Así se llama mi barra de labios desde hace años, ya ni me acuerdo. Es roja y mate, huele bien y desde luego que resulta toda una declaración de intenciones, entre el vacile y la ironía.
Uso rouge de labios, bien rojo, desde hace al menos 25 años. No soy mucho de maquillarme, no se me da bien pintarme los ojos, pero mis labios me gustan vestidos de rojo. Supongo que es el efecto de ver cine noir y divas en cinemascope.
En la adolescencia, usé brillo transparente, como todas. Los años me hicieron más osada y, cuando me llegó la mayoría de edad, estuve lista para el rojo. Y eso que en los ambientes en los que me solía mover -aquellas tribus urbanas- las mujeres iban con la cara lavada como parte de un uniforme. Nunca me gustaron ni los grupetes cerrados ni los uniformes de ningún tipo. Inevitablemente, sentía que los labios pintados eran el símbolo de que no acababa de encajar.
Si hasta en círculos supuestamente alternativos y progres los labios rojos llegan a incomodar, qué decir de otros ambientes. No, a mí no me ha extrañado que el hasta hace poco candidato de ultraderecha en la vecina Portugal usara el rouge de labios para atacar a la eurodiputada del Bloco de Esquerda y parecer “una muñeca”. Cuando pienso en muñeca pienso en muñecas rusas, pero me temo que es otro nivel para este hombre. Aparte de hacer ruido, este señor lo que rezuma es miedo. Miedo a las mujeres que se pintan los labios de rojo. Se siente amenazado por este color bravío, rotundo, imperdonable. El y otros muchos como él.
Que a estas alturas de la película todavía sea escandaloso pintarse los labios de rojo cuando se tiene un papel público, o cuando te presentas a una entrevista de trabajo, dice mucho de la involución actual. No es obligatorio pintarse, faltaría más. Tampoco dejar de hacerlo porque moleste, se perciba como impropio, agresivo, osado, llamativo o perturbador. O frívolo, término infravalorado donde los haya. Pero, como diría el Maki, en este mundo sin ética, a algunos/as, sólo nos queda la estética.
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