Desde hace ya algunos años, mis amigas y yo venimos conversando acerca de la creciente dificultad que tenemos, como sociedad, de relacionarnos. A pesar de que las Redes Sociales llegan a casi todo el mundo, se da la paradoja de que muchas personas se encuentran más aisladas que nunca. Y, esto afecta también a las relaciones sentimentales.
Hace tiempo que no tengo ni busco pareja. Tras mi última experiencia, las relaciones amorosas han dejado, por fin, de interesarme. Reconozco la pereza infinita que me produce el tener que explicarme como persona, y la dificultad de que me juzguen como mujer.
En estas reuniones de amigas, terminábamos hablando de las novedades amorosas de unas y otras. Sus experiencias a través de las páginas de contacto que han proliferado en este tiempo, y que están resultando casi la única forma de relacionarse hombres y mujeres. Pero, reconozco mi creciente incredulidad hacia el uso, y buen uso, de esta forma de contactar para citas.
Me consta que, en otros países, esta dificultad para conocerse de forma natural se ha ido sustituyendo por formas más artificiales. Las Citas Ciegas proliferan en países comoEstados Unidos, donde los amigos comunes intentan sustituir a Cupido, siendo los que te presentan a compañeros o amigos solteros, posibles candidatos. En otros lugares, como Corea del Sur o China, las citas están programadas por empresas o particulares que se encargan de seleccionar previamente a personas compatibles entre sí. Pero, claro, en estos países orientales, el amor romántico como base de las relaciones de pareja se enmaraña con intereses más pecuniarios. En sociedades más patriarcales, además de seguir manteniendo las mujeres una clara subordinación hacia el varón, están programadas para ocuparse de los cuidados de los padres de sus maridos. De hecho, hay un creciente movimiento anti matrimonial de muchas mujeres trabajadoras que enfocan su vida fuera de las parejas.
Hace ya más de quince años, yo misma utilicé una herramienta nueva en internet, el Barco de Lycos, para conocer virtualmente a personas afines a mis intereses. Para quien no lo haya conocido, el Barco era un espacio lleno de salas, donde se podía hablar de diversos temas. Con un Nick, cada usuario entraba en las salas, que eran mixtas, donde todos los miembros podían leer e intervenir en las conversaciones generales que allí se estuvieran tratando. Cine, literatura o deporte, eran algunos de los temas elegidos para cada sala. Y luego, si tenías una especial afinidad con alguna de las personas, podías pasar a un camarote a charlar en un chat privado.
En esos momentos, yo acababa de separarme de mi marido, tenía dos hijos pequeños y apenas podía salir de casa por ocio. Esa fue mi ventana al mundo, a un mundo nuevo. Internet acababa de nacer y resultaba fascinante poder hablar con personas que estaban en diversos lugares del mundo, Europa, América del Sur, etc… reunidos en un chat. Allí viví mi primera experiencia en relaciones por internet. Una de mis mejores amigas actuales la conocí, precisamente, en ese barco virtual. Pero, cuando miro hacia atrás, reconozco lo impulsiva e ingenua que fui, al creer que las personas con las que chateaba eran igual de sinceras que yo. Estaba totalmente equivocada. Voy a referirme a dos de esas experiencias.
El primer chico que conocí era un eminente profesor de la universidad de Sevilla. Comenzamos a hablar y se mostraba amable y cordial. Era un tipo inteligente y culto, interesado en el arte y la cultura. Hablábamos por el chat de forma habitual. Un día, alguien me habló directamente, mostrando una admiración hacia mí que me resultaba un tanto extraño, puesto que yo nunca antes había hablado con esta persona. Su excesiva confianza y esa impaciencia ante mis respuestas, me llevó a cuestionarme la identidad de este hombre. Tal y como sospechaba, detrás de ese otro nick, que entonces no tenían fotos, se escondía aquel profesor, que así vigilaba mis respuestas ante las insinuaciones de otros hombres. Más tarde descubrí que no eran dos, sino tres los nicks que iba utilizando, para poder acceder a diferentes mujeres, o incluso las mismas, desde personalidades diferentes. Con este profesor tuve una cortísima relación en la vida real, en la que pude corroborar su paranoia.
Mi segunda experiencia fue con un chico francés, hijo de padres españoles emigrados, que vivía en París. El nick que utilizaba conmigo dejaba entrever a un chico encantador, educado y culto, demasiado tímido quizás. Más tarde comprendí que también utilizaba varios nicks, conmigo y con otras personas, lo que solo demostraba su inestabilidad emocional. Yo abandoné el barco muy pronto, ya que apenas podía relacionarme en la vida real, muy limitada con los cuidados familiares. quedadas. Además, siempre he preferido el uso del teléfono (entonces no había wasap). Así que, todo lo de sus nicks, lo de los TOCS, y lo de la intolerancia al alcohol, lo supe mucho más tarde. Lo supe después de que se convirtiera en una de mis relaciones tóxicas.
En ambos casos hubo mentiras, datos ocultos, trastornos escondidos. En ambos casos, la experiencia resultó traumática y dramática para mí. Para empezar, tropecé con individuos que tenían una especie de desorden de personalidad múltiple, desde donde mostraban una u otra faceta de su personalidad poliédrica, por lo que debo reconocer que mi experiencia puede y debe considerarse desastrosa.
Han pasado los años, y las páginas de citas por internet han evolucionado. Muchas de mis amistades las usan sin problema. Bueno, con problemas, he de decir. Porque casi todo el mundo me cuenta que la base de estos perfiles son las mentiras. Pero, gente de todas las edades, sexo y preferencias, encuentran en estos contactos virtuales una puerta a las relaciones reales, duren el tiempo que duren. Y lo que me cuentan me ha dado mucho que pensar.
Al final, para poder escribir este artículo, me abrí una cuenta en una de estas páginas. Solo conozco esta, pero creo que es posible extrapolar lo que he vivido al resto de ellas. Me dicen que, además, ellas y ellos repiten sus perfiles en varias de estas páginas, para tener más oportunidades.
Reconozco que mi perfil lo diseñé con datos falsos. O sea, mentí en varias cosas. Pero, no creáis que mucho. Una no puede ocultar quién es, por mucho que lo intente. Lo primero que puse fue menos edad. Me lo aconsejaban mis amigas, porque si pones que tienes más de 52 años, se te acercarían solo serían los hombres de 60 años. Me preguntaba cómo es posible mentir en algo tan básico, pero la respuesta es sencilla: los hombres de menos de 60 años quieren contactar con mujeres de menos de 50. Es decir, se ponen horquillas de las que expulsan a las mujeres de su misma edad. ¿Y las mujeres? Algunas me confiesan que no quieren hombres mayores, por eso bajan su propia edad, más acorde con la horquilla con las que desean relacionarse.
En mi perfil puse la foto en blanco y negro, de mi admirada Maruja Mallo, la pintora cubista que más admiro. Sus cejas depiladas, el pelo y la ropa dejan traslucir una bella mujer de la primera mitad del siglo XX, pero que sigue siendo una gran desconocida en el siglo XXI. Al principio solo puse la foto, pero luego le añadí el texto de “feminista hasta el tuétano”.
Lo primero que noté es que no me hablaba nadie. Se lo consulté a una amiga quién riéndose de mí, me dijo que con una foto de mi abuela y con ese texto de feminista, quién iba a atreverse a hablarme. Mi frustración iba en aumento. Entonces, aprendí a buscar a posibles candidatos. Cuando hice mi búsqueda empezaron a desfilar muchos rostros delante de mis ojos.
Llevaba varios días leyendo los perfiles que, según la página, eran compatibles con mi yo inventado. Y no puedo dejar de comentar dos detalles que me han llamado muchísimo la atención. Uno de ellos es la gran confianza en sí mismos que derrochan muchos de los usuarios que, en sus descripciones, ponen eslóganes como “Aquí estoy”, “No busques más”, “Sí, soy yo” o “Me estabas esperando”. El otro, es el hecho de poner en sus perfiles fotos recortadas, donde puede verse claramente un mano, un hombro, el pelo o un vestido que, posiblemente, pertenezca a la que ahora sea su ex pareja. Una foto de un pasado compartido, del que han borrado a la mujer, pero de la que dejan huellas visibles.
Como nadie me escribía, y tenía prisa por saber lo que me esperaba en este nuevo mundo virtual, comencé a saludar a diestro y siniestro. Elegí diferentes perfiles, casi todos incompatibles con mi personalidad en el mundo real. Pasé por alto los fondos marinos, los ecuestres y las banderitas, y me acerqué a aquellos que sabía que podrían reaccionar de mala manera a mi perfil feminista hasta el tuétano. Provocar una reacción en ellos se convirtió en mi objetivo.
Resumiendo, contacté con ellos diciéndoles hola. Yo había elegido los perfiles que tenían fotos. Bueno, que podrían ser suyas o no. Algunas eran antiguas, y no se correspondían con la edad que decían en su perfil. Otras, mostraban hombres en actitudes muy deportistas, con bicis y motos. Pero, claro, quién va a poner su foto cuando está recién levantado, cabreado o sin duchar…
Extrañada de que ninguno se interesaba por mi perfil, consulté a una amiga y descubrí que no era por haber puesto la foto de mi abuela, o poner que era feminista… Que lo que había pasado era que no lo había puesto público. En cuanto lo puse público, una avalancha de saludos y likes me fueron lloviendo.
Cuando contestaban a mi saludo, casi siempre lo primero que me pedían era mi foto, lo cual es normal. Les mentía diciendo que es foto era de mi madre, de cuando era joven y que yo me parecía mucho a ella (nadie reconoció a mi pobre Maruja). Y entonces, después de un rato de conversación insustancial, entraba al trapo. Les decía: “mira, yo soy muy feminista. ¿Eres feminista? ¿Eso supone un problema para ti, que yo sea feminista?” Muchos me dijeron que ellos no eran ni feministas ni machistas. Otros, que ellos tenían hijas y por eso no eran machistas. Muchos de los que me contestaron, lo hicieron para despedirse sutilmente, deseándome incluso suerte… Otros, ni llegaron a contestarme.
Aún me quedaba la segunda parte. Tenía que quedar con alguno de ellos, en la vida real. Empecé a releer los mensajes y las respuestas de las decenas que tuvieron a bien contestar a mi alegato feminista y seleccioné al que me contestó:” Sin problema. ¿Lo hablamos cara a cara?” Nos dimos los teléfonos y empezamos a hablar por el wasap. Luego, una llamada por teléfono. Por último, un café ahí fuera. Nos dimos 25 minutos de nuestras vidas.
Aunque mi cita no era una cita real, empecé a pensar en todo lo que una mujer puede llegar a pensar en estas situaciones. ¿Estoy bien para mi edad? ¿Le gustaré? ¿Le pareceré interesante? Pocas mujeres, seguramente, estemos preparadas para efectuar las preguntas correctas, para obtener las mejores respuestas para nosotras. ¿Estará bien? ¿Se parecerá a la foto? ¿Me gustará? ¿Me parecerá interesante? ¿Será agradable? Todos los miedos e inseguridades afloran en estos momentos. Aunque la de la foto del perfil de wasap desde el que has estado chateando con él eres tú, tienes miedo de estar más gorda, más flaca, más baja o más alta de lo que él pueda esperar. Esa imagen que te devuelve el espejo, a pesar de considerarte una mujer que está dentro de los cánones patriarcales, te vuelve indecisa. Cicatrices de partos antiguos, o una menopausia reciente que ha causado estragos en tu cuerpo, pero sobre todo en tu autoestima. Esa pareja que tan mal te quiso durante la relación y te hundía cada vez que señalaba como un juez impasible los estragos más íntimos del paso de la vida, de tu obsolescencia, y dejó el campo abonado para que creciera el miedo a verte reflejada en los ojos de los hombres.
Te arreglas y eliges con primor la ropa más adecuada a la imagen que quieres transmitir. La de una mujer segura de sí misma, que confía no necesitar de estas páginas de citas, pero que aquí está. La de una mujer que no ha sido devastada por el tiempo. La de una mujer que sigue queriendo ser atractiva. La de una mujer que desea el roce íntimo con otra piel masculina. Te maquillas, eligiendo los colores que crees que más te favorecen. Y eliges el calzado que mejor combina con la imagen que llevas preparando mostrar. Pero, en ningún momento tienes dudas sobre tu cultura o inteligencia. No lees compulsivamente los diarios, porque sabes que estás al día de todo lo que pasa en el mundo. No llevas preparado ningún tema, porque en ese campo estás muy segura de ti misma. Así que, cuando terminas de arreglarte, coges tu bolso, las llaves y la mascarilla, mientras tu corazón se agita con fuerza.
Quedar en la vida real, tras conversaciones en chat y llamadas de teléfono es volver a someterte al escrutinio del ojo ajeno. Tras un primer filtro, llegó el segundo. Una conversación aceptable y risas al teléfono. Ahora queda el tercero, el café. No sé si en Sevilla existen cafeterías de quedadas de solteros, pero estoy segura de que el café es el momento del día elegido para conocerse en persona. Una hora suficientemente temprana, que te permita huir de una situación incómoda. Y lo suficientemente tarde para seguir hablando hasta la cena, o quizás más allá de la cena. Llegas. Te sientas. Es la hora de quitarte las gafas de sol, guardar el móvil y mirarle a los ojos. La hora del tercer filtro.
En ningún momento me planteé el dudoso papel patriarcal que esta sociedad tiene designado a los hombres. ¿Qué pasa con aquellos hombres no normativos, que son tímidos o inseguros? ¿Qué esperamos las mujeres de nuestra edad de los hombres con los que queremos comenzar una nueva relación de pareja? No tuve en cuenta los mandatos de género masculinos, aquellos en los que se espera una masculinidad hetero patriarcal. No imaginé sus miedos e inseguridades. Porque, no todos los hombres representan el papel fuerte y seguro de sí mismo. Fracasos laborales, frustraciones de pareja o problemas con los hijos han podido hacer mella en sus autoestimas. Quizás ellos también se miraron al espejo, nerviosos. Quizás las mentiras y mentirijillas dichas en los chats les expongan ahora. Puede que sus cuerpos tampoco sean normativos. Además, la naturaleza puede causarles estragos a nivel sexual importantes, al pasar de los cincuenta. No tuve en cuenta que la inseguridad no es patrimonio de nadie.
Quizás las expectativas que el desconocimiento del otro provoca, hagan de las páginas de citas una herramienta fallida. Si lo que hacemos es construir personajes de nosotros mismos, diseñados para gustar, escondemos lo que verdaderamente somos. Aunque es cierto, también, que no solo mentimos en las redes, ni que sea allí solo donde embellecemos nuestras historias, las miradas furtivas, la lectura de su lenguaje corporal, su olor o su sonrisa nos da pistas sobre si esa persona y el personaje coinciden en algún punto del relato. Eso sí, he de confesar que tuve suerte y, en mi caso, la realidad superaba ampliamente la ficción.
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