En el Día Mundial de la Obesidad, la Organización Mundial de la Salud (OMS), advierte de que la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial. El balance entre una adecuada alimentación y el manejo de las emociones es importante para una buena salud física y mental, por lo que es importante que comprendamos que la alimentación puede aparentar ser una solución temporal para manejar las emociones, pero las consecuencias a largo plazo pueden ser problemáticas. A través de tres breves historias nos acercamos a esta enfermedad teniendo en cuenta que, ante todo, quien la sufre necesita apoyo y comprensión.
María (nombre ficticio) pesa 110 kilos. Todos los días se levanta a las 5:00 para ir a trabajar, aunque entra a las 9:00. Necesita un amplio margen de tiempo para volver a poner su cuerpo en funcionamiento. Las cervicales no ayudan, el tabaco tampoco… Es consciente (muy consciente) que sus hábitos de vida no son nada saludables. Pero está en modo supervivencia.
La pandemia tampoco ha ayudado. Estar en casa (es persona de riesgo) y no salir como antes, acentúa su sedentarismo y sus problemas de corazón y, en consecuencia, sufre más ansiedad: come “poco”, mal y a deshora. Su situación familiar tampoco es favorable. A pesar de sus circunstancias, tiene a su cargo a una persona dependiente que no asume su dependencia. María, en numerosas ocasiones, llora desconsoladamente cuando nadie le ve. A veces quisiera morirse con el fin de parar “este infierno en la Tierra”. Otras se imagina en otra vida, en otro cuerpo… Mira su cuenta corriente…Y vuelve a llorar.
Carolina ha sido madre hace unos meses. El embarazo le ha dejado, claramente, bastantes kilos de más. Su entorno le presiona para que no trabaje; su marido, incluso, le dice que por qué ha tenido a la cría si la va a dejar en una guardería. Ella, sin embargo, se ve preparada, es licenciada y no ceja en su empeño. Realiza con ahínco y entusiasmo un vídeo CV y lo manda a una agencia. Obviamente, es tan original y profesional que le llaman y hacen un contrato de prueba. Cuando va a finalizar, su jefe habla con ella. “Estamos muy contentos contigo pero, para continuar con nosotros, tienes que perder peso”. Carolina se queda en shock y no sabe qué decir. “Queremos dar una imagen apropiada de nuestra empresa y tus kilos no contribuyen a ello”, le explica el jefe. Ella le responde que sus capacidades y profesionalidad nada tienen que ver con la imagen que, por otra parte, es adecuada al lugar. “Lo tomas o lo dejas”, le insiste. “Lo dejo”, le contesta Carolina tajantemente. “Con tu edad y lo gorda que estás no vas a encontrar trabajo en la vida”, le grita. “Eso ya lo veremos”, dice poniéndose de pie y cerrando la puerta. Cuando sale de la oficina es cuando deja salir las lágrimas pero, interiormente, se repite con rabia: “Eso ya la veremos”. Hoy tiene su propia empresa, se divorció de su marido y ella se ve “perfecta”, en palabras de su nueva pareja.
Julia no siempre fue “gordita”. Su relación con el sobrepeso comenzó cuando sufría bullyng en un colegio de monjas poco antes de hacer la Comunión. “Mi vida era horribley no quería ir a clase”, recuerda con tristeza. No se sentía cómoda ni con su cuerpo ni con su entorno y se recluyó en sí misma. En la adolescencia se propuso perder peso y dejó de comer. Literalmente. Tuvo un novio que cortó la relación al poco tiempo y, nuevamente, recuperó los kilos perdidos. Años después, en la treintena “descubrió” el deporte. Andaba y corría por las mañanas, comenzó a socializarse, a tener amigas… Tuvo un par de parejas de tránsito hasta que conoció a su actual marido. Ahora está embarazada y sí, tiene sobrepeso, pero ya no le obsesiona y sabe que cuando nazca su hija lo perderá poco a poco. “Creo que me curé de esa ‘hambre’ emocional que tenía”, reconoce mientras se toca su barriga y sonríe.
Tres historias reales, distintas, con matices propios, con finales diferentes y con un denominador común: el sobrepeso o la obesidad y la autoimagen que tienen estas mujeres de sí mismas, su entorno y la propia sociedad que, estadísticamente, penaliza más la estética de las mujeres que la de los hombres.
Enfermedad multifactorial
Precisamente hoy, 4 de marzo, se celebra el Día Mundial de la Obesidad, que, al otro lado del espejo, se define como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Según los expertos, se trata de una enfermedad multifactorial -causada por el efecto combinado de diferentes genes y en las que además influyen los factores ambientales- que afecta a más de 1.900 millones de adultos; de hecho, según la OMS, 650 millones de estas personas son obesas. Algunas de las enfermedades que puede ocasionar son las cardiovasculares, diabetes, accidentes cerebrovasculares, trastornos del aparato locomotor, problemas en articulaciones e, incluso, algunos cánceres.
Montse Bascuas, psicóloga y experta en obesidad del grupo Ita nos explica cómo podemos prevenir esta enfermedad: “Es importante mantener unos hábitos de vida saludable. Comer sano no significa eliminar alimentos de nuestra dieta, sino que es importante identificar aquellos alimentos más calóricos y consumirlos de manera esporádica”. Asimismo, apunta, “comer sano es comer variado, seguir un horario y mantenernos hidratados. Es importante mantenernos activos durante el día y aprender a gestionar nuestras emociones”.
Gestión emocional
Hablamos, sobre todo, de prevención y los efectos de una mala gestión emocional. Hay que concienciar a la sociedad sobre la obesidad y sus consecuencias para la salud física y psicológica de estas personas. Y algo fundamental: la importancia de distinguir entre hambre emocional y hambre fisiológica nos ayuda a identificar cómo nos sentimos. El hambre emocional es repentina, es urgente, no te sacia, requiere de unos alimentos específicos y genera sentimiento de culpa al terminar la ingesta. “La comida en su función emocional es el síntoma de que algo en tu interior no funciona bien o no sabes gestionar adecuadamente”, señala Bascuas, quien define la ingesta emocional como “la conducta de comer en respuesta a estados afectivos”.
Las personas que presentan este tipo de conducta, concluye, tienen dificultades a la hora de distinguir entre la sensación de hambre y otros estados negativos que les sobrevienen. El balance entre una adecuada alimentación y el manejo de las emociones es importante para una buena salud física y mental. Es fundamental que comprendamos que la alimentación puede aparentar ser una solución temporal para manejar las emociones; sin embargo, las consecuencias a largo plazo pueden ser perjudiciales”.
María, Carolina, Julia… Y 650 millones de personas más han podido necesitar (o necesitan) ayuda. Tratar siempre con profesionales es el primer paso, además de trabajar la autoestima. Hoy, 4 de marzo, recordamos que este día, cualquier día, lo importante es la mirada (sin juicio) y abandonar el victimismo. Como dice María: “Tengo obesidad, sí, y qué, necesito comprensión. En vez de mirarme con desdén, ¿alguien me ayuda?”.
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