negado a ver la evidencia científica, sino que se han negado a recibir a las organizaciones feministas discrepantes con dicha proposición. La ley trans no solo perjudica a las mujeres, también a las personas transexuales, pero lo peor es que atenta contra la infancia, de modo que puedes llevar a tu hija a una psicóloga si va mal en los estudios o sufre más de la cuenta los estragos del confinamiento por la pandemia, pero llevarla a una psicóloga porque un día llegue diciendo que quiere transicionar a hombre, porque se siente atrapada en un cuerpo “equivocado”, puede suponerte una condena por transfobia y hacerte perder, incluso, la custodia. Y es tan contradictorio todo lo que propone, porque basta la declaración de sentirse mujer, para serlo a todos los efectos con esta ley, en un modelo afirmativo que no indaga en los malestares o posibles trastornos que puedan subyacer detrás de dicha declaración y no ven patologizante hacer depender de la ingesta de hormonas de por vida a una criatura menor de edad, de inhibidores de la pubertad que no son otra cosa que medicamentos para el cáncer, con un listado de efectos secundarios escalofriantes, como atrofia del pene o de la vagina, entre otras secuelas muy serias. Y sin peritaje alguno. Y sin garantía alguna para quien de verdad necesite finalmente transicionar.

Hemos sucumbido a la idea de postulados posmodernos que usurpan el sujeto político del feminismo, es decir, las mujeres. La “ley” atenta contra principios jurídicos, invisibiliza las necesidades de las personas transexuales, borra a las mujeres, nos usurpa espacios conquistados, como por ejemplo en el deporte, o nos puede llegar a meter a violadores en las cárceles de mujeres, como ya está pasando en otros países con leyes semejantes aplicadas. No, de verdad que no somos TERF, de verdad que no tenemos nada en contra de las personas trans(sexuales), pero lo tenemos todo contra la autodeterminación de género. Este ministerio, de una manera absolutamente irresponsable, defiende una ley que pretende la autodeterminación de tu propio sexo, realidad material observable e inmutable. ¿Existe el cambio de sexo? El registral sí, y desde hace años, y sin necesidad de pasar por quirófano. Una persona no puede cambiar su sexo, solo puede hormonarse e intervenirse quirúrgicamente, o no, para parecer del sexo contrario. ¿Entonces? Todo este galimatías requiere de mucha formación que casi nadie tiene. Es costoso distinguir entre sexo y género por cuestiones en las que no entraré en este momento, pero la ley funde sexo, realidad material, con género, el patrón de conducta que te impone la sociedad y que nos oprime a las mujeres, convirtiendo así en becerro de oro al género, que el feminismo lleva décadas tratando de abolir.

La “ley trans” supone tal retroceso que es neurosexista, y va tan en contra de lo que desde hace años se trabaja desde el ministerio de Educación para avanzar en Igualdad, que han surgido asociaciones como DoFemCo (Docentes Feministas por la Coeducación), que se niegan a suponer que un niño al que le guste jugar con muñecas sea una niña atrapada en un cuerpo equivocado. Como decía, retrógrado y delirante. Se niegan también, como yo me niego, a recibir asesoramiento de asociaciones como Chrysallis, que defienden la prostitución o los vientres de alquiler.

Hasta tal punto llega el delirio colectivo (el rey va desnudo pero nadie se atreve a decirlo) que hasta las personas transexuales se están organizando contra la ley trans, de este modo, en el prometido podcast de RADIOJAPUTA, la profesora y periodista inglesa Debbie Hayton, mujer trans, declara que ser una mujer trans “es algo que hago, no algo que soy”, y se atrevió a llevar una camiseta con una declaración política que desafiaba a otras precedentes. Ante “las mujeres trans somos mujeres, asúmelo”, ella respondía “las mujeres trans somos hombres, asúmelo”, haciendo un llamamiento a la coherencia y al estar en paz con una misma, sin tener que imponer nada a nadie y mucho menos usurpar espacios y políticas correctivas de la desigualdad destinadas a las mujeres, que recordemos, no somos un colectivo, no somos una minoría, sino que somos más de la mitad de la humanidad.

Estos postulados queer han progresado muchísimo en muy pocos años, algo harto sospechoso, si se tiene en cuenta que en países como Argentina se ha aprobado esta ley antes que la del aborto. Si se investiga un poco, se ve el lucrativo negocio farmacológico que hay detrás, y el potencial beneficio para las clínicas estéticas. Ni que decir tiene que estas teorías carecen de la luz de la ciencia y la evidencia y son como una secta, por eso, desde las bases de las formaciones políticas que consideran el feminismo uno de sus postulados, así como desde otros ámbitos, vamos a seguir batallando para que esta ley no vea la luz. Sin embargo, hay que poner de manifiesto que el mayor beneficiario seguirá siendo el patriarcado, el statu quo, que con esta “ley trans o caballo de Troya” cambiará algo para que todo siga igual, neutralizando o paralizando durante no se sabe cuántas décadas, al feminismo, el movimiento que de verdad hace peligrar al sistema.

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