TEXTO: Mar Oliver Mogaburo
Hace unos años, en pleno proceso de desenamoramiento, salí con la que fue mi pareja a tomar algo cerca de su casa. Se trata de un barrio de construcción relativamente nueva, en la periferia de Sevilla, de ambiente juvenil, moderno y gran afluencia de personas de otras zonas de la ciudad.
Paramos en uno de los chorrocientos bares que se suceden en cada rincón. En realidad no íbamos a tomar nada, pero yo necesitaba ir al baño, y este establecimiento los tenía lejos de la mirada potencialmente inquisidora de las dos camareras –sí, dos mujeres jóvenes–. Sí, ya sé que no se debe hacer, pero que no haya baños públicos ni siquiera en el entorno de un parque, como era el caso, puede que me sea útil también como objeto del debate que presentaré a continuación.
Como en la mayoría de los bares, había baños separados; para hombres o mujeres, chicos o chicas, señoras o caballeros, ellos o ellas, girls or boys… Pero, en esta ocasión, la diferenciación sexual se expresaba con un “BLABLABLÁ o BLA”. Yo sabía perfectamente en cuál debía entrar, por ser mujer y, supuestamente, usar el baño hablando por los codos mientras hago lo que necesite hacer desde que no uso pañal. No obstante, antes de entrar, quise provocar una reacción en mi acompañante –machista hasta la médula, pese a que lo negaba enérgicamente, y charlatán, hasta el agotamiento incluso de su propia madre–, así que le dije “¿Vas a entrar tú también? ¿En cuál de los dos?”. Él comenzó a reírse y me dijo “ya sé por dónde vas… vamos, me negarás que las tías no usáis el baño para ponernos verdes…”. Mi respuesta la dejo para luego.
Desde ese día, sentí que debía darle una pensada a esto y escribir algo relacionado con la situación, porque, a mi juicio, los baños públicos reflejan en buena medida las ideas, prejuicios y demás basurillas mentales que nos muestran cómo pensamos y cómo somos, a nivel individual y como sociedad. Aparqué esta idea sin darme cuenta, hasta que me la recordó mi amigo virtual K. F. en una red social.
Esas puertas decían mucho sobre cómo pensaba el propietario del bar –él sí era hombre–, aunque me temo que no sólo él. Para empezar, este señor daba la razón al machista que me acompañaba; las mujeres somos muy charlatanas y, además, hablamos sobre ellos. ¿Es posible que sea el miedo a ser observado y juzgado el que está detrás del estereotipo “las mujeres son charlatanas”? ¿Son ellos realmente nuestro principal objeto de disertación? ¿No conocéis hombres charlatanes? ¿No hablan ellos de las mujeres? ¿Nunca habéis estado con un hombre que tardaba más de diez minutos en salir del baño –como hacía aquella pareja mía, dicho sea de paso, vete a saber para qué–?
Es verdad que muchas mujeres, aunque quizás deba referirme a las más jóvenes, usan el momento del baño para escapar del escenario que desean comentar, al tiempo que se alivian y retocan en el “tocador”, como dice mi amigo P. Es igualmente cierto que algunas mujeres tardan demasiado, sobre todo cuando la que espera retorcida es una. Pero también es verdad que nunca en mi vida había pasado tantos ratos sentada sola con la copa o la tapita, mientras esperaba a que mi compañía saliera del baño, hasta que conocí a aquel “machote” charlatán alineado en opinión al dueño del bar “moderno”.
“No, cariño”, le dije, “no necesito un wáter para contar a mis amigas lo que no me gusta de ti”.
¿Qué más nos cuentan los baños públicos?
¿Por qué han de estar diferenciados por razón del sexo? ¿No será que es una cuestión de género? Veamos algunas aseveraciones que justifican esta diferenciación/segregación y hagámonos preguntas:
“Los hombres son más sucios que las mujeres”. ¿Realmente lo son? ¿Acaso las mujeres no evitamos sentarnos en la taza del wáter, poniéndolo todo perdido, igual que los hombres? ¿Todas y siempre dejamos el baño tal y como lo encontramos?
“Las mujeres necesitan espejo y más tiempo para retocarse”. Puede, pero ¿no se miran los hombres al espejo? ¿No se detienen ellos a observar y a comprobar, por ejemplo, si cada cabello está en el lugar elegido al salir de casa?
“Los hombres abusarían de las mujeres si los baños fuesen mixtos”. ¿Son los hombres potenciales acosadores sexuales? ¿Las mujeres no tienen pulsiones sexuales y, por lo tanto, no mirarían de soslayo? ¿Todas las personas del bar son heterosexuales y por lo tanto jamás habrá un gay o una lesbiana que abuse de otra persona? ¿En cuál de los dos baños entra una persona no binaria?
“Los restos de menstruación son desagradables a la vista para los hombres”. ¿Para nosotras lo son, y me refiero a los de todas las mujeres? ¿También les desagrada si se usan contenedores cerrados?
¿Por qué los baños masculinos tienen sanitarios contiguos? ¿A ningún hombre le importa exponer su pene ante desconocidos? ¿No es desagradable ver literalmente cómo micciona otra persona, sea hombre o mujer? ¿Un hombre homosexual no es una amenaza…o “esos” van a otros bares menos viriles?
¿Por qué los baños accesibles son casi siempre los de las mujeres? ¿Acaso los hombres con diversidad motórica que los necesitan no son personas sexuadas y sexuales? ¿Son estos hombres más limpios que el resto? ¿Acaso no deben sentarse en superficies sucias, al igual que las mujeres que necesitan esa accesibilidad?
¿Por qué los cambiadores de bebés están siempre en el baño de las mujeres? ¿Los papás que desean o necesitan cambiar a sus peques no tienen esos ojos lascivos de los que supuestamente huimos? ¿Acaso se piensa que estos papás son homosexuales, por el hecho de cuidar de sus bebés? ¿Están los padres especialmente preparados para ver algún que otro vestigio de menstruación?
Todas estas preguntas, y otras muchas más que quizás surjan tras esta lectura, están detrás de unos espacios tan necesarios como cotidianos. Sí, los baños públicos nos dicen cómo piensa nuestra sociedad y, además, apuntala dicho pensamiento con chascarrillos estereotipados sin maldita la gracia, como este de “BLABLABLÁ/BLA”.
Si os dais cuenta, al diferenciar espacios, realmente estamos pensando en higiene, respeto, intimidad, cuidado de lo colectivo o accesibilidad universal; nada que ver con el sexo ni la sexualidad ni el carácter de nadie. ¿Tan difícil es diseñar baños públicos bajo estos criterios? ¿Y usarlos? ¿Seguiremos asumiendo el criterio de género como válido?
Aquí lo dejo; creo que ya he hablado demasiado ; P
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