TEXTO: Rafael Calero Palma (escritor y poeta).
Debía yo de andar por los catorce cuando vi aquella foto por primera vez. La impresión aún me dura. Una pareja formada por un chico joven y una chica probablemente más joven aún. Él, muy delgado, pantalones de cuero negro y camiseta negra de tirantes. Gorra negra de plato. Palidez hasta la extenuación. Sostiene un látigo en su mano derecha. Ella, de espaldas, lleva puestas unas braguitas negras y un sujetador del que sólo se ven las tiras de cuero negro cruzadas en la espalda. También lleva unas botas con taconazo de aguja, guantes de seda negra por encima de los codos y una peluca rubia. La foto era la portada del primer y (por circunstancias del destino) único disco de larga duración del grupo madrileño de punk rock Parálisis Permanente: el magistral e imperecedero El acto. El chico se llamaba Eduardo Benavente. La chica, Ana Isabel Fernández (El Escorial, Madrid, 1958) aunque todos la conocíamos como Ana Curra. Para mí, como para otros muchos chicos y chicas de mi generación, la portada de aquel disco supuso la primera aproximación a la estética sadomaso de nuestra vida. Y una fuente inagotable de placer onanista durante mi adolescencia.
Si existe una superviviente en la música española, esa es Ana Curra. Subió a lo más alto y bajó a lo más profundo. Varias veces llegó a las puertas mismas del abismo, pero siempre volvió a emerger. Militó en algunas de las bandas más importantes de la música de este país. A finales de los setenta y principios de los ochenta, fue una Pegamoide, junto con Olvido Gara (Alaska), Nacho Canut, Carlos Berlanga y su amado Eduardo Benavente. Todos juntos pusieron a bailar a media España con sus pelos de colores, su pop acelerado, sus influencias yeyés y kitsch, sus letras naive y su gusto declarado por la serie b. Grabaron un solo disco, el imprescindible Grandes éxitos y varios singles. Pero dejaron temazos para la posteridad: “Bailando”, “Horror en el hipermercado”, “Bote de Colón”, “Tokio”, “Otra dimensión”, “El hospital” y muchos más. Después fue la mítica teclista de Parálisis Permanente, el primer grupo que se atrevió en España con los sonidos góticos del afterpunk. Ropa negra, letras empapadas en sangre, heroína y fluidos corporales. Oscuridad y provocación, al estilo de los Bauhaus, los Killing Joke, los Joy Division, Siouxie and The Banshees o The Cure. Por Parálisis Permanente pasaron nombres legendarios del rock hispano: Jaime Urrutia, Rafa Balmaseda, Nacho Canut y su hermano, Johnny, Toti Árboles y algunos más. Fue la novia de Eduardo Benavente hasta que la muerte los separó. Como en un poema de Edgar Allan Poe. Viajaba con él aquel terrible día de primavera de 1983 en que se salieron de la carretera.
El día 14 de mayo de 1983, Eduardo, Ana y Toti Árboles, batería del grupo, viajaban desde León, donde habían estado tocando la noche anterior, hasta Zaragoza, donde esa noche, en la plaza de toros de la ciudad, iba a tener lugar un concierto con todos los grupos de la agencia Roll: Gabinete Caligari, Deribos Arias, Alaska y Dinarama, Loquillo y Trogloditas, Nacha Pop y, por supuesto, Parálisis Permanente. Pero Eduardo jamás llegó a Zaragoza. A la altura del kilómetro 17 de la autopista A-68, en el término de Alfaro, les sorprendió una gran tormenta y el coche en el que viajaban los tres músicos, un Seat Ronda matrícula M-3458-EX, saltó la mediana de la autopista y se desplazó varios cientos de metros bocabajo.
Así lo contaba Ana Curra a Lino Portela en una entrevista, mucho tiempo después:
“Conducía yo hacia Zaragoza, donde tocábamos esa noche. Íbamos en dos coches. En uno iba Pito [su entonces representante] con el resto del grupo y en otro, Toti [Jorge Árboles Sánchez, el batería], Eduardo y yo. Ellos habían salido antes. Llovía y nos desviamos de la autovía porque se había roto el limpiaparabrisas. Y nos salimos de la carretera: reventó una rueda y volcamos. Recuerdo que Eduardo salió disparado por una ventanilla. Le saltó el cinturón de seguridad.” Y luego añade: “Recuerdo perfectamente los comentarios del enfermero. Decía: “Este chico está muy mal”. Yo gritaba: “Eduardo, Eduardo…”. Cuando llegamos al hospital, igual. Estábamos en la misma habitación, separados por una cortina, y yo escuchaba todos los comentarios. Los médicos dijeron que se iban a centrar en el chico porque estaba muy mal. Oí el momento en que Eduardo expiró. Ahora puedo hablar de ello, pero durante años he sido incapaz. Fue un hachazo. Entré en la negritud más grande que puedas imaginar.”
Tras la muerte de Eduardo, la tristeza infinita, la depresión, el dolor del alma. Así lo contaba Ana a la revista Jot Down:
Me costó una eternidad superarlo. Fue un infierno; un infierno elegido, porque me volqué en la heroína. No me permití el duelo. Mi relación con Eduardo para mí era como un cuento de príncipes y princesas, éramos dos chicos jovencísimos, superenamorados, que teníamos un grupo de rock and roll, y de pronto eso se partió. Me negué a hacerme mayor y la heroína me sirvió. Ha tenido que pasar mucho tiempo después para que yo haya sido capaz de restituir lo que tenía pendiente, conmigo misma, con Eduardo, por mi propia historia. Me he tenido que ver muy lejos de toda aquella época para poder reivindicar su legado con toda la fuerza y respeto que merece. Y aun así me ha costado muchísimo, me quedé muy marcada.
Pero la vida nunca se detiene, y Ana intentó seguir con la música, ahora volcada en su proyecto Seres Vacíos, que era más o menos, Parálisis Permanente pero sin la fuerza, ni la pasión ni la poesía salvaje de Eduardo. Con todo, grabó varios maxis que no estaban nada mal y que hoy en día se han convertido en buscadísimas piezas de colección. Tras la disolución de los Seres Vacíos, intenta una carrera en solitario, con la publicación de dos discos: el maxi Una noche sin ti, de 1985, y el Lp, Volviendo a las andadas, publicado en 1987. Mientras tanto se gana la vida como profesora de piano en un conservatorio de la Comunidad de Madrid.
Y como no puede ser de otra manera, Ana siguió vinculada al rocanrol. Y vinieron otros hombres (durante un tiempo es la pareja sentimental del fotógrafo Alberto García Alix), otras músicas, otras drogas, otras historias. Cuando empieza la década de los noventa, Ana será la pareja de otro maldito del rock español: el músico y poeta Ángel Caballero, el Ángel, un tipo que había tocado en Los Escaparates, un grupo sin éxito de la movida madrileña, en el que coincidiría con un desconocido aún Eduardo Benavente, y que escribía poemas desgarradores sobre la desesperación, el dolor y la heroína. Del reencuentro de aquellas dos almas gemelas nace Polvo de ángel, de El Ángel y los Volcánicos, otro disco mítico de la música cantada en español, grabado en Sevilla en los calurosos días del verano de 1993, en el que participan algunos musicos ilustres, como Dogo, Juanjo Pizarro o César Scappa. Ya lo he escrito otras veces. Pero vuelvo a repetirlo. Si no conoces ese disco, ya estás tardando en buscarlo por la red. Una maravilla de rock callejero. Poesía del arrabal. Influencias de Velvet Underground, Iggy Pop, Patty Smith, los Rolling Stones más salvajes y depravados, los Burning más chulos y vacilones.
Sin embargo, parece que Ana está tocada por la mala suerte y cuando el disco lleva unas semanas publicado, muere Ángel Caballero, enfermo de SIDA desde hacía tiempo. Otro golpe bajo que le da la vida. Corría el año noventa y cinco.
Desde entonces, Ana ha dado vida a varios proyectos. Llevó a los escenarios de toda España las canciones de El acto, junto con Digital 21. Colaboró con los sevillanos Narco. A finales de 2019, nos llegó su trabajo más reciente. Se llama Huaca, una palabra quechua que se utiliza para explicar lo inexplicable, lo sagrado, lo mágico, lo que nos conecta con lo desconocido. En su grabación han participado gente como César Scappa, actual pareja de Ana, o Pilar Román, que formó parte del proyecto Klub con Luis Auserón y Enrique Sierra, tras la separación de Radio Futura. De la fotografía se ha encargado García Alix.
A sus 62 años Ana sigue siendo una mujer rebosante de vitalidad, de belleza, de magia, de energía, de inteligencia, y su nombre es sinónimo de libertad y transgresión estética. Verla en televisión o leer una entrevista con ella en la prensa supone una descarga de adrenalina asegurada porque Ana Curra, la diosa gótica, la superviviente de mil y una batallas, la mujer que inspiró mis húmedos sueños de adolescente onanista, nunca me decepciona.
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